lunes, 9 de diciembre de 2013

Corazón Impenetrable(V)




                                                                          ACTO V

                                                                Calcinada Esperanza





Se despertaron en medio de la todavía profunda oscuridad, resquebrajada solo por unos rayos de sol que entraban por el hueco principal de la cueva y que impactaban directamente contra sus cuerpos semidesnudos, dejándose entrever tímidamente entre los pliegues de la capa ensangrentada por las heridas de los cazadores y del propio mercenario. Cuando la princesa abrió los ojos seguía abrazada al hombre que había odiado y que la había cautivado...incluso aquel día que debía odiarle, el día que le escuchó hablar por primera vez.

Se había autoconvencido de que tenía que odiarle, pero fue él quien la convenció para que soltará la espada, fue él quien la convenció para que huyese de esa torre envuelta en la misma manta con la que había trasladado el cadáver de su querida criada, el mismo que la había convencido a seguir sus pasos hasta el contratista, que la había convencido sobre la asignación de un objetivo, sobre lo que podía aprender, lo que debía hacer. Fue él quien, con solo un grito de dolor, la convenció para que soltase la empuñadura de la espada a riesgo de morir y quien, finalmente, la convenció sobre la posibilidad de transformar el odio en amor.


Un hombre que convencía con palabras, actitudes, miradas, un hombre seguro de sí mismo, hábil con la espada tanto como con la mente, un conquistador nato que no se limitaba a adular a las damas, sino que se las ganaba, incluso haciendo todo lo contrario. La había insultado tantas veces...insultos a los que le seguían una sonrisa burlona, y al mismo tiempo encantadora, que la molestaba a la par que gustaba. Esa sonrisa de confianza le quitaba la importancia a todo, insuflaba energía a un corazón que él consideraba impenetrable, pero que el paso del tiempo y la estancia en esa torre había hecho añicos. Un corazón que se recomponía de la forma más extraña e inimaginable gracias a él. Un mercenario que solo trabaja por dinero, sin escrúpulos de matar a quien fuese necesario o de secuestrar a un inocente solicitado, un mercenario que aún mostraba sentimientos cuando realizaba un acto atroz como el de la criada, tal vez por que no estuviese dentro del contrato, o tal vez porque en su interior se escondía el corazón de un buen hombre, un corazón que también había sido violentamente penetrado.


¿Sentiría ese dolor cada vez que tenía que cumplir un contrato injusto? Suponía que no sería mayor que el dolor que sintió aquella noche ejecutando a su amada. Con esa historia aprendió que jamás hay que juzgar a una persona sin conocer su pasado, su historia, sus traumas, su lucha. Le gustaría poder sacarle de esa vida, le gustaría poder darle una vida digna de un hombre como él, viviendo lejos de cualquier ciudad, lejos de ese reino, trabajando solo para él en tierras de nadie, solo para sobrevivir, pero sin tener que matar, sin acumular odio. Una vida donde lo único importante fuese trabajar para sobrevivir y amar a la persona con la que viviera. Suponía que era un pensamiento simplista y en cierto modo infantil, la infantilidad que inconscientemente mantenía tras veinte años encerrada sin más contacto que sus libros y esos caballeros y criadas con las que apenas hablaba.


Además ¿querría él esa vida? Se había acostumbrado a vagar por el mundo, a viajar sin rumbo fijo ¿soportaría la monotonía del sedentarismo? ¿Lo soportaría ella después de veinte años manteniendo una vida más que sedentaria rozando la locura? No. La vida de aquel hombre era esa, cabalgar, secuestrar, robar y matar, así desde que era un infante, por lo que contaba. Y la única vez que quiso amar le salió mal. Ni siquiera sabía si la amaba a ella, era demasiado pronto. Tampoco sabía si ella lo amaba a él. Era algo extraño, no sabía como definirlo, nunca lo había sentido. Todo empezó cuando entrenaban. En esos instantes se olvidaba de todo, se centraba en avanzar, mejorar, aprender, todo con el fin de cumplir su objetivo, matar. Pues el mercenario tenía razón, el odio mantiene vivo al mundo, y era ese odio lo que la impulsaba a vivir y mejorar día a día. Era él quien le dio esa oportunidad, era él quien la trataba como nadie jamás la había tratado, como una más, no como una princesa, tampoco como una mujer. La trató como una persona que quiere alcanzar sus metas, que quiere la libertad. La trataba como una persona que quiere luchar por si misma, defenderse. La trataba como una mercancía, sí, pero como una mercancía por la que daría hasta su vida antes de entregarla.


Cuando intercambiaban espadazos se sentía única, valorada, fuerte y sus palabras no hacían más que aumentar esa sensación. Sus ingeniosas frases siempre la conseguían descolocar y su humor constante la hicieron pasar de la irritación a la admiración. Cuando luchó junto a él contra los caballeros en el río cometió errores, pero consiguieron compenetrarse en algún momento, y una vez en él, puso en riesgo su vida para salvarla. Cuando le contó la historia de la cazarrecompensas no hizo falta poder verle la cara oculta en las sombras para saber lo que sentía, para saber quién era realmente aquel mercenario que la había secuestrado. Sintió un vuelco en el estómago y una tranquilidad que jamás había experimentado mientras se mantenía abrazada a él en el frío de la cueva.

Con él había empezado a vivir realmente, y con él su vida terminaría, era así como debía ser, no había otro camino, era su objetivo. Una vez fuese entregada le mataría, por la criada, por ella... era su misión. Interpretaría el papel de la cazarrecompensas, si moría en combate sería libre, habría luchado por cumplir su objetivo, si lo lograba le liberaría a él y habría conseguido cumplir ese objetivo. Una vez más el mercenario tenía razón, el amor daba la vida con la misma facilidad que la quitaba, y ellos consumirían ese amor de la forma más extrema, sin besos, sin sexo, pero con lo más importante, unidos hasta el último momento, otorgando un significado a algo que no lo tenía, llegando hasta el final del camino de sus vidas...juntos.

Le miró, el sol rozaba su cara mostrando unos ojos que la observaban con deseo, un deseo muy diferente al que había vislumbrado en los ojos de aquellos caballeros que había conocido, un deseo no por poseer sino por compartir. A los ojos del deseo se le unió la sonrisa de la calma. Unos ojos que la atrapaban junto a una boca que cuando se torcía la liberaba. Estaban tan cerca que podían rozarse las mejillas. Mantenían una temperatura perfecta. La princesa ya no temblaba, no tenía frío, ni tampoco miedo. Desearía quedarse allí para siempre, dejarse llevar en esa cueva por la inevitable muerte que posiblemente estaba esperando al final de aquel camino que recorrían juntos, consumidos por el frío que ya no sentían, por la humedad que les envolvía, por el amor que no podían expresar. Pero había que continuar, luchar, cumplir, ganar, vivir antes de morir; por duro que resultase, mientras lo hiciese en su compañía sería más fácil.

Lentamente se separaron, él se levantó y disimuladamente la miró el pecho. En otro momento tal vez la princesa se hubiese enfadado, pero ahora le pareció hasta tierno y gracioso, por lo que no pudo callarse, pues él tampoco lo hubiera hecho en caso contrario.

-Vaya, menos mal que mis pechos no eran nada del otro mundo, parece que nunca has visto unos.

-¡Oh! No me malinterpretéis, solo me esforzaba en buscarlos, pues poco le falta a vuestro torso para ser completamente plano.

-Menos mal que son más bien pequeños, de no ser así me preocuparía que observándolos de esa manera acabasen sacándote un ojo.

-Por pequeños que los tengáis seguís teniendo pezones, y con este frío vais acabar sacándome uno, así que haced el favor de poneros algo encima.

La princesa se puso su ropa un poco más seca. Por su parte el mercenario no tenía nada que ponerse encima así que se mantuvo con el torso desnudo. Salieron juntos a cazar algún pobre animalillo desafortunado aprovechando la espada y habilidades del mercenario. El día se mantenía gris y había refrescado, pero había parado de llover. Comieron metidos en la cueva junto a una nueva hoguera que el acompañante de la princesa pudo encender.

-¿Partiremos hoy?-Preguntó la mujer antes de dar otro mordisco mirando de reojo al hombre que le estaba adiestrando.

-Deberíamos hacerlo, pero tenemos todo en nuestra contra. Solo contamos con una espada, yo no tengo ropa, por lo que no tardaré en enfermar si siguen bajando las temperaturas, y nos hemos quedado sin montura. Aunque por otro lado es eso mismo lo que nos debería impulsar a seguir viajando hasta algún pueblo cercano.

-¿Sabes de alguno por aquí cerca?

-Sí, al que vamos, pero todavía tardaremos unos días. Pasaremos antes por una granja en la que nos pueden ofrecer algo de comida, refugio y una montura, aunque si me reconocen tal vez no tengamos esa suerte.

-Y visto lo famoso que era tu mentor...es muy posible que lo hagan.


-Ha pasado tiempo y cada vez abarco mayores distancias, no todo el mundo me reconocerá.


-Y en caso de que lo hagan puedes usar la fuerza.-La princesa continuó comiendo.


-Vaya, creía que desaprobaríais esos métodos.-Esta vez el que se detuvo fue el mercenario.

-Y los desapruebo, pero ahora estamos hablando de sobrevivir y completar nuestra misión. No vamos a hacer daño a nadie, solo a obligarles a que nos den refugio, comida y transporte.

-Bien, pues que así sea-el mercenario se mostraba gratamente sorprendido-. Pero debemos ser rápidos por cansados que estemos, no podemos permitir que nuestros perseguidores nos alcancen.


-Que nos alcancen, se arrepentirán de lo que nos han hecho.


-Esta bien que seáis decidida y confiada mi querida princesa, pero recordad también ser comedida y conocer bien vuestros límites. Mirad como nos han dejado, no tendríamos ninguna oportunidad, estamos en total desventaja.


-¿Entonces nos conformamos con seguir huyendo? No puedo matarles sin tú ayuda y no puedes entregarme antes de haberles matado.

-Pero debemos seguir avanzando, es cuestión de tiempo que nos encuentren, y cuando lo hagan es mejor que estemos preparados.

-Y si nos encuentran, si nos quedamos sin salidas...lucharemos con uñas y dientes con los recursos de los que dispongamos. Igual que hiciste aquel día.

-Luchar con el odio impulsando tus movimientos no es suficiente para salir victorioso, me temo.-Su tono denotaba decepción.

-No es de odio de lo único que hablo. Tú dispones de mí y yo de ti. Aquel día, cuando estuviste a punto de luchar contra todos aquellos soldados que os rodeaban junto a aquella mujer y tu mentor ¿qué era lo que te impulsaba? ¿Acaso no era una situación en la que solo parecía tener cabida la muerte? Aún así ibais a luchar, por vosotros, por vuestra misión, lucharías por tu mentor...y por ella.


-Aceptando la muerte.


-Pero no la derrota. ¿Y que pasó cuando ella mató a tú mentor? ¿Qué pasó cuando el amor se convirtió en odio y tuviste que matarla? Fue eso lo que te impulsó a darlo todo para salir de esa situación para, en el futuro, enmendar los errores que cometiste en el pasado. Tras la venganza quisiste vivir solo para hacerlo como lo hizo él, y eso te impulsó a luchar con convencimiento, tu habilidad con la espada hizo el resto. Ahora contamos con las dos cosas, con el odio hacia esos caballeros, hacia el mundo que nos ha hecho esto, pero también...

-¿Con el amor?

Ambos se miraron. La princesa tragó saliva, el mercenario sonrío.

-No sé si llamarlo así.-Respondió avergonzada la princesa.

El mercenario continuó sonriendo y se aproximó a un pequeño saco que había dejado en el suelo la noche anterior. De él sacó una daga. La princesa vio en el interior algo más, una especie de libro que no pudo ver con claridad.

-Tomad, esto es mejor que nada y nos ayudará más que esos sentimientos a ganar un posible combate.

No fue la respuesta que la princesa esperaba.


-¿Forma parte de tú plan?-La princesa no pudo evitar mostrar cierta desconfianza.

-¿El qué? ¿Daros una daga?

-Esto...hemos llegado a un punto que ni si quiera yo comprendo. Siento...siento algo que jamás he sentido, estamos viviendo algo especial de lo que siempre he renegado. Pero, conociéndote, conociendo vuestra historia, recordando lo que pasó aquella mañana en el patio del castillo...no puedo evitar preguntarme si lo tienes todo planeado. Si esto es para asegurarte de que te sigo sin poner problemas, o tal vez solo para jugar conmigo...


-Sería tan sencillo llevaros a rastras y entregaros sin más. He decidido daros una utilidad, dar un sentido a vuestra vida, creía que ya estaba hablado, podéis tomarlo o dejarlo, pero no tengo ninguna intención más allá de dejaros en vuestro destino, creo que esta noche os lo he demostrado.


Y lo había hecho. Pero era esa noche en la cueva lo que la preocupaba. No había ocurrido nada, ni siquiera lo habían intentado, pero haberse dormido abrazado a él le hizo sentir no solo más caliente...también más segura. No podía quitárselo de la cabeza, pero era la cabeza lo que la decía que era una estúpida. Su estancia en la torre se escapaba de su razón, pero este sentimiento no se alejaba demasiado de ese sinsentido. Aún con todo no podía dar la espalda a lo que había sucedido y sentido, y era gracias a él que se sentía viva, era lo único que la impulsaba, fuese real o no esa sensación.


La princesa recordaría toda la vida esa noche en la cueva, de hecho recordarla la haría sentir mejor, pero quería evitar dormir de nuevo en ese oscuro y húmedo lugar, junto al misterioso mercenario. Quería mantener esa experiencia como una noche única y que no volvería a repetirse, así que tras comer la joven solicitó a su captor que partiesen a su destino. El mercenario no puso ninguna objeción, ambos cogieron sus escasas pertenencias y continuaron su viaje entre los tristes bosques que parecían llorarles mientras caminaban. El suelo estaba muy encharcado, y más de una vez hundieron las botas en el sucio barro. Caminar sin caballo entre lodazales y plantaciones húmedas se hacía muy pesado.


Según se acercaba la noche las temperaturas bajaron con menos piedad obligando al mercenario a abrazarse a sí mismo frotándose los brazos de vez en cuando. No quería pensar en el frío que estaba pasando su acompañante cuando ella, aún estando vestida, estaba helada. Le había ofrecido la capa que le habían quitado a los cazadores y con la que se habían cubierto aquella noche en la cueva, pero él la rechazó, prefería que la princesa se la dejase puesta para que pudiese cubrirse de la lluvia con la capucha. Según decía, ella tenía más posibilidades de enfermar . Los días anteriores había hecho incluso calor, pero las lluvias constantes no habían ayudado a mantener las buenas temperaturas. Parecían avanzar cada vez más lentamente, habían perdido las ganas de hablar e incluso el apetito se les estaba quitando.


-Esta noche la pasaremos caminando, nos hemos detenido suficiente en la cueva para descansar, ahora debemos avanzar.-Anunció el mercenario.


-¿Está lejos esa granja?


-No demasiado, aunque a este ritmo me temo que tardaremos por lo menos un día en llegar.-El mercenario terminó la frase tosiendo.


-¿Siempre son así tus viajes?-Preguntó la princesa por tener algo de lo que hablar mientras caminaban.


-He tenido viajes de todo tipo, princesa, y me ha pasado de todo, por eso no os preocupéis, he salido de todas, y muchas veces yo solito. Pero esto de viajar sin ropa, sin caballo, entre barro, perseguidos por dos caballeros y con una nube a punto de descargar otra vez sobre nosotros, no es fácil.


-¿Cuanto es lo más lejos que habéis viajado?


-Con mi zaino viajé lejos de este reino más de una vez, pero estamos hablando de un reino inmenso y mi trabajo pocas veces me ha exigido salir al exterior.-Respondió el mercenario sin dejar de caminar.


-¿Qué hay más allá de todo esto?-La princesa sentía una curiosidad tan inmensa como el reino.


-Siento decepcionaros, pero me temo que no mucho más que esto: miseria, injusticias, guerras...lo único que cambian son los paisajes o la arquitectura, por lo demás, todos siguen tan ahogados por la mierda como aquí.


-Apenas conozco nada de este reino y su historia, no quiero imaginarme la de historias que habrá más allá de todo esto. Sé que además hay más continentes, algunos cerca del nuestro, otros tan lejos que apenas se conoce nada de ellos, pero solo sé lo poco que me contaron. Como sabes, hay ciertos libros que siempre evitaron que yo leyera.


-Me fascináis princesa. Me fascina que a pesar de todo consigáis mantener la ilusión y una perspectiva esperanzadora...me fascina que tras ver lo que hay en el exterior de esa torre penséis en ir más allá, en el exterior de este continente, y más me fascina que mantengáis vuestra esperanza de que haya algún lugar mejor.


-¡Tiene que haberlo! Fíjate en todo lo que hemos caminado sin apenas haber avanzado. Piensa en millas recorridas, muy lejos de aquí, algo tiene que cambiar.


-Las formas de gobernar, de robar, de matar, de follar...es cierto, no en todos los sitios es igual y es sorprendente la cantidad de variantes que existen según la cultura, pero la base siempre es la misma, el ser humano, y es una base que no ofrece muchas más posibilidades en el resultado final.


La princesa se detuvo dejándose hundir levemente por el barro.

-Tal vez estamos dejando que siempre sean los mismos los que dirijan el mundo. ¿Qué pasa si un día hacemos algo nosotros? ¿Por qué no nos movemos?

-Ya lo estamos haciendo, para asegurar nuestra supervivencia ¿os parece poco?

-No me refiero a eso. Cuando cumplamos nuestro cometido, cuando matemos a los caballeros, cuando terminemos con nuestra venganza... el que quede vivo puede esforzarse en unir a la gente, al pueblo, en destruir a los que nos gobiernan, en levantar un nuevo asentamiento en el que todos decidamos qué hacer con nuestra vida, en el que nos olvidemos por un momento de robar, matar o follar, en el que forjemos algo realmente importante, en el que...


-Princesa, princesa, no os aceleréis. Olvidarse de follar dice...-El mercenario soltó una carcajada negando con la cabeza -¿Recordáis los cuentos que leíais de niña sobre preciosas princesas rescatadas por caballeros valerosos e impecables en honor?-El mercenario también se había detenido y se había girado hacia la joven que con tanta pasión le hablaba.


-Preferiría olvidarlos, pero ¿a que viene eso ahora?


-A que esa mierda que ponía en los libros no es tan diferente a lo que ahora estáis soltando vos por la boca. Son ideas simplistas sobre un mundo mejor que no puede existir hagas lo que hagas o vayas donde vayas.


La princesa pareció enfadarse como siempre solía hacerlo antaño.


-Esa es la respuesta fácil. Tú...tú representas a ese caballero y yo a esa princesa. Yo no soy preciosa, tú, desde luego, no eres impecable en honor, pero aún conservando nuestra humanidad, nuestras debilidades, nuestra miseria como seres humanos, hemos conseguido alterar una realidad y mejorar nuestra vida. De un modo u otro tenemos lo que más o menos deseamos, tú ser todo lo libre que se puede en este mundo y yo ser libre de aquella torre. Estamos construyendo ese cuento con nuestras propias reglas, en el mundo real.


-No me comparéis nuestra misión con la historia de uno de esos cuentos. En esos cuentos el bien y el mal estaban perfectamente definidos, y la princesa y el caballero no hacían más que terminar la historia con un patético beso que sellaba una felicidad eterna inexistente en el mundo. Nuestra historia lo único eterno que tiene, como ya os comenté en la cueva, es el odio. ¿Acaso un caballero en la línea del bien habría violado y matado de una forma tan bestial a una doncella?-El mercenario continuó caminando


-¿Acaso una pobre princesita habría estrangulado a una de sus criadas e intentado asesinar a su padre o al hombre que la rescataba? No se trata de eso, el mundo nos ha hecho actuar así y es lo que deberíamos intentar cambiar.-La princesa le siguió.


-¿Te das cuenta de como piensas cambiarlo? Matando a la gente que consideras tu enemiga, vengándote. Así nada cambiará, porque no puede cambiarse. Nuestra naturaleza nos lleva a la autodestrucción, a la codicia, al egoísmo, al conflicto. Cuando te vengues, alguien querrá hacer lo mismo contigo. Es una constante, las variables se limitan al contexto y al tiempo, nada más. En el hipotético caso de que levantaseis una nación desde cero que vos gobernaseis sin odio ¿creéis que no surgiría el conflicto? ¿Cuanto creéis que tardarían en surgir los problemas, la necesidad de una jerarquía, de una organización? ¿Cuánto tardarían en aparecer los desacuerdos, las sublevaciones, las exigencias? En definitiva, la violencia, la muerte...¿que haríais con los violadores o con los ladrones? ¿Les condenaríais a morir en una celda como hacen en unos sitios, les cortaríais la mano o la polla como hacen en otros? ¿Dejaríais que sus víctimas hicieran con ellos lo que desearan? ¿Les dejaríais libres para que volvieran a hacer lo mismo?


-Sencillamente les...


-No respondáis. Hagáis lo que hagáis estaréis contribuyendo a acumular el odio, a crear una sociedad basada en lo único que puede basarse el ser humano, contribuiríais a la destrucción. No existe el cambio.


-Entonces ¿qué nos queda?-La princesa no se rendía, buscaba un significado a la vida desde que salió de aquella torre, pero cada vez que lo intentaba se daba de bruces con la realidad moldeada en aquel mercenario.



-La aceptación, o la resignación. Es lo mismo, ambas os llevarán a la muerte sin remedio.


La princesa agachó la cabeza sin dejar de caminar. Se sentía una estúpida, una niña que se esforzaba en ser adulta y que no lo lograba. Lo único que la consolaba es que tras llegar a su destino sería una mujer nueva, otra persona, una persona que encontraría respuestas.


La noche se echó sobre ellos mientras continuaban caminando entre el barro que se había acumulado en el camino. Habían cenado sin dejar de caminar, el mercenario lo hacía mirando al frente, pero la princesa no podía evitar alzar la mirada, intentando contemplar las estrellas que no se dejaban ver con el cielo cubierto por inmensas nubes negras.


-Fíjate... fíjate que inmenso es el cielo. ¿Crees que sobre las nubes existirá algo más? ¿Habrá vida allí arriba? Y en ese caso ¿crees que será diferente a la de nuestro mundo?


-Creo que sobre las nubes solo hay estrellas. Y si os referís a dioses, creo que existen tanto como los duendes del bosque que nos llevan observando todo el camino.


-¿Y si hubiese más mundos como este?


-No querría conocerlos, prefiero que la mierda sea del mismo color de siempre y no llevarme susto alguno.


-Siempre tan negativo, parece que ha sido a ti al que han encerrado amargamente en una torre durante veinte años.

-Todo lo contrario, se nota que he sido el único de los dos que ha vivido realmente bajo este cielo durante más de veinte años.


La princesa dejó de hablar durante unos instantes, silencio que no duró demasiado.

-¿Y que es lo que ha pasado bajo este cielo durante más de veinte años para que todo esté...tan triste?-La princesa ansiaba escuchar la respuesta que le daba.


-Supongo que simplemente esté más triste de lo que esperabais. Siempre ha sido así, aunque la guerra lo empeoró. La guerra lo consume todo y más cuando la capital del reino le da la espalda tras una lucha que lo ha hecho desangrar. No puedes esperar mucha fertilidad. Apenas hay pueblos, ni granjas, ni comerciantes.


-¿Qué pasó en aquella guerra? ¿Cómo se originó? Ni siquiera me dio tiempo a leer eso en el libro que solicité en la torre.


-Si os soy sincero ni yo lo sé muy bien y ciertos libros de historia son difíciles de encontrar en cualquier parte del reino, incluso antes de que tu padre quemara una gran cantidad de ellos. Yo tenía solo diez años cuando comenzó todo y mi mentor y yo nos apartamos de la sociedad todo lo que pudimos. Mi mentor siempre evitó hablarme del conflicto. Sé lo que sabe todo el mundo, dos naciones estuvieron enfrentadas por el control del reino, tan simple como eso. Dos naciones que antes eran una y que compartían parentesco. Tras la muerte del anterior monarca se desató una absurda guerra por el control que devastó al pueblo llano, como siempre sucede, y que terminó cuando una de ellas consiguió una absoluta defensa y la independencia. Parecería absurdo aislarse para mantener el control de un reino, pero ellos mantuvieron la seguridad y los recursos, pues se creó una red de mercaderes bien pagados y protegidos para que abastecieran la ciudad, siendo ellos los únicos que entraban y salían. Red de la que, por cierto, yo me aproveché. Mientras que sus enemigos se quedaron con un reino arrasado que no podían controlar. Todavía hoy se cree que cada uno espera el momento de que el otro caiga para realizar el movimiento final, tener el control absoluto y poder levantar el reino. Yo digo que solo intentan mantener su orgullo y salir victoriosos por el único placer de ganar.

-Uno de esos hombres...es mi padre ¿verdad?

-Eso es, el dueño y señor de la ciudad impenetrable. Yo mismo pude hablar con él. No sé con certeza quien es su enemigo, pero no le importa el reino, solo mantenerse con vida el suficiente tiempo para ver morir a su rival. Después le da igual lo que suceda, habrá ganado y morirá cubierto de gloria. Pero os necesita a vos por algún motivo que yo también desconozco.


-¿A mí? ¿Y dices que la ciudad forjó una protección absoluta aislándose del mundo? No tenía ni idea...-La princesa se quedó pensativa sin dejar de mover las piernas-. Un viejo rey al que no le importa más que su orgullo, dedica sus esfuerzos a proteger su ciudad y a su hija. ¿Y si ambos elementos tienen relación? Entonces...es posible que solo conmigo metida en la torre mantenga activa la misteriosa protección.

-O tal vez la defensa caiga si vos morís. Sea como sea se trataría de magia, y yo no creo en ella.

-¿Cómo sino es posible que nadie haya atacado a mi padre en todos estos años? Si lo que decís es cierto.

-Desde luego no es por su ejército. Pero tampoco es por que tu padre sea un mago, es tan absurdo como pensar que yo soy caballero.

-Pero tendría sentido ¿Os dais cuenta de que si alguien se entera de que soy libre, sus enemigos no dudarán en ir a por mí?

-Pero nadie se enterará. Vuestro padre lo mantendrá en secreto, igual que sus caballeros. Y como comprenderéis yo no pienso decir nada.

-¿Y qué pasa con mi contratista?

-Diría que no tiene interés en mataros ni entregaros, aunque no estoy seguro al cien por cien de ello.

-Entonces...¿podría zanjar la guerra sacrificándome? ¿Podría ayudar al reino?

-Creo que lo único que conseguiríais sería cabrear a vuestro padre provocando que su enemigo saliese victorioso, siendo él quien gobernase a su antojo un reino que seguirá durante mucho tiempo decadente.


-Es más de lo que hasta ahora he podido hacer...Hasta ahora jamás me imaginé que mi ciudad estaba protegida por algún tipo de...encantamiento, siempre pensé que mi padre tenía buenos aliados. Realmente hasta hace dos años esas cosas no me preocupaban, pero según fui creciendo me intrigaba saber porque nunca éramos atacados. El hecho de no saber nada sobre historia me hacía creer que todo iba bien sin más, y que mi padre era poderoso.


-Bueno, como os digo es pronto para adelantar que se trata de magia, tal vez sea alquimia. Es posible que aprovechando las facultades de algún material obtenido por vuestro padre, de alguna forma, pudiese repeler a sus enemigos. Pero eso os sacaría de la historia, lo cual tampoco es descabellado, tal vez vuestro padre os quería tener controlada porque os amaba demasiado y sabía que su enemigo no dudaría en ir a por su punto más débil.


-Mi padre no me quería...bueno sí, me quería como a un objeto. Apenas iba a verme y casi ni se molestaba en hablar conmigo. Pero lo que dices podría ser la respuesta que llevo buscando durante años. Tal vez solo media respuesta, pero suficiente. Es posible que mi papel fuese mantenerme en la torre para asegurar la defensa de la ciudad. Era tan sencillo y tan obvio y a la vez tan ilógico y complicado de deducir... Pero entonces, ¿por qué mi padre dio media vuelta aquel día cuando le amenacé con suicidarme? ¿Por qué dijo que ya era suficientemente mayor para decidir si quitarme la vida con ese cuchillo?


-Vuestro padre os conocía demasiado bien, sabía que no sois de las que se rinden y que os tomarías sus palabras como una provocación. Tengo entendido que le atacaste.



-Hijo de puta...si no hubiese sido tan impulsiva, si hubiese pensado y controlado mi ira podría haber acabado con todo, con mi sufrimiento, con el reino y con mi padre...hubiese sido tan fácil



-Es una lección que os vendrá bien en este momento. Has de esforzarte en controlar tus impulsos, os pueden llevar a errores de los que os arrepentiréis toda vuestra vida. Aunque por otra parte, suicidaros solo hubiese servido para joder a vuestro padre y joderme a mí, mi misión y mi negocio.


-Yo era el escudo de mi padre...nada más.-La princesa no hizo caso a las palabras del mercenario.



-Es extraño, pero posible. Y ya da igual, pues de ser así ese objetivo lo habéis fallado, ahora tenéis objetivos propios, considero que más importantes.


-Vivir amargada para que unos desgraciados puedan vivir tranquilos...si ese era mi objetivo me alegro de no haberlo cumplido. Si he de morir lo haré luchando y viviendo por mí misma, aunque le cueste la vida a cientos de personas que realmente me importan una mierda.


-Insisto en que es una teoría, y una no muy razonable. Tal vez fuese una creencia de vuestro padre enloquecido. Qué más da ahora. Nuestra única preocupación es llegar sanos y salvos al hombre que me contrató.



La princesa comenzó a sentir las piernas muy cansadas, los pies le pesaban una barbaridad y los tenía más fríos que en toda su vida. Estaba amaneciendo, y junto al sol que apenas podía verse entre la gran nube, aparecían las primeras gotas de lluvia. La nube había pasado la noche viajando junto a ellos y por fin se había decidido a descargar. Antes de que el sol pudiese alzarse en lo más alto del cielo la lluvia ya era torrencial. Parecían no avanzar, la princesa ya ni siquiera veía por donde pisaba, pues caminaba con los ojos entrecerrados y cubierta de agua hasta las pestañas a pesar de llevar la capucha, apenas podía ver al mercenario que no dejaba de toser y estornudar. Llovía demasiado como para cazar, así que se conformaron con unas frutas que se habían guardado. La mañana se hizo eterna. Fue duro caminar mientras se hundían en el barro, bajo una lluvia tan intensa...bien era verdad que esta vez no les perseguía nadie, por lo menos no de cerca, pero también era verdad que no contaban con el caballo del mercenario.


Cuando se acercó nuevamente la hora de comer, aprovechando que llovía más débilmente, el mercenario decidió dar caza a algún animal que encontrasen. Desenfundó la espada lentamente, buscó con la mirada sin mover un músculo, tosió, se agachó con presteza, estornudó, avanzó con cuidado, se colocó tras un árbol, volvió a estornudar espantando al pequeño animal que se disponía a cazar. Buscó una nueva presa. Unos minutos más tarde volvió a moverse muy lentamente hundiéndose más a cada paso que daba. Esperó el momento oportuno para abalanzarse contra su nueva presa. Esperó, tosió y gruñó maldiciendo la inoportuna tos. Había perdido la posibilidad de comer algo de carne aunque fuese cruda.  Se levantó resoplando, se giró malhumorado, envainó la espada y siguió tosiendo entre maldiciones. Dirigió sus pasos hacia ella, pero enseguida tuvo que detenerse. Tosió otra vez, y una vez más, no podía dejar de toser. La miró entre violentas toses y finalmente se desplomó hundiendo su pecho y su cara en el frío barro. Ella gritó y corrió hacía él.

Él estaba ardiendo, ella estaba helada. No sabía que hacer, como reaccionar. Le agitó, le golpeó, le suplicó y le susurró palabras que jamás había pronunciado, pero él no reaccionaba. El hombre que tenía respuesta para todo y que se reía del mundo se encontraba en silencio, a merced de la muerte que esta vez era ella quien parecía sonreír. La princesa no podía hacer nada por él allí, entre barro y árboles, bajo la lluvia. Finalmente optó por arrastrarle, por una vez no sería ella la carga. Continuó en la dirección en la que viajaban. Se movía como podía llevando el cuerpo del mercenario hundido en el barro. No podía morir así, no podía ser una fiebre lo que le llevase de ese mundo. Si ella había sobrevivido al río él tenía que sobrevivir a eso. Si perecía después de todo lo que había vivido y a lo que había sobrevivido no quedaría nadie para reírse de ese chiste sin gracia que una vez más la vida estaba contado, un chiste de mal gusto dirigido esta vez al mercenario que no podía reírse. No sabía que pasaría si tardaba más tiempo, pero no podía hacer mucho más que arrastrar el cuerpo febril del único hombre que había amado. Decidió arrastrarle cogiéndole de los hombros en vez de los tobillos para que su cabeza no se hundiese en el barro. Al llevar más peso el barro la llegaba hasta las rodillas, pero no podía detenerse. Avanzar requería de un esfuerzo sobrehumano y un tiempo del que no disponían. Parecía que había descendido con él a los infiernos, caminando entre mierda, frío, humedad, miedo, pena y dolor. Un camino que no hacía más que aumentar el odio que sentía hacia mundo que se reía de ella y que la abofeteaba violentamente en la cara, aun estando lejos de esa torre, como si fuera uno de esos caballeros.

Sintió ganas de desenvainar la espada del mercenario para cortar la lluvia, perforar los árboles, destrozar los animales y golpear el barro, sintió ganas de dejarse hundir en él permitiendo que los esqueléticos brazos de aquella a la que llamaban muerte saliesen de ese barro para agarrarlos a los dos...si lo hacía sería la muerte la que tendría que cargar con el peso. Pero ella siguió caminando, pensando en la criada, en su padre y en el mercenario que arrastraba como podía. Ya aceptó una vez la muerte, pero lo hizo por él. Actuó por algo similar al amor, y la muerte la dejo escapar, como si repudiase esos sentimientos en su mundo. Empezaba a pensar que fue la muerte en persona, aquella figura que había visto dibujada de mil maneras similares en algunos libros, con una mugrienta capucha ocultando su calavérico y sonriente rostro, la que la había sacado de las profundidades del río.
“Si mueres será invadida por el asco, la pena y el dolor que generan este mundo, no por el amor” se imaginaba a la muerte pronunciando esas palabras.

Por eso ahora no soltaba al mercenario, porque hacerlo sería dejarse llevar por el asco, la pena y el dolor, sería dejar que la muerte saliese victoriosa una vez más. Si esta vez no se rendía era precisamente por lo mismo por lo que la otra vez lo había hecho. Cada vez le costaba más tirar de su hombre. Veía la esquelética figura del mugriento juez encapuchado agarrando los pies del mercenario, tirando con fuerza para evitar que ella consiguiera salvarle. Lo veía claramente bajo la lluvia, igual que veía al mercenario inconsciente. Sabía que la lluvia y el cansancio también estaban haciendo mella en ella y su cordura, por eso, por un momento, sonrió como lo hacía siempre él. Esa figura era producto de su mente, una mente que ella controlaba, una figura cuya existencia dependía de ella, una lucha que solo dependía de ella...le hizo mucha gracia. Sonrió mirando a la muerte allí presente, que bajo su capucha, frunció un ceño que no tenía y se esfumó. La princesa arrastró con más fuerza al hombre que la había salvado, avanzando con más velocidad y convencida de que llegaría a aquella granja.


Había pasado toda la tarde caminando con él a rastras, sin saber si iba bien encaminada, sin saber si debía intervenir de alguna manera. Después de varias horas infernales bajo la lluvia, sobre el barro y con la muerte todavía en ocasiones danzando a su lado, la princesa había llegado a la granja que el mercenario había mencionado.


-¡AYUDA! ¡POR FAVOR, AYUDA! ¡VA A MORIRSE!-Nadie salía en su busca. Pudo ver un establo, un granero, un corral y una casa. Parecía estar abandonado, pero le pareció ver caballos moverse en el interior del establo.-¡POR FAVOR!

La princesa llevó el cuerpo del mercenario hacia la casa, cuya puerta golpeó con impaciencia esperando que alguien saliese. Y finalmente así fue. Un hombre fornido, con poco pelo en la cabeza y espeso bigote salió entreabriendo la puerta con cara de asustado.

-¿Quién eres? ¿Qué necesit...?

-¡No importa! ¡Se va a morir! ¡Necesitamos refugio y medicinas!

-Tranquila muchacha, pasa, pasa, rápido.

La princesa fue ayudada por el granjero a arrastrar el cuerpo del mercenario al interior dejando un rastro de barro sobre la madera. Una mujer de cabello sucio, moreno y recogido en un desastroso moño, se encontraba observándoles sentada junto a una mesa con algo de comida en los platos y la boca manchada de grasa.


-¿Les conoces?-Preguntó con cierta intranquilidad la mujer.


-Pues no, pero no querrás que les dejé ahí fuera con la que está cayendo otra vez.-Le respondió el hombre dejando al desconocido en el suelo.


-No, lo que no quiero es que nos roben otra vez.-La mujer se mostró un tanto malhumorada.


-Vamos, cariño, no seas así hombre. Que es una jovenzuela y un pobre hombre sin ropa para ocultar su torso, no me extraña que haya enfermado.


-Deberíamos matarles ahora que estamos a tiempo y quedarnos con sus pertenencias.-Sugirió uno de los jóvenes que también estaban sentados junto a la mesa.


-¡Tú siempre tan burro! No hará falta ser tan extremista, hombre, somos tres contra uno.-Respondió el que parecía su hermano.


-¿Cómo que tres contra uno? ¿Y mamá y yo? Además ellos son dos idiota.-Se quejó una chiquilla de más o menos la misma edad que el segundo joven que había hablado.


-Sí, pero no sois más que mujeres.-Respondió, parecían hermanos-.Podéis tiraros de los pelos si queréis, pero así no vais a solucionar nada.


-Y tú no eres más que un granjero idiota que perdería incluso contra un enfermo como ese hombre.-Se burló su hermana.


-¡Por favor! ¡No os haremos daño! ¡Solo necesitamos vuestra ayuda! Algo con lo que tratar la fiebre.


-No tenemos nada, pero, para vuestra fortuna, nuestro hijo mayor fue hace un par de días a recoger toda la ulmaria posible para esta época.

-¿Ulmaria? Recuerdo que era una planta, pero...dime que puede ayudarle.-La princesa no podía evitar mostrarse preocupada y ansiosa.


-Tranquila niña, la ulmaria, en efecto, es una planta de la que se extrae una sustancia perfecta para combatir la fiebre. Si salió hace un par de días a por ella fue porque no teníamos reservas y la temporada de lluvias ya ha llegado. Somos gente que trabaja en el campo en condiciones muy extremas, nos ponemos enfermos más de una vez, así que necesitamos de estos remedios.-Explicó amablemente el hombre.


-¿Tardará mucho vuestro hijo en volver con el remedio?


-No lo creo, una vez encuentre la ulmaria no debería tardar demasiado en recorrer el camino de vuelta, viajó hacia un río no muy lejos de aquí.

-¿Un río?

-Sí, cerca de los ríos y en lugares húmedos es donde crece la planta que buscáis.


-De haberlo sabido nosotros mismos hubiésemos recogido algo de esa planta.


-De nada sirve lamentarse, le llevaré al cuarto de nuestro hijo mayor. Prepara unos trapos húmedos para poner en la frente-.Le pidió a su esposa


La mujer miró a su esposo poniendo gesto de desacuerdo, pero el hombre solo la miró arqueando las cejas y agitando la cabeza, llevando al mercenario a la habitación mencionada ayudado por uno de sus hijos. Colocaron al enfermo en la cama y esperaron a que la mujer llegase con el trapo húmedo y frío para ponerlo en su frente.

-¿Qué más podemos hacer?- La princesa parecía tan preocupada como frustrada.

-Nada...solo esperar.-Le respondió el buen hombre.

-Bien...gracias por la ayuda.-En ese momento se sentía mal por haberse planteado con el mercenario asaltarles.

-¡No las des, hombre! Cualquiera hubiera hecho lo mismo.

Parecía que por el mundo sí se podían encontrar personas decentes que prestaban su ayuda.

-No...cualquiera de las personas que he conocido no lo hubiese hecho.

-Bueno. Ven a comer algo con nosotros, estarás hambrienta.

-No, no te preocupes...gracias. No estoy hambrienta, prefiero quedarme con él.

-Como quieras. Pero deberías secarte y limpiar ese barro. Puedes dormir en la misma cama que mi hija, con ella.

-Gracias de nuevo, pero prefiero pasar aquí la noche.

-No insistiré, pero no puedes hacer nada y necesitas descansar, así que no seas tonta.


Cuando el hombre abandonó la pequeña habitación pudo oír murmullos entre los familiares que les acogieron. Parecían estar discutiendo. A la princesa no la importaba, habían sido muy afortunados después de todo. Tal vez si la fiebre no hubiese azotado al mercenario no hubiesen tenido tan fácil alojarse allí...tal vez tendrían que haber luchado y hacer algo terrible. ¿Lo hubiese permitido? Lamentaba pensar que si el hambre, el frío y la lluvia eran tan intensos como hasta ahora...sí, pues pasado el susto, comenzó a sentir el estómago vacío, una sensación más incomoda de lo que había pensado.


Pasó varías horas sentada en la incómoda silla de madera junto a la cama donde reposaba el mercenario inconsciente, pensando en todo lo que había sucedido, todo lo que habían hablado y en todo lo que había sentido. El silencio de la habitación le recordó al de su torre, pero este silencio era mucho más relajante, el merecido descanso tras una dura tormenta, pero le asustaba pensar que el silencio se apoderase del mercenario eternamente. La llama de la vela se movió ligeramente mientras una sombra se cernía sobre ella.

-Joven, te traigo un plato de puré de patata que ha hecho mi esposa, con las lluvias y la repentina bajada de las temperaturas parte de la cosecha se ha estropeado, pero esto es mejor que nada.

-Gracias, no os teníais que haber molestado. Ya habéis hecho suficiente por nosotros.

-No es molestia, las pocas veces que pasa gente por aquí es para intentar robarnos, se agradece recibir buena gente de vez en cuando.

-Sí...me imagino.-La princesa evitó mirarle a los ojos.

-Y perdonad a mi familia, se ha vuelto muy desconfiada.

-Es lógico, no tenéis porque disculparos “su desconfianza hubiese sido útil si el mercenario hubiese llegado sin fiebre”.

-Espero que mañana por la tarde mi hijo ya esté aquí.

-Yo también lo espero...-La mujer miró una vez más a su acompañante inconsciente.

-No os preocupéis, por lo menos se mantiene estable, y aunque no es el lugar más caliente que podáis encontrar, es mejor que estar allí fuera.


-Gracias...una vez más.


-Come y descansa, también te he traído ropa de mi hija, seca y caliente, ya sabes que su habitación está disponible para ti. La chiquilla agradecerá tener compañía femenina entre tanto bruto.-Dijo sonriendo ampliamente.

-Ya veré...-Intentó devolverle la sonrisa consiguiéndolo a duras penas

-Que descanses.-El granjero abandonó la habitación dejando pasar de nuevo al triste silencio que parecía estar dispuesto a acompañarles toda la noche, interrumpido solo por las pocas veces que la cuchara se deslizaba por el plato para llenar el estómago de la princesa, que no asimilaba bien la comida a pesar del hambre.


Dos horas después lo único que había pasado era el tiempo. Allí seguía el mercenario, inmóvil con los nuevos trapos que le había puesto la princesa sobre la frente y allí seguía ella, con la espalda molida y las piernas sobrecargadas, sentada en esa silla de madera, con pensamientos que ya la estaban agotando. Pensó en una cama, en taparse y en dormir, pero la idea de dejar al mercenario allí solo no le gustaba. Aunque si se despertaba podrían oírlo, pues las habitaciones estaban muy juntas unas de otras. Además, hablar con otra mujer como hablaba con aquella criada le vendría bien.

Se levantó despacio, y se movió hacia una de las habitaciones desde la que oía fuertes ronquidos. No creía que la hija de aquel granjero produjese esos sonidos mientras dormía. Se dirigió a otra habitación con la puerta entreabierta. Se acercó y se asomó con cuidado para comprobar que en ella dormía aquella chiquilla. Respiraba profundamente bajo las mantas que ascendían y descendían sobre su cuerpo cubierto por un simple vestido de lana con el que dormía y unas calzas que la cubrían media pierna, pues a pesar del frío una de sus piernas sobresalía hacia fuera y pudo verlas.


La princesa se aproximó y se metió con sumo cuidado junto a la chiquilla que dormía tranquilamente. Le cogió la pierna y se la metió delicadamente hacia dentro para poder meterse ella. Cuando por fin estaba en la cama cogió un poco de manta y se quedo boca arriba, con la nuca apoyada sobre la almohada. La cama le recordaba a la torre, pero esa cama de paja, bajo un techo de madera con alguna gotera, con el olor a madera húmeda mezclado con el del puré, con una extraña a su lado y un hombre con fiebre a unos metros de ella, era mucho más reconfortante que la cómoda cama de plumas en la que había dormido durante veinte años entre lino y perfumes.


-Hoy no quiero...vete a tu cama, si no valgo para luchar tampoco para follar.-Estaba adormilada, pero parecía no hablar en sueños.

La princesa se quedó callada e inmóvil, no supo qué hacer o qué decir.

-Además, ayer me quedé helada tras hacerlo...La próxima vez que lo primero que hagas al entrar sea quitarme las calzas y abrirme de piernas te demostraré que no hace falta saber manejar una espada para que me respetes...aunque ya es todo un logro que hoy te hayas preocupado de meterme primero la pierna en la cama y no tu polla en mí...-La joven se paró en seco, se giró y soltó un grito ahogado-¿Qué haces tú aquí?-Preguntó nerviosa sin dejar de susurrar.


-Creí que tu padre te habría...

-¡Pues no, no me ha avisado! ¡Joder con el viejo!

-Si esperabas a alguien puedo irme.

-No...no le espero, viene él cuando quiere, y a veces voy yo.

-Tienes suerte.-La princesa supo que no debía decir aquello, de hecho es algo que hace no mucho ni hubiese pensado.

-¿Por qué?-Preguntó extrañada la hija del granjero.

-Por tener a alguien que te caliente la cama...Y más en una granja como esta, en la que parece que no tienes a nadie más cerca que a tus...-La princesa se hubiese puesto la almohada sobre la cara para obligarse a cerrar la boca.

-¡Mierda! No digáis nada, os lo pido por favor.-La joven parecía querer morirse en aquella cama.

-Nnn...no, no te preocupes, no me incumbe con quien te acuestas.

-Bien...pues...durmamos.-La chiquilla se giró hacia el otro lado.

-Sí...durmamos mejor.-A la princesa le entró mucha curiosidad por conocer más detalles, pero no era asunto suyo, así que también se giró dispuesta a dormir.


Después de unos minutos se dio cuenta de que no tenía tanto sueño como pensaba, con estar sobre esa cama acompañada se conformaba. Deseaba volver a hablar con su joven criada nuevamente. Ahora que tenía otra perspectiva sobre el amor le gustaría hablarla sobre sus sentimientos actuales. Pero hablarla sobre el hombre de la que ella también se enamoró, que la engañó y la mató no sería fácil. Para enamorarla el mercenario había usado fáciles trucos de adulación que distaban de lo que había hecho para enamorarla a ella. Su criada fue más tonta de lo que pensaba, había caído en una trampa a pesar de que ella misma la había dicho que el amor no era duradero y que el placer estaba únicamente en el sexo. Había tenido sexo con aquel mercenario, sí, pero no dudó en dejarse caer sobre sus brazos, lo que fue lo mismo que dejarse caer sobre los brazos de la muerte. Y todo para que ella fuese libre, para que ella amase al hombre que la violó, ultrajó y destrozó...era injusto.


Esta vez no vio a la muerte, sino a la joven criada, todavía desnuda y con el mismo hilo de sangre seca deslizándose desde su entrepierna hasta los tobillos, junto a la puerta, mirándola. La princesa contuvo la respiración y se giró hacia la hija del granjero.

-Ten cuidado con quien metes en tu cama.-No pudo evitar decir.

La pequeña campesina tampoco parecía poder dormir.

-Oye, dijiste que no era asunto tuyo. Además ¿por qué lo dices?

-Yo...nada, es mejor que no hable.

La campesina se giró.

-Te hemos acogido aquí sin saber nada de ti o tu acompañante, estás durmiendo sobre mi cama y encima sabes lo mío con mi hermano, lo justo es que tú también me desvelaras algún secreto, eso me ayudaría a dormir tranquila. Haremos un pacto de mujeres, mi secreto por el tuyo.

La princesa la miró, en principio con desconfianza, para sonreír después. No veía maldad alguna en esa niña y tener una amiga a la que confiar sus secretos como a su criada, la reconfortó.

-Está bien, tus secretos por los míos. Te contaré mi historia si tu me cuentas la tuya.

-Solo si me la creo.

-No lo harás.

-Mientras no haya dragones ni héroes no tengo porque desconfiar de ella.

-No, mi historia no tiene dragones ni héroes, solo demonios y princesas.

-No vas bien. No me digas que procedes de un cuento de princesas.

-Procedo de un mundo tan real como el tuyo. A diferencia que tú nunca he tenido que trabajar, ni he pasado hambre...pero tampoco he tenido una familia como la tuya, ni un padre que me cuidase, ni un hombre que me quisiese. He vivido envuelta en mentiras durante veinte años, rodeada de demonios encarnados en cuerpos humanos que decían protegerme, pero que disfrutaban torturándome física y mentalmente. A mí, su princesa. Una princesa que nunca he querido ser.-La joven miraba con incredulidad a su nueva compañera de cama.-Es una historia de princesas sin príncipes, sin besos, sin finales felices, tal vez sin un final. Una historia donde solo existen la locura, la violencia, los engaños y la muerte. Una historia que tal vez no quieras conocer.


-Es una historia triste, sin duda...¿de verdad es tu historia? Creo que prefiero que me digas que sois saqueadores que antes de iros intentaréis robarnos.

-Y lo somos...en cierto modo. Quiero que confíes en mí como yo voy a confiar en ti.-La campesina afirmó muy seriamente.-Soy una prófuga que todavía no sé si he sido rescatada o raptada por un mercenario con el que he creado un vínculo mediante un objetivo común. Huimos siguiendo el único camino que ambos podemos seguir y luchamos por sobrevivir, aunque haya que hacerlo saqueando a los únicos granjeros que vemos en días de viaje.

La princesa le contó la historia con todos los detalles necesarios para entenderla, explicándole lo que la había llevado hasta allí e incluso lo que sentía por aquel hombre.


-Así que tu eres la princesa de la que hablan las historias. Y además eres la encarnación de mis sueños...-fue lo único que dijo la muchacha tras escuchar la historia-.Siempre he deseado salir de aquí, conocer mundo y luchar por mí misma, demostrando a mis hermanos y a mi padre que una mujer puede ser tan fuerte como un hombre.


-Yo solo lo estoy consiguiendo porque un hombre confió en mí. Demuestra a tu hermano lo que puedes llegar a ser y él te ayudará a mejorar.


-Quiero mucho a mis hermano, tal vez porque es al único hombre, a parte de mis otros dos hermanos y mi padre, que conozco. Me protege, me hace sentir bien, no lo niego, pero no sabe defenderse, le encanta hablar sin pensar.

-No hablo solo de luchar. Puedes demostrar tu utilidad más allá de las tareas que tu padre os encomienda a tu madre y a ti. No quieras cambiar tu vida ni viajar lejos, tienes la mejor vida que se pueda tener en este mundo, solo tienes que esforzarte en que te valoren un poco más en tu día a día.

-Lo haré.-Respondió con una sonrisa la campesina.-Tú me has demostrado que se puede, aunque conociéndoles no será fácil.

-Y...bueno...¿Cómo empezaste a...? Ya sabes.-La princesa mostró su sonrisa más pícara.


-Es difícil de explicar...simplemente comencé a sentirme muy bien cada vez que estaba con mi hermano, a pesar de que era un poco burro, siempre me protegía y me defendía cuando discutía con mis otros hermanos o mi madre, tal vez por eso mismo, porque me considera más débil como mujer. Y aunque a veces me enfadaba con él y su sobreprotección, me hacía sentir bien, querida. Un día se despierta un interés inexplicable sobre tu cuerpo y comienzas a...

-...experimentar, sí, lo sé de buena mano.

-Nunca mejor dicho.-Ambas rieron más fuerte de lo que hubiesen deseado a esas horas de la noche.

-El caso es que un día te cansas de experimentar contigo misma, te haces preguntas y sientes cosas. A mi hermano le pasó algo parecido...Una mañana de verano, cuando tenía yo trece años y el catorce, no podía dejar de mirarle mientras trabajaba, él se dio cuenta. Entonces, una noche de tormenta a los pocos días... sucedió. Una tormenta casi se lleva por delante la casa y a nosotros con ella cuando yo era una niña, por lo que me aterrorizan. Por eso desde que somos niños, cuando hay una, mi hermano y yo dormimos juntos. Yo estaba temblando en la cama con él abrazándome cuando noté un pequeño bulto tras de mí y un cosquilleo por mi entrepierna. Me giré para verle y no pudimos evitar besarnos. Esa misma noche lo hicimos por primera vez en esta misma cama, tuve que esforzarme mucho en ahogar mis gritos para que mis padres no se enterasen y a partir de esa noche nos vemos a altas horas con más frecuencia. Aunque supongo que la magia en parte se ha roto, a veces se limita a entrar y a comenzar él solo, conmigo todavía dormida...también he de decirte que no me importa despertarme sintiéndola dentro, a veces hasta me hace gracia, pero hoy me enfadó su comentario y por eso no se lo hubiese permitido.

“El amor no es como en los cuentos, tiene caducidad, después se puede convertir en simple cariño…o incluso odio” -Había recordado la princesa. Lo que la hizo mirar de nuevo hacia la puerta, la criada ya no estaba. Volvió a la conversación.


-¿Y como hacéis para evitar...?

-Le obligo a que acabe fuera. Y digo obligo porque es demasiado imbécil como para pensar en las consecuencias mientras lo estamos haciendo. Un día yo misma me dejé llevar y no le aparte, cuando lo sentí en mi interior creí morirme, por suerte no quedé embarazada.-La princesa miró a su alrededor un poco asqueada, estaba tumbada sobre el lugar en el que más de una vez habían acabado los fluidos de aquel muchacho-.Como ves, mi historia no tiene demasiado encanto ni el atractivo de la tuya.

-Seguro que más de uno no estaría de acuerdo con lo que acabas de decir.

-Y tú entonces, por lo que me has contado, eres...

-¿Virgen? Sí. Y después de narraciones como la tuya no sé si lamentarlo.


-¿Pero ni siquiera con el pedazo de hombre que has metido en nuestra casa?

-Ni siquiera, y jamás lo haré con él. No sé con quien será mi primera vez, pero...es cierto que con mis dedos ya empieza a no bastar.-Ambas rieron de nuevo, aunque entre las risas no pudo evitar pensar en el contratista. Si era un hombre... seguro que querría llevarla a la cama ¿qué haría ella en ese caso?


La mañana llegó más pronto de lo que a la princesa le hubiese gustado. No necesitaba dormir, era la conversación que había tenido lo que la había dejado descansar mejor. Lo primero que hizo fue entrar a la habitación del mercenario que parecía no haberse movido en toda la noche. Después desayunó junto a la mujer del granjero, que no le dirigió la palabra en ningún momento. Había amanecido con el cielo nublado, pero sin lluvias, así que el granjero y sus hijos intentaban salvar alguna cosecha y dar de comer a los animales. La joven campesina se encargaba de los caballos, se había levantado varias horas antes que ella y por lo tanto con el doble de sueño. Su padre no parecía querer regañarla porque sabía que finalmente había decidido aceptar la petición de dormir con ella.

Se preguntaba que pensaban aquellos humildes campesinos sobre el incesto. A ella la habían contado que en todo el reino estaba penado con la muerte del varón y por supuesto del hijo engendrado si es que se engendraba hijo. A la mujer se la cortaba el clítoris para que jamás disfrutara con una relación sexual. Era de las pocas leyes que se ejecutaban de igual manera en todo el reino, por lo que la habían dicho. Todavía no entendía por qué. Son dos hermanos que se quieren y que demuestran su amor en la cama. Si se amaban ¿qué había de malo?. También había oído que los hijos eran engendros de la naturaleza que nacían con deformidades físicas y mentales y que los dioses no querían que dos seres de la misma sangre la mezclasen. Pero en el mundo había engendros peores que esos niños, engendros no nacidos de un incesto que ahí seguían, dando por culo.


La mañana avanzó con rapidez, tal vez porque se levantó tarde. Preguntó si podía ayudar en algo, pero evidentemente la dijeron que no, no sabía si porque era una huésped o por que la consideraban una inútil. Tampoco la mujer le permitió ayudarla en las labores de la casa. Así que se metió en la habitación del mercenario, le cambió los paños que de madrugada ya le había cambiado el granjero, comprobó que le había bajado un poco la temperatura y le dio un poco de agua como pudo. Después se limitó a esperar a que sucediese algo. Y simplemente esperó, porque lo único que sucedió fue que llegó la hora de comer.


Estaba seguro de que la familia guardaba carne de algún tipo y mejores verduras de otras cosechas anteriores, pero la esposa del granjero no parecía dispuesta a malgastar la comida mientras ella estuviese allí, así que se conformó con comer unos rábanos con zanahorias asadas y un poco de pan. Casi comía mejor viajando por el bosque. El silencio era inaguantable, pero era mejor que hablar sobre lo que no quería.


-No quiero ser maleducado, pero...¿se puede saber hacia donde os dirigíais?-Preguntó finalmente el granjero.

-A la ciudad más cercana...

-Ya veo. Pues os podemos dejar un caballo cuando partáis.

-Si el otro no las espicha, claro.-Saltó el hijo más pequeño, cuyo padre le llamó la atención.

-En cuanto el mayor llegue se recuperará, no te preocupes.-Quiso tranquilizarla el granjero.

-¿Quienes sois?-Preguntó con curiosidad su hijo mediano. La princesa no supo que responder.

-¡A ti que te importa! Le dijo su hermana. Con que sepas que no son saqueadores es más que suficiente.

-¿Y tú como lo sabes, hermanita?

-He dormido con ella y no me ha dado motivos para sospechar. Solo son dos...

-Cazadores con mala suerte.-Espetó la princesa recordando a los dos hombres a los que les cogió la ropa y las armas.


-Eso explica la espada y la daga, pero ¿solo contáis con esas armas para la caza? Creía imprescindible un buen arco.-El granjero la miraba entre sorprendido y desconfiado.


-No si haces buen uso de las armas que llevas...aunque en realidad perdimos el arco en el río al que supongo tu hijo habrá ido a coger la ulmaria.-Mintió de nuevo la princesa.

-Vaya, estáis teniendo una mala jornada. Supongo que también tu acompañante cayó al río junto al arco.

-Sí, por fortuna es hábil y se salvó agarrándose a un árbol de la orilla.-Por una vez no les mentía.

-Me gustaría conocerle, parece un hombre interesante

-Lo es, sin duda.-La princesa miró con disimulo a la hija del granjero. Ambas sonrieron.


Continuaron comiendo en silencio, pero esta vez fue la princesa la que no pudo evitar hacer alguna pregunta.


-No hay ninguna granja por el camino más que la vuestra. ¿Cómo es posible?

-A veces ni yo mismo lo sé chiquilla. Lo único que he hecho a sido trabajar duro desde hace veinte años-los mismos que ella llevaba en esa torre.-La guerra estaba terminando cuando yo decidí construir esta granja...muchos me llamaron loco, pues todavía se veía el humo de las granjas cercanas y se podía oler la sangre de otros campesinos. Pero ya no había motivos para temer nada, hablaban de que la capital del reino se mantenía protegida y ya nadie la atacaba. Sus enemigos no podían hacerse cargo de todos los supervivientes y apenas quedaban hombres entre sus filas. La recuperación fue lenta y la gente fue a vivir a las ciudades. El reino solo tenía un dueño, el caos. Las ciudades menores se mantuvieron apartadas de la contienda y no ofrecieron ayuda alguna, sabían que la calma no duraría demasiado, la defensa de la capital no podía ser eterna y en algún momento la guerra se reiniciaría. El hermano de nuestro rey, un rey que se escondió como una rata, no tenía fuerzas para asediarlas y obligarlas a colaborar. La gente emigraba a esas pequeñas ciudades o los pueblos cercanos, fue una época dura, pues no había suministros para todos y muchos murieron, lo único que hicieron emigrando fue prolongar su muerte.


-Y vosotros fuisteis los únicos en arriesgar a mantener una granja para no depender de nadie a riesgo de que la guerra volviese.-Intentó no mostrarse demasiado interesada en lo que le había dicho sobre el rey...o sobre su hermano. Ahora sabía que era su tío el enemigo de su padre.


-No, desde luego, hay más granjas repartidas por todo el reino, incluso no muy lejos de las zonas azotadas por la contienda, pero no son tan numerosas como antaño. Nosotros estamos cerca de un pueblo, lo que nos ayuda en los momentos difíciles, aunque también nos mantiene cerca de posibles saqueadores, por fortuna son pueblos donde la pobreza actualmente no es extrema y no necesitan robarnos para sobrevivir. En este año solo llevamos dos intentos de robo de unos pobres desgraciados desesperados y el robo de unos cabrones armados que estuvieron a punto de matar a mi pequeña..El padre miró a su hija con gesto cariñoso.


-Vaya, tiene mucho mérito lo que me contáis.

-Vosotros tampoco os quedáis atrás, sois cazadores que os buscáis la vida por vosotros mismos, vendiendo vuestras mercancías supongo que a pueblos o ciudades pequeñas. No es fácil hoy en día, aunque parezca increible, siendo cazador o mercader no se gana tanto como antaño, primero porque no es tan fácil conseguir una buena mercancía que vender y segundo porque en esta parte del reino los mercaderes bien pagados son escasos y todos trabajan para la ciudad impenetrable. Las ciudades pequeñas imitaron a la capital manteniendo una red, pero lógicamente peor pagada que les suministraba solo a ellos. Las arcas de la mayoría de ciudades están más vacías de lo que gustarían y hay que conformarse con poco. La red de mercaderes solo facilitó las cosas a la capital, ellos pagan un gran dinero para contar con las mejores mercancías y en el resto de ciudades se han de conformar con lo justo. Hace no mucho hubo una guerra civil entre los mercaderes que componían las diferentes redes y que protestaban por la situación, querían justicia, que se desintegrasen las redes y las restricciones impuestas por la capital, aunque el conflicto solo duro solo un añosin que se consiguiese nada. Evidentemente los mercaderes de la ciudad impenetrable se refugiaron en la capital, eran un bien muy preciado para el rey, mientras los demás morían y veían a sus familias pasar hambre...un desastre.



-Siempre me he preguntado ¿cómo una ciudad puede mantener una defensa absoluta durante tanto tiempo?-La princesa esperaba encontrar respuesta.



-Es lo mismo que nos preguntamos todos. A estas alturas parece cosa de magia, pero no descarto que sean artimañas políticas. Un pacto entre los hermanos para fingir que los enemigos de la ciudad no podían entrar a la ciudad a cambio de algo que el rey hiciese por su hermano, mientras éste se aseguraba de que nadie más intentase entrar a la ciudad.


-¿Y que iba a ganar el hermano con eso?-Preguntó el hermano más mayor de la sala.-Yo creo que tiene que ser algún tipo de hechizo lo que la envuelve. Como me gustaría poder entrar en ella, aunque fuese solo para contemplar sus muros.

“No te pierdes nada” pensó la princesa. Aunque era cierto que el castillo de su padre era deslumbrante, pero incluso el jade perdía esplendor con el paso de los años.


-¿Os acordáis de lo que dijeron sobre que la hija del rey estaba encerrada en una torre? Seguro que si alguien la rescatase la guerra acabaría.-Dijo entusiasmado el pequeño-.Seguro que es preciosa, con el pelo rubio y muy largo y una sonrisa capaz de romper corazones.


Pocas veces había sonreído la princesa en esa torre.


-Di más tonterías.-Le contestó su hermano mayor-.La guerra está congelada, si la salvasen seguro que lo único que conseguían sería reiniciarla. Además ¿qué tonterías son esas de una princesa encerrada en una torre? Te crees todo lo que nos contaron aquel día, seguro que lo sacaron de un cuento.


-Seguro.-Intentó disimular la princesa-.La hija de granjero notó lo incomoda que se encontraba en ese momento.


-Dejemos de hablar de princesas inexistentes y guerras del pasado, pesados.-Les increpó la joven campesina.


-Para una cosa interesante de la que podemos hablar...-Se lamentó su hermano.


-¡Yo salvaré a esa princesa cuando sea más mayor! -Gritó el hermano pequeño. La princesa no pudo menos que sonreír.



Tras la comida la princesa volvió a la habitación del mercenario, que seguía inconsciente. No supo porque, si fue por la conversación con los granjeros, por ver al mercenario todavía inerte o por lo que la quedaba por recorrer, pero se echó a llorar. Era la princesa de una historia que rondaba por los labios de gente que no sabía nada, la protagonista de una triste historia de guerra que llenaba la mente y los corazones de los más jóvenes de deseos por entrar en ella para cubrirse de gloria, terminar la guerra y conquistar su amor, sin saber que lo único que encontrarían serían miserias, sufrimiento y muerte. Sin saber que ya había un príncipe salvador en esa historia que no era tal y que se debatía entre la vida y la muerte. Ninguno sabía que sus vidas, más o menos asentadas y aseguradas, estaban a punto de truncarse, pues al haber escapado de la torre, cuando la defensa absoluta cayese, quién sabía lo que pasaría en esas tierras, con la guerra, con su padre, con su tío. Con la gente inocente que vivía entre ambas ciudades y que sufrirían directamente las consecuencias.


Fue en ese momento cuando se dio cuenta de lo egoísta que estaba siendo. Los habitantes de su ciudad no la importaban lo más mínimo, pero esa gente, esos granjeros...no podía luchar solo por ella misma, debía hacerlo también por ellos y por gente como ellos a la que no conocía. Por eso no podía permitirse morir...pero tampoco podía volver a ser encerrada. El destino del reino y de sus gentes dependería de los pasos que diese, con o sin su mercenario. Y si lo hacía con él, llegado el momento, solo la victoria en aquel duelo significaría el verdadero éxito, la esperanza en el reino, la salvación de los que, ahora, consideraba su gente.


En el tan habitual silencio de la habitación pudo escuchar relinchos de caballo que no venían de los establos. Oía sus cascos impactar contra el barro que lo ensuciaba todo, acercándose a la casa de los granjeros. La joven campesina entró a la habitación sonriente.


-Parece que llega un caballo, mi hermano por fin ha vuelto y con él su salvación, no tenéis de que preocuparos...princesa.-al pronunciar esas palabras bajó la voz.


La princesa sonrió aliviada. Tras los relinchos escuchó el saludo del padre y tras sus palabras una pregunta que extrañó a la princesa, una respuesta que la tranquilizó y que precedió a un grito cortante ahogado por la sangre. Ambas mujeres se miraron. Al observar por la ventana lateral situada en la habitación del mercenario, en efecto, pudieron ver un caballo parado junto a la casa...y junto a otro caballo. Sobre ellos, dos hombres, uno fornido con el pelo castaño y otro más delgado con el pelo rojo, el primero de rostro serio y el segundo sonriendo groseramente, vestidos con armaduras, empuñando, el más grande, una espada con sangre en su filo y una antorcha con fuego que se movía ansioso por expandirse. Ambos situados sobre el cadáver del hombre que había salido a recibirles. Eran ellos. ¿Cómo habían conseguido más caballos?


La joven campesina parecía aterrorizada. La princesa se puso nerviosa, uno de ellos se dirigía a la casa y el otro hacia los establos, el corral y el granero. Por un momento no supo que hacer. Cuando vio que ambos se aproximaban a sus destinos, desenfundó la daga que le había dado el mercenario y se la dio a la joven.

-Úsala para defenderte.

-Pero no sé...

-No sabes, pero puedes hacerlo. Actúa con cautela, pero no dudes en usarla cuando se presente la ocasión.

-¿Y tú que harás? 

-Tengo que protegerle a él...pero no puedo dejaros solos a ti y tus hermanos.-La princesa cerró la puerta con cerrojo, tapó con las sábanas al mercenario, cogió su espada y abrió la ventana para salir con cautela ayudando a su compañera, mientras el caballero castaño entraba en la casa sin darse cuenta de nada.


-Mi madre...-La joven se detuvo mirando al interior de la casa donde la madre se acercaba a la puerta para observar qué había pasado con su marido.


-Lo siento.-Susurró la princesa, que mientras avanzaba agazapada  contemplaba como el caballero pelirrojo se acercaba al corral, donde el segundo hermano se encontraba observando la escena paralizado.-Asaltaremos por la espalda al pelirrojo, yo le agarraré y tú le cortarás el cuello con la daga que te he dado, después yo correré a la casa para intentar salvar a tu madre y a mi acompañante, el otro tardará un rato en dar con él. Juntos podemos hacerlo ¿vale? Confía en mí, y lo más importante, confía en ti.-Tras sus palabras se dirigieron con cautela hacia su despistado enemigo.

Cuando vio a su hermana dirigiéndose hacia el caballero que se encontraba frente a él, pareció que la sangre le hubiese vuelto a la cabeza, no dudando en coger un palo de madera preparándose para hacer frente a su enemigo. El caballero pelirrojo saltó el corral y se acercó más al muchacho.

-¿Habéis visto a alguna princesa descarada pasar con un mercenario desvergonzado?-Preguntó el caballero educadamente.

-Lo único que he visto es como habéis matado a mi padre ¡cerdos!

-Mira quien fue a hablar metido en un corral.-El pelirrojo sonrió y alzó la espada.

-¡No por favor!-La campesina no pudo evitar gritar al ver a su hermano en peligro. El asalto por la espalda y en silencio que había planeado la princesa se habían ido al garete.

-¡Anda mira! Si es la princesa acompañada de una puta a la que me follaré tras matarla.-El caballero mostraba un gran entusiasmo ante la escena que tenía frente a sus ojos.

Ante esas palabras el hermano se enfureció, y aprovechó que su enemigo había girado la cabeza para asestarle un golpe con el palo.

-¡No pienses en follarte o matar a mi hermana mientras yo esté aquí!

El caballero se giró con el pelo más rojo de lo normal y con solo media sonrisa en su rostro, una sonrisa acompañada por unos ojos de loco llenos de furia que nada tenían que ver con los del mercenario. Cuando el joven asestó un segundo golpe con el palo, el pelirrojo solo tuvo que realizar un rápido movimiento con la espada para partirlo en dos junto a una de sus manos.

La hermana se quedó helada al contemplar la escena. La princesa se sintió inútil y el caballero castaño salió de la casa al escuchar las palabras de su compañero.


-Ya no hace falta que busques más. Puedes quemar ese montón de madera, la princesa ya está con nosotros y necesitaremos una hoguera para que los cadáveres no huelan tan mal.


El caballero fornido acercó la antorcha que portaba a la casa, que empezó a arder. Junto a ella ardía la esperanza. A un lado tenían el fuego que consumía el esfuerzo y los sueños de una familia, y los objetivos que había forjado con su compañero, al otro la sangre que empezaba a manchar los cuerpos de los inocentes. Tenía que volver a la casa para sacarle de allí, pero también tenía que ayudar a los hermanos y proteger a la muchacha. Estaba rodeada.

El joven del corral cayó hacia atrás con media mano amputada y el rostro pálido. Alzó la mirada con todo el miedo que se puede reflejar en unos ojos para contemplar la espada del hombre que había amenazado a su hermana y amante aproximarse a su abdomen, del que empezó a salir demasiada sangre.


-¡NOOOOOOO!-Su joven hermana cayó de rodillas sobre el barro, con los ojos fijos en el cuerpo de su hermano, sin respiración y con el rostro cubierto de lágrimas.

El caballero se giró y salió del corral.

-Ha sangrado tanto como el cerdo que era.-Comentó el caballero-. Permíteme que primero me encargue de tu amiga, querida princesa.


-¡Levántate! ¡Honra su muerte! ¡Demuéstrale ahora lo que siempre quisiste demostrarle! ¡Lucha junto a mí!-La joven, todavía sin respirar, con la mirada horrorizada, las lágrimas cayendo sin control y empuñando la daga sin dejar de temblar, se levantó. Miró al asesino de su hermano e ignoró el consejo que le había dado la princesa antes de salir de la casa.


Lanzó un grito desgarrador y se abalanzó contra el pelirrojo mientras alzaba la daga hacia su pecho. El caballero la agarró por el antebrazo, la dedicó una sonrisa y con la mano de la espada le dio un fuerte golpe en la cara con la empuñadura que la tiró al suelo.


-Granjeros intentando defenderse...es tan patético.-Se mofó mientras se acercaba al cuerpo tembloroso y sollozante de la muchacha tirada en el barro.

La princesa agarró con firmeza la espada del mercenario dispuesta a situarse frente a la joven que se juró proteger, pero el fornido caballero castaño estaba ya junto a ella preparado para asestarla un golpe que la dejaría inconsciente y que esquivó por poco. La princesa había dejado tras ella el granero y a su izquierda el corral, el cadáver de aquel pobre muchacho y una escena que no quería contemplar. La del caballero pelirrojo acercándose a la joven con la que había compartido cama y palabras reconfortantes esa misma noche y que, mientras intentaba levantarse, era atravesada en la garganta por la espada de ese desalmado.


La princesa no podía evitar temblar de ira y de miedo mientras derramaba lágrimas contenidas. Tenía frente a ella al caballero castaño, que esperaba el momento oportuno para atacar mientras ella retrocedía metiéndose en el granero.


-Solo queda la princesa ¿te encargas tú de ella mientras yo acabo lo que he empezado?- Oyó decir al pelirrojo.

-¡Como quieras!-Le respondió su compañero.

Vio como el pelirrojo desnudaba el cadáver de la joven mientras se bañaba los dedos índice y anular con la sangre de su garganta y se los introducía en su interior, por sus partes íntimas al descubierto. La princesa esta vez se esforzó por no vomitar. Esa joven campesina había cumplido el mismo papel que la criada...hasta el final. El caballero castaño no tardó en aproximar su antorcha al granero que también comenzó a arder con facilidad. La princesa subió las escaleras mientras retrocedía, sin perder de vista al caballero, que a pesar de haber prendido fuego al granero, también entraba. Subió las escaleras con rapidez y asestó un espadazo a la princesa que evitó saltando hacia atrás. Después ella intentó aprovechar la ventaja que le daba la altura asestando también un golpe a su rival, que detuvo con su espada sin mayor problema. Compartieron estoques desiguales, desequilibrados por la perpendicularidad de la escalera.

En medio de tanto espadazo, la princesa consiguió colarle una patada en la cara, pero él apenas se inmutó y aprovechó el movimiento para agarrarla del tobillo, haciéndola caer hacia atrás. El fuego se había extendido con rapidez por la madera, y ahora se encontraba sobre ellos, provocando que cayeran tablones que interrumpieron el combate. El caballero fornido se cubrió la cabeza, mientras la princesa, manteniéndose tumbada, se puso boca abajo y se acurrucó. Un error que estaba a punto de pagar, pues, cuando el caballero dejó de protegerse y vio a la indefensa princesa, no dudó en alzar el brazo para agarrarla por el pelo, levantándola y colocándole la espada en el cuello.

-Por fin te tenemos, escurridiza princesa. Debes volver a la ciudad, con tu padre...y con nosotros.

El fuego les rodeaba y el humo entraba a sus pulmones haciendo que ambos tosiesen. Aún entre toses, el caballero no soltaba a la princesa, que oyó toses mucho más agudas no muy lejos.


-¡Yo salvaré a la princesa!-El niño, que se había mantenido escondido en el granero, gritó la misma frase que en la comida, pero esta vez no eran fantasías de infante, esta vez fue un hecho, un deseo que el niño cumplió, pues se abalanzó contra el caballero subiéndose a su espalda y arañándole la cara. La princesa pudo liberarse, momento en el que las escaleras debilitadas por el fuego y con el peso añadido del niño, cedieron, provocando que su enemigo y su salvador cayesen varios metros hacia el suelo. La princesa sorteó el agujero pegando un saltó y bajó contemplando el resultado de la heroicidad del pequeño. El caballero castaño había caído de espaldas aplastando el cuerpo del niño que había muerto al instante.

La princesa soltó un gemido producido por la pena que le provocó contemplar tal imagen, pero no se detuvo. Salió del granero ardiendo y se dirigió hacia el caballero pelirrojo, que estaba de espaldas, violando el cadáver de la joven campesina. El violador percibió su presencia y rápidamente soltó el cadáver desnudo de la muchacha, que cayó al suelo violentamente, y cogió su espada sin ni si quiera subirse los calzones. Al girarse, protegerse de la estocada de la princesa e intentar retroceder, perdió el equilibrio y cayó a suelo. La princesa, enfurecida más que en toda su vida, asestó varios golpes que el pelirrojo detuvo como pudo hasta que, tirado en el suelo y sin apenas movilidad, perdió el ritmo y su espada. La princesa, con la respiración agitada, le contemplaba con el mayor asco que jamás había sentido hacia una persona. Esa pausa fue aprovechada por el caballero para levantarse mientras se subía los calzones y se acercaba hacia donde había caído su espada, cerca del corral.

Cuando la recuperó, se giró, pero no tuvo tiempo a reaccionar cuando la princesa se abalanzó sobre él, perforando con el filo de su espada el pecho del necrófilo pelirrojo, que soltó un grito de dolor. Sin sacarle la espada del interior, lo empujó contra las tablas del corral, le sujetó la cabeza con la mano libre y se acercó todo lo posible a su cara.


-Mírame bien. Contempla mis ojos, en ellos se reflejan las mujeres a las que violaste estando ya muertas. Obsérvalas como las observo yo, laméntate. Ellas están aquí, yo soy una prolongación de sus almas.-El hombre comenzó a vomitar bilis y sangre-.Eso es, vomita como lo hice yo, siente el miedo que sintieron ellas antes de ser asesinadas, pierde el poco honor que te quedaba como lo perdieron ellas.

El caballero comenzó a gritar aterrado, no por el dolor, sino por lo que estaba viendo, como si un fantasma se situase frente a él.

-¿Ya las ves? Mi criada, esta pobre campesina y a tantas mujeres como has ultrajado y que yo no conoceré...Yo soy ellas-. A su lado vio de nuevo a la criada, desnuda como siempre, fría en su mirada, con la sangre seca recorriendo su entrepierna hasta sus tobillos. Al otro lado, a su izquierda, estaba la campesina, también desnuda, con sangre saliendo a borbotones de su garganta y la misma sangre, todavía fresca, cubriendo sus partes íntimas, también con mirada gélida. Pero no la miraban a ella, le miraban a él-.Te produjeron placer una vez muertas, pero ahora solo experimentas el horror, ya no las ves como objeto de deseo, ahora forman parte de tus pesadillas.


-No...¡Por favor, no! ¡Por favooooooor!-El hombre gritó mientras esas y más mujeres que ella no veía se aproximaban a él.

La princesa extrajo con rapidez la espada de su pecho, sujetándole con la otra mano para que no cayese al suelo. Y antes de que perdiese la vida, le rasgó los calzones con el filo de la espada, el mismo filo que se había introducido en la entrepierna de la criada cuyo espíritu se encontraba ahora su lado, y con ese mismo filo le amputó el miembro con el que había destrozado el honor de aquellas mujeres. El hombre soltó un grito de dolor y desesperación mientras contemplaba como su preciado pene se bañaba en sangre y barro. Después, la princesa simplemente le soltó, dejando que su cuerpo cayese sobre el lodo, la sangre y su propio miembro.

-Tú, además de sangrar, has gritado como un cerdo.-La imagen de las dos mujeres se mantenía viva en su cabeza, ambas la miraron, la sonrieron con pesar y se esfumaron. Pero solo se había solucionado parte del problema. La princesa alzó la mirada hacia el granero que ardía casi por completo, sin ver al otro caballero. La puerta estaba bloqueada por un montón de madera, pero había un agujero en uno de los laterales. Antes de que volviese tenía que regresar a la casa y sacar de allí al mercenario que no tardaría demasiado en recibir las llamas en su habitación.


Antes de siquiera moverse, una sombra se alzó entre ella y los cadáveres. Se giró lentamente para contemplar la figura del caballero castaño, con parte del pelo quemado y el rostro ennegrecido y ensangrentado. Sin que la princesa tuviese tiempo de hacer nada, la agarró por el cuello elevándola en el aire.


-Juré entregarte viva, y eso es lo que haré. Pero lo que has hecho conmigo y con mi compañero... lo pagarás caro.

Desde el aire, mientras se ahogaba presionada por la enorme mano de su enemigo, podía contemplar el espectáculo de fuego que la rodeaba, pues las llamas también cubrían casi por completo la casa. No había sido buena idea burlarse de la muerte de camino a la granja, pues ahora estaba pagando caro tal descaro. El fuego se desvanecía, pero solo en sus ojos, pues el caballero cada vez presionaba con más energía. Al final la soltó dejándola caer junto al cadáver del caballero pelirrojo.

Lo siguiente que sintió fue un fuerte golpe entre los pechos. Quedó tumbada de costado, lamentándose. Contemplando el rostro hundido en el barro de aquel al que había asesinado, con su polla amputada saliendo a flote, rozando casi su mejilla. Parecía que el pelirrojo, incluso después de muerto, jugueteaba con su miembro desvinculado ya de su cuerpo inerte, esta vez para humillarla a ella, que como siguiese recibiendo más golpes del otro caballero acabaría como aquellas mujeres.


Tal vez eso fuera lo más justo. Al escapar había arrastrado a la muerte a esos inocentes granjeros y a mucha otra gente...merecía esa paliza, merecía volver a la torre dejando atrás cuerpos amputados e incinerados, incluido el de su rescatador. Él también debía pagar por sus pecados consumiéndose en los fuegos del infierno que envolvían la granja. Solo tenía que aguantar un poco más y volvería a su lugar de origen para cumplir el único objetivo que había nacido para cumplir, le gustase a ella no. El asco y la pena la invadían por completo, la muerte lo había logrado, ahora si podía llevársela a su mundo. Unos golpes más y con un poco de suerte el caballero perdería el control, llevándola sin quererlo al otro mundo. Aunque se conformaba con que, tras los golpes, despertase en su torre para proteger, no a su padre ni a su gente, si no a los inocentes que vivían más allá de esos muros, para mantener el equilibrio de una guerra que por su culpa había estado a punto de reavivarse, para enmendar el error que había cometido escapando. La princesa, que no dejaba de escupir sangre y barro, miró al caballero transformado en la encapuchada muerte que había recuperado su cruel sonrisa. Le miró a los ojos, observó sus cuencas vacías en las que, de alguna forma, se reflejaba cierta satisfacción unida a una ira surgida de la frustración de sus constantes fracasos con ella. Pues solo conseguía cosechar las almas de los que la rodeaban.

-Llé...vame con...tigo. Por...favor.-Misteriosamente no sentía ningún dolor en su cuerpo, nunca lo había sentido, pero estaba vencida, débil y ya no aguantaba más. Había llegado el momento.

-Eso haré.-La voz retumbó en su interior. Después lo hizo su bota, que descendió violentamente hacia su cara aplastándola la cabeza. El caballero, finalmente, había perdido el control.




La primera imagen pertenece al usuario de Deviantart Charro-art: http://www.deviantart.com/art/Resurrection-295442093

La segunda imagen pertenece al usuario de Deviantart TheBastardSon: http://thebastardson.deviantart.com/art/Victory-312568444

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