miércoles, 5 de marzo de 2014

Corazón Impenetrable(X)


ACTO X

PROTERVO AMOR






La espera empezaba a ser insoportable, no sabía a qué estaban esperando. En los momentos en los que más dudaba sobre si todo saldría bien le gustaba bajar a las mazmorras para visitar la celda de la princesa y el mercenario. Tras las rejas ahora solo había dos cadáveres descomponiéndose, uno mostraba un profundo agujero en la garganta y el otro en la espalda, él mismo los había matado. No había de qué preocuparse, podía con todo lo que se le pusiese por delante. Bajo su espada habían caído un arrogante mercenario y un caballero que había ejercido de maestro cargante en la ciudad impenetrable.
De él se quedó con sus enseñanzas en el combate y olvidó todo lo que le había enseñado sobre el honor, sería estúpido por su parte preservar el honor cuando se trataba de un enemigo infiltrado que estaba allí para hacerse querer antes de asestar un golpe mortal. Si algo tenía claro era que un buen guerrero no es el que lucha con honor, sino el que lucha para vencer, por la gloria que va a conquistar. Haber aprovechado la confianza del mercenario y la distracción del caballero ante sus planes fracasados le acercó a la tan ansiada victoria.

Miró a la celda de al lado, un cadáver con el pelo naranja y el cuello rasgado se encontraba junto a un cuerpo sin cabeza. Él mismo se la hubiese cortado por haber matado al que era el hombre de  su vida, pero tuvo que hacerlo su hermana que no le amaba... solo se lo follaba. A pesar de haberlos encontrado en la cama no podía odiarle y no pudo evitar sentir una punzada en el corazón cuando le vio morir. Su cadáver yacía junto a las tumbas de otros caballeros de la Guardia Real que habían servido a su padre. En cambio su hermana seguía viva. De pequeño siempre estaban molestándose, insultándose, retándose y provocándose, eso cuando no estaban en la cama. La relación siempre creyó que era la normal entre dos hermanos, exceptuando los juegos en la cama. Pero más allá del sexo y los insultos mutuos, de alguna forma, quería a su hermana. Ahora la veía arrogante, no la importaba nadie, ni los hombres a los que se follaba, ni su hermano...se creía superior que él porque era la heredera al trono y combatía mejor, motivos más que suficientes, por otra parte, de considerarse por encima. Lo que le molestaba profundamente era que si su hermana la superaba en todo se debía a que había pasado más tiempo con su padre y era mayor que él.
A veces se preguntaba si él no debió haber nacido mujer y su hermana un hombre. Pregunta que, molesta, también se hacía su hermana. De pequeños siempre le estaba protegiendo y ahora la cosa no había cambiado, fue ella quién le salvó de morir ante aquel patético caballero. Cada vez que se acordaba sentía una rabia incontrolable hacia su hermana y hacia su propia debilidad frente a ella. Algún día eso cambiaría. Aunque se preguntaba qué debería haber sido, tenía claro que siempre había querido seguir siendo un hombre, un hombre que demostraría serlo en la guerra, un hombre que, llegado el momento, superaría a su hermana y se sentaría en el trono, un hombre que tendría al reino bajo su control y al que jamás volverían a humillar.

Tenía que tranquilizarse, las cosas estaban a punto de cambiar, solo tenía que seguir esperando...más. Esperar empezaba a ser desesperante. Ya solo quedaban los últimos movimientos que realizar, el problema residía en que esos movimientos no dependían tanto de él como le gustaría. Las mañanas, las tardes, las noches...el silencio en la habitación que se encontraba junto a la suya era insufrible, allí se alojaban la princesa y el mercenario. Decidieron trasladarlos de las mazmorras por lo insalubre que resultaría tenerlos junto a cadáveres que no querían incinerar ni sacar fuera del castillo para evitar rumores indeseados.

Había pasado casi un año y la partida seguía inmóvil. El aburrimiento le había hecho sacar un tablero de ajedrez que tenía allí desde niño. En uno de los extremos colocó una torre, junto a ella a un rey, junto al rey dos alfiles (uno blanco y otro negro) y varios peones del mismo color. Al otro extremo del tablero colocó otro rey, junto al rey varios peones también. Recordó como comenzó la partida. Un caballo apareció en medio del tablero portando una pieza que no parecía de ese juego, se aproximó al rey situado junto a la torre y se llevó a un peón consiguiendo que todos los demás peones fueron tras él, mientras uno de los alfiles lo esperaba en una de las casillas centrales. Los movimientos de aquella pieza no seguían ninguna regla, consiguiendo comerse sin dificultad a todos los peones que le seguían excepto a uno que viajaba con el alfil de otro color que también iba sobre un caballo importante para la partida. Con los dedos pulgar e índice derribó a todos aquellos peones y al caballo de aquella pieza diferente.

El peón se reunió con el otro alfil en aquella casilla central, y la misteriosa pieza, que decidió representar con un anillo que le había quitado al mercenario, abandonó en apariencia la partida. Después, el alfil de otro color se llevó al peón robado junto al otro rey y sus peones, perdiendo al otro caballo importante para la partida por el camino, derribándolo también a él del tablero. Lo siguiente que hizo fue mover el alfil negro junto al anillo y ambas piezas hacia el rey blanco del otro extremo. El rey estuvo en jaque, pero el alfil blanco se comió al alfil negro evitando el mate. El siguiente movimiento fue colocar al peón más importante de la partida y a aquella pieza de otro juego juntos. En el tablero solo quedaban las piezas realmente importantes, en un extremo una torre y un rey, en otro extremo un alfil, un peón, un rey y una pieza ajena a la partida. Decidió añadir a la dama para representar a su hermana, pues también resultaría crucial en los siguientes movimientos si quería ejecutar aquel arriesgado jaque mate doble.

Así estaba la partida. Su hermana había reunido a los vasallos de su padre, durante esos veinte años se había asegurado alianzas prometiendo gloria para el reino y reconstruyendo las destrozadas familias que sufrieron la guerra. Durante los más de seis meses que habían pasado desde la incursión de los mercenarios y un caballero enemigo se habían estado preparando para poner rumbo a la ciudad impenetrable, un movimiento definitivo bajo la entera responsabilidad de su hermana. Él solo podía esperar y desesperar.
El príncipe parecía no ser importante en aquella jugada maestra, pero sin él la jugada no existía, sin él jamás hubiesen tenido la posibilidad de derribar la defensa absoluta en el momento en el que las tropas de su padre estuviesen preparadas frente a la ciudad para tomarla. Solo esperaba que no hubiese sorpresas y todo se ejecutase como había previsto.

Paseó por el castillo de su padre una vez más. Contempló aquellos pasillos que antaño parecían eternos y más llenos de vida: en el comedor recordó cuando se colaba a por algo de comida; el patio de armas lo recordaba con su hermana entrenando, humillando al resto de hombres que entrenaban con ella y que no tardaron en dejar de hacer bromas sobre su sexo; la sala de reuniones, en la que jamás estuvo, parecía no haber recibido a una persona en mucho tiempo hasta esos días en los que empezaron a preparar los movimientos; la sala del trono era dueña de un poder ahora vacuo. No era su poder lo que buscaba antes de su retorno, jamás quiso dominar aquel reino, solo quiso limpiarlo, asegurarse de poder vivir en él en paz. Un reino que parecía conocer tan solo la guerra y que se preparaba para la que podría ser la última batalla que sufriese en muchos años, un reino que parecía haber conocido la magia de manos de su tío, un reino que iba a cambiar para siempre en no mucho tiempo. Sintió deseos de sentarse en aquel trono sin sentirse derrotado como en el combate contra el caballero que le había instruido, desde ahí no podría ser humillado, sería él quién humillase en todo caso. Sería libre de amar sin tapujos a quien quisiese, pero por mucho que le perdonase, ya jamás podría volver a amar al que fue el hombre de su vida.

Cuando subió de nuevo a las habitaciones el recuerdo le golpeó. Le dolió más verlo en la cama con su hermana que morir en la sala del trono a manos de aquel viejo. Esperaba encontrar a otro hombre como él que tuviese el honor de ver como devolvía la gloria al valle de las lágrimas...un lugar que incluso con gloria no sería lo mismo sin él. En cambio allí, en una de las habitaciones, encerrados, estaban la princesa y el mercenario, libres de amarse a pesar de ser presos. Daba igual que te atasen de pies y manos, poder amar a alguien te hacía sentir más libre que poseer unas bonitas alas, jamás te sentirías como un preso. Él lo sabía bien encerrado en aquella ciudad impenetrable, esperando el día que se reencontrase con aquel muchacho convertido en hombre. En cambio ellos no eran capaces de volar, no aprovechaban su ventajosa situación ante una situación como la que estaban viviendo. No solo tenían su amor, se tenían el uno al otro en carne y hueso en una amplia habitación y sin grilletes que les impidiesen amarse en toda su plenitud, pero en vez de eso decidieron mantenerse en silencio y a la espera.  Solo esperaban a ser liberados de aquel lugar y cumplir su objetivo, liberando con ello a todo el reino. Ya les quedaba poco.

Decidió entrar sin llamar por si tenía la suerte de pillarles metidos en otros asuntos muy diferentes al reino, hubiese sido divertido y esperanzador, pero cuando abrió la puerta solo vio a dos personas sobre la cama abrazadas, susurrándose historias y dándose caricias. Parecían llevar así todos esos meses. No consumían su amor en su totalidad, pero juntos eran incapaces de volverse locos, cosa que la princesa no pudo evitar cautiva en aquella torre. Verla tan tranquila, controlada y segura le recordó la imagen del puente; el mercenario y aquel viaje la habían cambiado para siempre. Detestaba esa imagen excesivamente edulcorada, creía que el mercenario era diferente. Lo poco que interactuó con él en la ciudad impenetrable y la taberna le hizo pensar que era un hombre libre que solo se preocupaba de ganar dinero como fuese, comer, beber y follar, en resumidas cuentas, vivir sin complicaciones. Ese hombre activo, hábil con la espada, la lengua y suponía que también con la polla, se había convertido en un auténtico imbécil absorbido absurdamente por el amor.

El amor...después de veinte años valorándolo como lo único que le daba sentido a su misión empezaba a detestarlo. Cuando pensaba en encontrar a otro hombre ya no sentía lo mismo, era más bien capricho. Veinte años totalmente perdidos, pensando en algo que creía le hacía libre y que en realidad no tenía ningún significado, que no llevaba a ninguna parte. El amor se acaba de la misma forma que empieza, sufriendo una parte más que la otra. Había mil cosas que hacer ahí fuera, una lucha que librar, una guerra que ganar, un pueblo al que alimentar, un mundo que descubrir y conquistar, una vida que vivir. No había tiempo que perder en caricias, susurros y mierdas varias que se sustentaban en un egoísmo puro por autocomplacerse y autoconvencerse de que todo lo que se hace, se hace por la otra persona.

Perder de una manera tan burda y de dos formas diferentes al que creía su amor eterno le hizo comprender lo idiota que había sido. Era el hecho de no verle y de haber sido su primer y único amor lo que le hizo estar tan enamorado, anhelando algo lejano y que le hacía sentir cerca de su hogar. Solo le quería porque le hacía sentir bien y porque no conocía a nadie más, ni siquiera él había elegido amar a los hombres y no a las mujeres. Ni en el amor tenía dominio alguno, lo experimentó sin poder evitarlo y jugó con él como juega con todos. ¿Y qué sucedía pasados unos años? ¿Qué pasaba cuando aquella persona nos había complacido tanto en cuerpo como en alma? Él jamás lo pudo saber, pero se lo imaginaba. El proceso se repetía hasta que tu vida se asentaba y por pura comodidad te quedabas con la tercera o cuarta persona que pasaba por tu vida, igual que por comodidad él se habría quedado eternamente en el valle con el que había considerado su hombre.

El amor, que había desatado todo ese entuerto, afectaba a pobres y ricos, mercenarios sin escrúpulos y caballeros que se creían honorables, hombres y mujeres, adultos y niños, reyes y mendigos...todos olvidan sus problemas con él, pero también sus sueños, cuando aparece te arranca la razón y te hace olvidar. Más bien es una maldición de la que nadie puede librarse y con la que no solo juega la propia vida para manipular a los ilusos que pueblan el mundo, también esos pobres ilusos, unos menos que otros, son los que juegan con ese sentimiento para beneficiarse de la coherencia humana mermada por ese sentimiento.

Sin amor no hubiese empezado esa guerra, un sentimiento que afectó a cada pieza del tablero condenándoles uno a uno. El reino funcionaba con normalidad hasta que su tío conoció a aquella mujer, lo sabía por el libro que había leído y que no dejaba muchas dudas y por lo que el rey le había contado. Antes de partir, su padre le había contado que su tío jamás tuvo pretensiones por el trono que, como hermano pequeño, no le correspondía. Jamás hasta que conoció a aquella mujer que le nubló el juicio. Le ofreció un amor eterno y dulce con el que engendrarían a un bebé precioso al que todo el mundo amaría. Le prometió muchas cosas que cualquier hombre hubiese aceptado, incluso el reino de su hermano mayor. Un reino que le prometió y de alguna manera le pidió, pero en realidad solo le había pedido una cosa a cambio, una cosa que a cualquiera hubiera horrorizado si el amor no le hubiese hipnotizado. Su tío se lo había dado. Así nació aquella protección y aquella maldición, así comenzó la guerra que en pocas semanas tendría que acabar.

Los pocos que conocían esa historia no sabían de dónde salía exactamente aquella mujer y por qué le había ofrecido su amor a aquel hombre, ni que pasó con ella cuando la guerra comenzó. Algunos decían que fue asesinada fuera de la ciudad, otros que su amado la ocultaba en algún lugar, otros tantos que jamás existió. Pero si hubiesen leído aquel libro sabrían que existió y que fue por ella que el hermano pequeño del auténtico heredero del reino había usurpado el trono autoproclamándose rey y hermano mayor para confundir al pueblo ignorante, contando una historia falsa en el sur, lugar donde muy posiblemente había conocido a aquella mujer embaucadora.

A partir de ese suceso el amor no hizo más que destrozar el reino. A él también le había afectado, solo por él no se rindió mientras, infiltrado en la ciudad impenetrable, esperaba el momento para asaltar a la princesa y destruir la defensa. Lo había intentado, pero no había resultado tan fácil como su padre y él se habían pensado. Después, el amor sacudió a aquel patético caballero que consideraba al príncipe más que un amigo. Cuando le contó lo enamorado que estaba de la princesa decidió utilizar ese sentimiento a su favor para que completase él su misión dándole el libro que introdujo en la ciudad sin dificultad con tan solo diez años. Su padre le había pegado como parte de su plan, para que cuando llegase al sur escoltado por uno de los muchos traidores que surgieron en el norte tras la aparición del falso rey y la conversión que sufrió de heredero a usurpador, la historia de su hijo sobre los maltratos que sufría y su huída aprovechando el caos fuese más creíble, acogiéndolo su tío en la ciudad como uno más y no como el hijo de su hermano mayor. Jamás le inspeccionó como a los demás hombres, por ello pudo colar el libro sin problemas, libro que si todo plan fallaba entregaría a la princesa para que fuese ella quien a la desesperada intentase destruir la ciudad que la mantenía presa.

Cuando el caballero reveló su amor hacía la joven princesa no dudó en interpretar un nuevo papel, él de joven asustado por poseer un libro tan peligroso. El caballero, confiado de su pupilo, cogió el libro sin hacer preguntas dispuesto a hacer un enorme favor a una persona desvalida y asustada, su caballerosidad le fue metiendo en la tumba poco a poco. Era cuestión de tiempo que el caballero con el libro actuase, convirtiéndose en el que destruyese el reino, pero tampoco surtió efecto. Lo que hizo fue hacer llegar el libro a la princesa y sacarla de allí contratando a un mercenario con el que el príncipe jamás había contado.

Tras ese inesperado movimiento muchos se vieron arrastrados a la muerte por culpa del amor despertado en diferentes personas: dos criadas, cuatro caballeros y varios granjeros perdieron la vida brutalmente. El mercenario había provocado la mitad de las muertes, la princesa y sus perseguidores la otra mitad, de hecho resultaba enormemente curioso que el mercenario hubiese sido una de esas personas que utilizó el amor para embaucar a una ilusa criada, condenándola a ella y cumpliendo él su objetivo. Pero lo importante era que la princesa estaba fuera, solo faltaba que se reuniese con el caballero prófugo para que el plan se completase, algo que no sucedió. Se aseguró de que la princesa llegaba a la taberna, pero cuando lo había conseguido rechazó al caballero. Se había enamorado del mercenario que ni pinchaba ni cortaba y, sorprendentemente, el mercenario se había enamorado también de ella. El manipulador de ilusos se había convertido en un iluso más, lo detectó con facilidad.

El amor había invadido a la persona que más inmune parecía a él y le había empujado a aquella prisión. Por culpa del amor que mercenario y princesa sentían habían muerto un caballero y tres mercenarios que encima eran amigos suyos. Ahora ambos tenían una misión que cumplir, siendo los únicos que podían realizar el último movimiento. Se iban a enfrentar en un duelo y cuando lo hiciesen todo terminaría, tenía que terminar. Tras un duelo a muerte entre dos personas que se amaban solo podía pasar una cosa.

Al entrar a la habitación y ver la imagen de los dos enamorados sobre la cama que le ignoraron durante todo ese tiempo, pensó en todo aquello. Parecían estar ausentes, como si olvidasen por qué estaban allí. La sonrisa del mercenario se mantenía tenue, diferente a la que mostraba otras veces, la princesa también tenía aquella sonrisa acompañada por una mirada pensativa y triste. Estaba apoyada sobre su hombro y abrazada a su torso mientras su rostro era acariciado por aquella mano áspera y curtida en mil combates. Tenía que reconocer que anteriormente se había fijado en sus manos, admiraba a aquel mercenario que durante todo ese tiempo parecía haber interpretado un papel similar al que había interpretado él, como el de un secundario que se mofaba de la acción central. Se sentía atraído por él, más ahora que nunca estando su compañero de cama muerto. Y una vez más no pudo controlar sus sentimientos internos, aunque tenían que pasar muchas cosas para enamorarse de aquel mercenario como se había enamorado antaño. Debía concentrarse y olvidarse de cualquier atracción, solo importaba la venganza, la justicia y la gloria, nada más.

Se acercó a la cama sin respetar la intimidad de los presos, forzó una sonrisa de despreció y se quedó mirando fijamente a aquellas personas tan diferentes y unidas por el destino de aquel reino.
-Ni siquiera os molestáis en intentar escapar. Jamás pensé que un mercenario como tú iba a aceptar de esta manera ser encerrado.
El mercenario le miró de reojo y sonrió más ampliamente.
-Me has hecho libre, mi príncipe. No pensé que fracasando una misión iba a sentir tal satisfacción.
-¿Satisfacción? Había olvidado que los mercenarios sois el colmo del egoísmo. Tres amigos han muerto junto al hombre que te acercó a ella dos veces y no te importa en absoluto con tal de poder abrazar a la mujer que te ha enamorado.
-Oímos los gritos de tu padre humillándote desde aquí, tu hermana se ríe de ti, te encuentras totalmente solo y estáis preparándoos para una batalla que no tenéis ninguna posibilidad de ganar, y aquí estás, sonriendo tanto como yo, curioso ¿no crees?-Al príncipe le costó no borrar la sonrisa que forzaba, como compitiendo con el mercenario.
-No si tenemos en cuenta que mi futuro se muestra más esperanzador que el tuyo.
-¿Ah sí? ¿Viviendo en la sombra de un viejo y una mujer y totalmente solo es como vislumbrabas tu futuro ideal? Pues enhorabuena, entonces.
-Tu querida princesa bien sabe que aspiro a mucho más. Pero no te esfuerces en hacerte escuchar al rey, mi padre os mataría al instante si mostráis un ápice de osadía en acusaciones sin pruebas.
-Si tu padre quisiera matarnos ya lo habría hecho, nos mantiene con vida por algo.
-Porque tu princesa es una rehén valiosa, es posible que su padre salga de la ciudad impenetrable para venir a buscarla, aunque algo improbable conociéndole. Pero ya casi no le queda protección en su ciudad, por no decir que solo pueden contar con sus guardias, si les manda a ellos a falta de caballeros, el pueblo aprovechará su total indefensión para matarle y la ciudad será nuestra.
-Pero si no atravesáis el escudo y tomáis la ciudad jamás podréis exhibir el cadáver del rey y no os tomarán en serio, además, ¿quién no os dice que no cuenta con apoyos cercanos?
-Lo hemos pensado todo, mercenario. Somos hombres preparados para la guerra, no viles delincuentes que matan por dinero. De hecho, como ya ha pasado casi un año y por aquí no viene nadie no tardaremos en movilizar las tropas hacia la ciudad para ejercer presión.
¿Qué presión vais a ejercer a una ciudad impenetrable?
-Que no cuenta con su pieza clave que le asegure una defensa eterna, mi tío estará entre las cuerdas y tendrá que actuar de una u otra forma.
-Suerte con ello, entonces, nosotros os esperaremos cómodamente sobre esta cama.
-Disfrutadla mientras podáis.
-Ya lo hacemos, por mucho que tú intentes amargarnos nuestra cómoda estancia como prisioneros.
-Ríete lo que quieras, pero no sabes lo patético que resulta que alguien como tú se dedique a dar mimos a una princesa sin educación, casi más de lo que resultaba aquel caballero al que asesiné.
-¡No me digas que yo parezco patético!-El mercenario miró a la princesa fingiendo sorpresa-.Cualquiera diría lo mismo viéndome abrazado a la mujer más atractiva e importante del reino sobre una cama de plumas protegidos en el castillo de uno de los dos reyes en liza. ¿Qué pensarán de ti entonces el resto de guardias y caballeros cuando tu padre te grita y desprecia en público?
Los puños del príncipe se cerraron ansiosos de desencajar la mandíbula de aquel charlatán.
-Hablas demasiado para ser un simple preso.
-Y tú hablas demasiado para ser un simple principito sin derechos de posesión.

El príncipe abandonó la estancia sin ganas de seguir discutiendo. Tenía claro que quien reía último, como solía decirse, reiría mejor. Durante los días siguientes se dedicó a entrenar por si solo, mejorando la movilidad del hombro herido, a evitar a su hermana y a su padre, y por supuesto no volvió a entrar a la estancia del mercenario y la princesa. Cuando estaba en su habitación observaba el tablero de ajedrez muy concentrado, mirando fijamente todas las piezas, pensando cual sería la próxima en ser derribada. Los dos reyes, la torre, el peón, el alfil, la dama o aquella pieza salida de otro juego, cualquiera podía ser, pero en el fondo sabía bien cómo debía ser y sabía que la única que podía quedar sobre el tablero era la suya, la del alfil blanco.

Los exteriores del castillo estaban repletos de soldados en campamentos que empezaban a preparar la marcha. Tras las murallas del castillo la gente que ocupaba las calles era gente que en su mayoría participaría en la ofensiva, la mayoría preparada ya para partir. Quería ascender a lo alto del volcán para observar las tropas situadas al exterior de la ciudad que su hermana había reunido del norte reunificado, por ello salió veloz del castillo. En unas horas comenzaría la marcha. Cuando estaba a punto de salir al exterior del castillo se cruzó con su indeseable hermana.
-¡Hermanito! Si padre te obliga a viajar conmigo no te alejes mucho de mi caballo, no queremos muchas bajas ¿eh?-Su tono burlón le irritaba más que en la infancia.
-No sé qué bajas vamos a sufrir de parte de un rey en decadencia.-La respondió con desprecio hacia ella y hacía su tío.
-Conociéndote seguro que te mata cualquier cosa por el camino.
-Te recuerdo que emprendí el viaje de regreso a casa sin ningún percance, eres tú la que jamás a salido de este desolado volcán.-Se sonó a si mismo patético intentando jactarse de realizar un camino tan sencillo sin percances, una vez más había entrado en su juego de superioridad.
-Cierto, reconstruí nuestras alianzas de entre los restos de las antiguas batallas quedándome en la ciudad mientras me follaba a los caballeros que pasaban por ella.-La imagen de aquel caballero en su cama le vino a la mente.
-No me extrañaría que te hubieses ganado las alianzas a base de abrir las piernas.
-Así fue en algunos casos, que bien me conoces. Espero que no te pongas celoso, igual que espero que no te pusiese celoso verle a él conmigo. Era un niñato que se creía un gran hombre solo por servir como caballero real y follarse a su princesa y futura reina, no te perdiste nada.
-Él se folló a una miserable a la que solo la importa el morbo y la lucha, tampoco se hubiera perdido mucho si te hubiese dejado pasar.-Una vez que entrabas había que intentar ganar.
-Oye, hermano, no hables más de la cuenta. Han pasado veinte años, ahora no me conformaré con meterte un puñetazo si me molestan tus palabras.-Amenazó con tono calmado, casi jovial.
-Yo tampoco me conformaré con llorar como cuando tenía seis años.
-Es verdad, ya eres una mujercita hecha y derecha. ¿Has sufrido ya tu primera sangre?
-No juegues con eso, te recuerdo que la única mujer que hay aquí eres tú. Aunque llegues a reina jamás te respetarán.
-Hasta que me haga respetar, querido hermano. Tú sabes bien que puedo hacerlo, me llevé la parte de hombre cuando nuestra madre nos parió. ¿Te acuerdas?
-Pero yo me quedé con la polla, lo que todo el pueblo desea chupar a su rey para asegurarse su favor.
-A mí me pueden chupar otras cosas si lo que quieren es mi favor.
-Si le chupan la polla al rey no es porque les guste, sino porque su miembro, firme y duro como un rey debe mostrarse, les da la seguridad que tu coño no puede darles.
-Le mostraré la firmeza y dureza de mi espada a quien se oponga a mi mandato, es sencillo hermano. Y tú no tendrás mi favor, por mucho que te molestases en chupar ese inseguro coñito mío en el pasado y por mucho que seas quién eres, si dices o haces más de lo que debes.
-Tranquila, hermana...no es tu favor lo que necesito.

Cuando salía del castillo y se dirigía a lo alto de la muralla natural que componía el volcán comprobó cierto revuelo entre los guardias y escuchó un cuerno que no tocaban cuando viajeros en pequeños grupos se acercaban a la ciudad. ¿Qué significaba aquel aviso? Sin pensar más y sin volver la mirada hacia atrás para comprobar como reaccionaba su hermana, echó a correr hacia las escaleras que subió a zancadas hasta llegar a lo alto. Vio con sus propios ojos lo que los guaridas comenzaron a anunciar a gritos. Tropas enemigas. Un ejército entero al que no vieron aproximarse con la suficiente antelación. Cuando una tropa ya podían verse por el inseguro puente, avanzando en fila para evitar caídas, nadie decidió avisar inconscientes de la magnitud de lo que se les venía encima, o mejor dicho, por debajo.

Estaban a pocas millas de la ciudad, cuando un ejército tan grande como el que ellos tenían preparado, si no más, se dejó ver mientras avanzaba por la llanura bajo el puente que separaba millas de distancia entre la montaña aislada y el volcán. El ejército todavía estaba lo suficientemente lejos para ponerlo todo a punto, pero nadie se esperaba un ataque de tales dimensiones por lo que no sería fácil defenderse. Las armaduras de todos los soldados eran verdes, como verdes eran partes de la armadura de los caballeros de la Guardia Real, sus capas y las banderas del falso rey. No había duda, ese ejército lo mandaba su tío.

El príncipe bajó a toda prisa las escaleras empujado por otros guardias que bajaban dando la alarma. ¿Cómo había conseguido un ejercito como ese en tan pocos meses? Esperaba que mantuviese ciertos apoyos, pero el sur estaba demasiado desgastado como para conseguir lo que habían llevado hasta ellos. Corrió como pudo entre la gente alborotada hasta el castillo en el que los soldados iban de un lado para otro preparándose tan rápido como podían las armaduras, las armas, los escudos...Un nuevo movimiento inesperado que modificaba los planes de la partida.

Entre el revuelo vio a su hermana moviéndose de un lado para otro dando órdenes y a los soldados obedeciendo sin pensar.
-¡Vamos! ¡No podemos dejar que avancen más! ¡Rápido, en formación!-Notaba cómo su hermana disfrutaba con la batalla y su preparación.
El príncipe consiguió entrar al castillo para ir junto a su padre que se refugiaría tras la sala del trono, protegido por varios guardias tras la puerta más resistente del castillo. Lo encontró cuando le estaban ayudando a desplazarse a regañadientes.
-¡Padre! ¡No dejaré que lleguen hasta vos! Vuestra hija se está encargando de todo.
-¡Qué novedad! Ve con ella, acata sus ordenes y muere con honor. ¡Haz algo bien!-Se mostró tan agradable como siempre.
-No, me quedaré con vos para protegeros.
-¿Protegerme? ¿Tú? Para eso ya tengo guardias y caballeros. ¡Quiero que vayas al campo de batalla y luches demostrando que eres un hombre de verdad!
No era lo que el príncipe quería. No temía luchar, pero nunca había estado en una batalla. Podía pasar cualquier cosa y sus planes irse a la mierda, pero tenía que obedecer.

Se reunió con su hermana en el exterior, dispuesto, por mucho que le molestase, a seguir sus indicaciones. Se colocó la cota de malla ayudado por el joven escudero de su hermana, sobre la que se puso una coraza y otras piezas indispensables en la armadura como las grebas, los brazales o los quijotes, una parte de la armadura preparada para proteger los muslos que no tenía la armadura de los caballeros de la Guardia Real de su tío, costándole la vida a uno de sus compañeros en la granja. Se puso también el yelmo, para lo que se soltó la coleta después de mucho tiempo sin hacerlo más que para ir a dormir; dejó el escudo para otro, él prefería luchar con sus dos espadas, había entrenado en esos meses para perfeccionar su manejo.

Se montó al nuevo caballo que había adquirido poco después de perder el suyo y se puso en marcha. En poco tiempo los jinetes estaban siguiendo a su hermana, la infantería estaba ya más o menos ordenada y las calles no tan revueltas. El ejercito compuesto por las alianzas norteñas se dispuso horizontalmente de un extremo del volcán  al otro esperando la llegada por las dos colinas de los enemigos, mientras sobre el muro volcánico se preparaban catapultas de tensión y enormes ballestas junto las que se situaban filas de arqueros y honderos.

Las puertas de la ciudad se abrieron para dejar salir a su hermana, uno de los generales que lucharían en primera línea de combate tras organizar la defensa. No era extraño que en este tipo de batallas participaran los propios príncipes o reyes, pero él no era reconocido como tal, solo era un sargento con una pequeña tropa de caballería a su mando que su hermana le había asignado en las reuniones. No sería un asedio tan sencillo como en la ciudad impenetrable se habrían pensado.
Si los enemigos tardaron en bajar la colina fue para que en la ciudad volcánica no pudiesen anticiparse y dejar que las tropas del puente avanzasen lo suficiente sin mucha dificultad, ya que podían ser atacados sin hacer preguntas si les veían acercarse en la lejanía seguidos desde abajo por un inmenso ejército, de esa forma podría parecer una fila de soldados inofensivos para una ciudad bien protegida. Lo que tampoco esperaron es que en la ciudad que iban a asediar tuvieran un ejército ya preparado para partir, lo que les dificultaría el asedio. Aún así había sido inesperado, justo en el momento en el que creían que ya no enviarían a nadie y mucho menos a un ejército como ese.



Lo peor llegó cuando vieron dos torres de asedio de gran altura acercarse lentamente entre las tropas, aunque bien visto era una estupidez por muy altas que las hubiesen construido, pues no llegarían a lo alto del volcán perdiendo su arrasador efecto en las murallas.
-¡Que el volcán vuelva a arder como antaño! ¡Quiero calderos de agua hirviendo preparados para caer sobre ellos si llegan hasta nosotros!-El grito provenía de un capitán encargado de la defensa sobre el muro volcánico.

Situado entre una gran cantidad de jinetes podía vislumbrar a su hermana, sola, liderando toda una columna, Junto a ella, en la misma línea aunque bastante más alejados, otros sargentos también en soledad. Tras ellos y varias filas de jinetes se situaban lanceros con su arma en ristre, arqueros con la flechas sobre los arcos y las cuerdas aún sin tensar, y junto a la puerta principal y los túneles aislados bajo la roca, infantería con los escudos ya preparados. Todas esas tropas estaban formadas por soldados bien entrenados y aldeanos sin experiencia, toda ayuda era poca para la batalla que decidiría el destino del reino, aunque nunca se planeó una batalla de esa magnitud siendo dos ciudades capital decadentes las que entraban en combate.

Las órdenes lejanas y los sonidos de la madera crujiendo y el acero entonando eran cada vez más tenues, el silencio dominaba a aquel ejército junto al miedo. Veía incluso a caballeros tragar saliva con fuerza y rezando mientras sus caballos, inquietos, les desestabilizaban. Escuchó algún pedo entre las filas de hombres armados y preparados y pudo ver a más de un soldado vomitando, si era verdad lo que decían más de uno se cagaría antes de morir. Él también estaba muy nervioso, más nervioso que cuando conoció al amor de su vida, más nervioso que cuando montó por primera vez sobre el cuerpo desnudo de su amado, más nervioso que cuando se infiltró en la ciudad impenetrable, que cuando partió de ella tras la princesa y mucho más que cuando retornó a su hogar. En esa batalla se lo jugaba todo.

El sonido de la caballería aproximándose era cada vez más claro. Sobre ese sonido se imponía claramente el de las enormes ruedas de las torres de asedio, una en cada extremo de la colina, tras las que se movían catapultas de torsión y dos arietes. Sobre ellos podían ver ya muy cerca  los soldados que se movían sobre el puente colocados en fila de a uno y con el escudo por delante. En cualquier momento darían la primera orden de ataque.

Así fue, cuando el ejército enemigo ya había avanzado lo suficiente por la llanura, los jinetes espolearon a sus monturas para comenzar la ofensiva a gran velocidad.
-¡A la carga!-Oyó de labios de su hermana.
-¡A la carga!-Repitieron otros generales.
Golpeó a su caballo sin poder evitar cierto entusiasmo mientras se ponía en marcha cabalgando tras filas de caballos que morirían pocos minutos después.
-¡Catapultas contra el puente!-Las rocas salieron disparadas de la muralla al puente de piedra. Las catapultas de tensión no tenían tanto alcance como las de torsión, pero resultaron igual de destructivas contra las tropas que avanzaban por el puente de piedra.

Cadáveres aplastados empezaron a caer sobre ellos mientras avanzaban con los caballos, más de uno tropezó con los cuerpos y las rocas desprendidas e incluso algunos aliados murieron aplastados.
-¡No más catapultas por el momento! ¡Ballestas! ¡Arqueros! ¡Honderos!-Pudo escuchar todavía.
Incluso escuchó el silbido de las flechas y el impacto de estas contra los escudos. Al moverse en filas de a uno y con los escudos colocados delante de ellos era muy difícil acertar para los arqueros, muchos consiguieron hacer una parábola perfecta en el cielo con las flechas, impactando en los yelmos y también en los huecos de las armaduras en las que se producían heridas no siempre mortales, pero cuyo impacto les hacía perder el equilibrio y caer del puente. Tres enormes flechas de ballesta impactaron también en la fila desde diferentes ángulos lanzando por los aires a varios soldados, reduciendo cuantiosamente su numero. Grandes daños produjeron también las rocas lanzadas con las hondas, capaces de atravesar los yelmos.

Cada vez estaban más cerca de llegar a la parte central de la llanura por lo que dejó de mirar al puente sobre su cabeza para colocar la mirada al frente. Podía ver más claramente los ornamentos de las armaduras y los ojos de los caballos enemigos.
-¡No os detengáis!-Su hermana alzó la espada mientras se acercaban sin pausa. El corazón comenzó a latirle con tal fuerza que creía que moriría antes incluso de poder atravesar con su espada a otro jinete. También él la tenía desenvainada y preparada para aniquilar a su primer enemigo en batalla.
Tras varios segundos retumbándole los oídos y con la sensación de que un temblor en la tierra provocado por los cascos de los caballos iba a sacudirles, vio a su hermana deslizar su espada contra el cuello de un general enemigo con el que se cruzó antes de mezclarse junto a sus hombres con los jinetes enemigos.

Él también los tenía ya encima. No podía ver nada más que caballeros chocándose unos contra otros, caballos relinchando de dolor mientras caían al suelo aplastando a sus jinetes, jinetes caer de los caballos alcanzados por una espada y, sobretodo, mucha sangre y mucho polvo. Llegó su momento. Su caballo pasó junto a otro que se movía en dirección contraria, su espada se movió casi sin pensar y atravesó la coraza del jinete que caía al suelo desangrándose. No tuvo tiempo de gritar de emoción cuando ya estaba destrozando a otro y deteniendo un golpe. Se trataban de asestar golpes rápidos que permitiesen continuar atacando y defendiéndose con facilidad, los que intentaban ensartar en marcha solían caerse del caballo. Su montura se había detenido, él, que había sacado ya la segunda espada, no paraba de moverlas al tiempo que hacía que el caballo girase sobre si mismo.

Era un caos en el que no tardó en estar perdido. Cuando tenía algún hueco se desplazaba sin perder de vista ningún ángulo, no tardó en ser incapaz de distinguier ya aliados y enemigos, no veía los colores, ni las armaduras, solo veía muerte y locura. Cuando quiso darse cuenta un caballo le embistió haciendo que su montura cayera al suelo, por poco sus piernas fueron aplastadas. Tuvo suerte de que al caer al suelo se mordiese solo la lengua. El sabor del metal se mezclaba con el de la sangre, pronto sería ese el último sabor que su lengua disfrutase. El caballero que le había tumbado se aproximaba ahora dispuesto a rematarle. Tuvo el tiempo suficiente para recomponerse, coger las dos espadas que habían caído junto a él y atravesar el pecho del caballo apartándose al mismo tiempo. El polvo no le dejaba ver bien, pero pudo comprobar cómo el caballero derribado se levantaba con la espada en la mano y se dirigía a él. Tardó poco en detener un golpe y atravesarle el cuello desprotegido con la otra espada, tuvo tiempo incluso de cortar una pata a un caballo que pasó junto a él antes de que el cadáver de su contrincante cayera al suelo.

El caballo sin pata cayó vencido y su jinete, que ya había intentado dar un espadazo al príncipe desde su caballo antes de que se quedase sin extremidad, se levantó gritando con la espada alzada creyendo que le cogería desprevenido. Matarle a él fue más fácil. Se enfrentó a algunos caballeros sin animal al que montar y evitó el envite de algunos caballos sin jinete asustados. Pudo observar cómo la infantería avanzaba airosa corriendo junto al revuelo equino que se había formado y se maravilló al alzar la cabeza y ver la torre de asedio tan cerca.
-¡Replegaos contra la infantería!-La orden le devolvió a la batalla. Una distracción más así y moriría en cualquier momento. Antes de que pudiese darse cuenta, caballos controlados tanto por aliados como por enemigos se desplazaban junto a la infantería en dirección al volcán.

Después de varios enfrentamientos más pudo coger un caballo sin jinete que se le resistió nervioso y desde el que mató a algún que otro caballero más. Guardó una de las dos espadas para controlar mejor la montura, matando a soldados de infantería con una única espada y arroyándolos con su nuevo caballo. Eran tantos soldados que no daban abasto, para colmo eran perseguidos por los jinetes enemigos que consiguieron coger a más de un caballero de la ciudad volcánica por la espalda. Algunos soldados eran lo suficientemente astutos como para detenerse, girarse, atravesar con su espada al caballo que les perseguía y continuar corriendo. Estaba siendo un asedio un tanto extraño e inusual.

Las tropas estaban ya muy cerca de las puertas. Algunos jinetes enemigos habían adelantado tanto a los jinetes perseguidores como a la infantería perseguida situándose en primera línea. Los lanceros estaban desde el inicio de la batalla en formación, con sus lanzas en ristre esperando a los caballeros disminuidos en número. El impacto fue brutal, parecía un ataque suicida que se saldó con la muerte de varios de los jinetes, de hecho pocos consiguieron atravesar a los lanceros. Su idea sería embestir a los lanceros con una fuerza mucho mayor, teniéndose que enfrentar después a la caballería, pero su padre quería reducir el mayor número posible de atacantes antes de que llegasen a sus puertas, pues no estaban todo lo defendidas que le gustarían como para resistir una embestida, por ello mando a la caballería contra los enemigos mientras sus enemigos trataban de seguir avanzando con la infantería a las puertas de la ciudad ignorando a los jinetes.

Desde el puente de piedra habían caído multitud de cadáveres y rocas con las que jinetes de ambos bandos volvieron a tropezar. Aún así la fila de soldados parecía interminable, tan larga era que a pesar de ser rechazada con catapultas, ballestas, arqueros y honderos, seguía avanzando consiguiendo ya pisar la parte alta del volcán. Muchos arqueros y honderos murieron sin posibilidad de defenderse eficazmente de los soldados que atravesaron el puente hasta ellos. Parte de la infantería situada tras las puertas de la ciudad subió las escaleras para ofrecer apoyo en lo alto de la muralla volcánica.

El príncipe se hartó de combatir a las puertas de la ciudad, por lo que decidió acceder a su interior desde los túneles abandonados y ahora bien protegidos que todavía no habían encontrado, desacatando las órdenes de sus generales. Una vez dentro comprobó como algunos enemigos ya habían conseguido bajar las escaleras cubiertas de cadáveres. Si volvía al castillo su padre sería capaz de matarle por desobedecer, por lo que decidió bajarse del caballo y ofrecer su apoyo en las escaleras de acceso al muro del volcán. Sacó su segunda espada de nuevo, subió las escaleras y se preguntó qué habría pasado con su hermana, esperaba localizarla de nuevo pronto si no había muerto ya. Bajo sus espadas cayeron varios enemigos que solo consiguieron tocar la tierra de la ciudad una vez muertos.

Las catapultas ya no tenían a nadie que lanzara las rocas, ni tampoco las ballestas, solo quedaban algunos arqueros y honderos junto a guerreros que defendían la alta muralla natural como podían, sin rastro de los capitanes que debían poner orden ahí arriba. Estaba desbordada. Desde lo alto pudo ver lo cerca que se encontraban ya las torres de asedio y los arietes. Para colmo varias rocas enormes comenzaron a caer sobre ellos lanzadas por las catapultas enemigas. La primera roca impactó contra un torre de vigilancia que se llevó a varios aliados por delante, la segunda dio contra el muro, pero cayó a las puertas aplastando por igual a aliados y enemigos.
-¡Hay que derribar el puente, no podemos dejar las catapultas con cadáveres encargadas de ellas! ¡Vamos!-El príncipe gritaba las órdenes sin dejar de luchar. Todos estaban demasiado ocupados defendiéndose como para sustituir a los encargados de las catapultas, muertos bajo las espadas de los enemigos. Antes de morir, uno de los encargados de las ollas con agua hirviendo derramó el contenido a las puertas. Los gritos se oían por encima de cualquier otro muerto por una espada o una flecha.-¡No derrochéis el contenido de los calderos! ¡Esperad a las torres de asedio!

Se movió él mismo hacia una de las catapultas con una roca ya preparada. Mató a dos soldados enemigos que intentaban inutilizarla y junto a otro soldado aliado la giró un poco para situarla en dirección exacta hacia un punto muy dañado del puente, tirando de la palanca después para que la roca saliese disparada. Vio como segundos más tarde y tras dar la orden, otra catapulta disparó una roca contra la misma parte dañada del puente.
-¡Un par de ellas más y lo derribaremos!-Él se encargó de la defensa de una de las catapultas mientras colocaban una nueva roca.
Del puente no dejaban de llegar soldados enemigos a pesar de que muchos habían caído ya. Ya casi no quedaban arqueros y honderos en posición, y los que quedaban se preocupaban más de huir que de hacer frente a enemigos en distancias tan cortas, por no hablar de las ballestas ya sin ballesteros que se encargasen de ellas.

Una roca les sobrevoló cayendo contra un edificio dentro del volcán, otra impactó varios pasos más allá de la entrada. Su catapulta ya estaba preparada, pero la otra se había quedado de nuevo sin nadie a su cargo. En la muralla ya había casi más soldados enemigos que aliados, aunque todavía podían hacerles frente. Volvió a tirar de la palanca y la roca volvió a impactar donde debía, haciendo que el puente temblase más que nunca, desmoronándose parte de la roca debilitada por los golpes y los años. Uno de los extremos del muro fue alcanzado por otra catapulta enemiga, llevándose de nuevo por delante soldados aliados y enemigos y a una de las catapultas situadas sobre el muro. No tardarían en lanzar una roca contra la catapulta más conflictiva, la que estaba manejando él.
 Cuando ya casi no aguantaban la presión que llegaba desde el puente y las torres de asedio estaban a punto de besar la roca, la palanca fue agarrada una vez más por el príncipe, que tiró con decisión preparado para ver parte del puente derrumbase. Así fue, un mazacote de roca cayó contra las tropas en la llanura provocando que varios soldados cayesen también al vació y el puente quedase cortado. Lo siguiente que tenía que hacer era derribar a los que portaban los arietes, pero, como si de un cálculo milimétrico se hubiese tratado, las rocas desprendidas del puente destrozado cayeron contra uno de los artefactos de asedio que se acercaban a la puerta. Una vez cortado el acceso desde arriba, los soldados que componían la eterna fila intentaron saltar al otro extremo sin éxito. Mientras, el príncipe se dirigía hacía una de los calderos más alejados de la catapulta que había estado manejando, que no tardó en ser derribada por una de las catapultas de torsión situadas en la llanura.

El ruido que hizo la primera torre de asedio al impactar contra el volcán fue abrumador. Evidentemente no alcanzaban a lo alto del muro, pero no fue un problema para ellos. Una trampilla en el techo de la torre se abrió y por ella salieron soldados que colocaron una escalera de mano plegable enganchándola en lo alto del muro con dos anclajes de hierro. Para proteger a los soldados que ascendían algunos arqueros salieron hacia el techo, se colocaron con una rodilla sobre la madera y dispararon a quien intentaba soltar los anclajes.
-¡Ahora, el agua hirviendo!-Cuando un soldado quiso alcanzar un caldero y desplazarlo con cuidado sobre la torre de asedio, varios enemigos ya habían llegado a lo alto de la torre. Aún así no se detuvo y lo volcó antes de ser eliminado por espadas y flechas, provocando que los arqueros y algunos de los que iban a comenzar a ascender murieran entre alaridos de dolor.

El otro ariete llegó a la puerta principal, que comenzó a ser golpeada con fuerza. La otra torre de asedio estaba a punto de llegar y más infantería salía de la otra torre entre los cadáveres empapados en agua hirviendo. Era una locura.
-¡Desplazar el resto de calderos!-El príncipe se sentía alguien importante en el campo de batalla dando esas órdenes y teniendo éxito en todos sus movimientos.
Un nuevo estruendo más fuerte que el del ariete golpeando la puerta anunció que la segunda torre de asedio había ya llegado.
-¿¡Por qué nadie ha traído antorchas para envolver las flechas en fuego?!
-¡No nos serían tan útiles, la madera de las torres ha sido protegida con planchas metálicas!
Otra roca impactó contra la muralla, llevándose por delante esta vez otra catapulta y un par de calderos. Estaban perdiendo sus defensas sin haberlas aprovechado al máximo. Se centró tanto en destruir el puente que descuidó las torres de asedio y las catapultas enemigas, a las que también podía haber intentado derribar con sus propias catapultas de tensión.

Era solo un sargento que seguramente había perdido a los quince hombres a su cargo sin darse cuenta, demasiado benevolente había sido su hermana nombrándole sargento y demasiado benevolente habían sido los defensores reconociéndole como el príncipe y obedeciendo sus órdenes. Pero no sabía luchar por los demás, solo para él. Había cometido errores y el muro volcánico estaba ya desbordado. Intentó sin éxito arrancar los anclajes de una de las escaleras de mano que salían de la segunda torre de asedio junto a varios compañeros, muchos de estos murieron recibiendo flechas en partes desprotegidas de su cuerpo y él estuvo a punto cuando recibió una en la coraza. Se apartó cubriéndose, con un escudo que cogió del suelo, de las flechas que llegaban desde la torre de asedio, observando tras su defensa de acero el espectáculo junto a las puertas destrozadas ya por el ariete.
Sin pensarlo, y sin poder hacer ya mucho más en el muro, bajó las escaleras a toda prisa matando a varios que se le cruzaron y llegando de nuevo al suelo. La poca caballería aliada que iba quedando entró en la ciudad e intentó detener el avance como pudo, la infantería preparada tras la puertas se abalanzó contra los atacantes y un nuevo caos se despertó, esta vez dentro de la ciudad. Cruzando tras el ariete vio a su hermana, ya sin caballo, matando a varios de los que lo portaban y adentrándose en la ciudad con la espada cubierta de sangre, sin yelmo, y una aparatosa herida que le atravesaba la boca. Ya nadie querría besarla.

Entre la multitud vio a varios soldados sin yelmo, con la cabeza destrozada o el rostro desgarrado. Entre los que estaban ya sin yelmo se encontraba un hombre todavía vivo, con sangre cubriendo su pelo blanco y luchando como un jabato con su espada. El mismo caballero anciano con el que pasó tanto tiempo en la ciudad impenetrable y junto con el que viajó a la taberna. No sabía por qué no viajó allí junto al contratista ni porque luchaba de nuevo junto al falso rey, pero estaba claro que estaba luchando en su bando, su armadura era inconfundible. ¿Tan loco estaba el rey que mandaba a la lucha al único caballero de la Guardia Real que le quedaba? ¿Se trataba de un castigo? ¿Tendría más caballeros a su cargo que desconocía?

La infantería enemiga entraba sin problemas desde abajo y desde arriba, la batalla avanzaba por las amplias calles de la ciudad volcánica, las rocas lanzadas por las catapultas cada vez más próximas destrozaban las casas de los pocos ciudadanos que no luchaban y se refugiaban en un subterráneo del castillo, al otro extremo de las mazmorras. La muerte se expandía entre las filas de los suyos haciendo cada vez más evidente la derrota. Había sido un asedio excesivamente rápido, el desgaste no valía con una ciudad preparada para asediar, pero la superioridad numérica con la que ellos no habían contado fue suficiente para desbordarles rápidamente. Perdió la cuenta de los hombres que había matado en tan solo una hora de batalla y también de los que desprendieron un olor peor que el de la propia muerte antes de recibir sus espadas.

El anciano caballero parecía uno de los generales enemigos, dando órdenes sobre cómo y por dónde debían avanzar.
-¡Ejerced presión desde el suelo! ¡No necesitamos a nadie en las murallas!-Ordenó el anciano herido. Ya nadie quedaba en lo alto del volcán, los enemigos o habían bajado o no podían seguir avanzando por el puente parcialmente destruido. Su hermana no tardó en cruzarse con él. A pesar de que no dejaba de encontrarse enemigos a los que matar y el revuelo de acero no dejaba ver con claridad, intentó desviar la mirada de vez en cuando para ver como se resolvía el duelo entre los dos generales. Una mujer y un viejo poco podían hacer en una batalla, pero esa mujer y ese viejo demostraban tener un talento descomunal para el combate. Los dos combatientes, ya sin yelmo, dirigían sus estoques a la cabeza del contrincante, a su hermana parecía gustarle cortar la cabeza de viejos guerreros. Tras matar a un soldado pudo ver cómo el anciano encajó un golpe en la armadura de su hermana y cómo ésta hizo lo mismo golpeando un brazal con tal fuerza que pareció inutilizarle el brazo.


El combate seguía interferido por otros guerreros de ambos bandos que eran ejecutados sin dificultad, sin que ambos combatientes perdiesen la concentración en el enfrentamiento. Veía la lucha a ratos, a veces de reojo mientras esperaba el ataque de un nuevo combatiente que se le acercase. Al final comprobó que su hermana se movía mejor que cualquier caballero de la Guardia Real. Esquivó varios golpes hasta que ambas espadas impactaron fuertemente la una contra la otra, choque entre espadas al que le siguió un cabezazo por parte de su hermana que desestabilizó al anciano, lo que fue aprovechado por su adversaria para llevar la espada a su cuello.
El ataque fue esquivado a duras penas, quedando la oreja izquierda del anciano rajada horizontalmente, no pudo ver qué pasaba después. Tras matar a un par de enemigos más volvió a mirar para comprobar como con más sangre en la cabeza, esta vez en la frente, y saliendo de la mitad de su oreja que seguía pegada a la cara, el viejo caballero se mantenía firme bloqueando los golpes de la mujer a la que se enfrentaba.

No era fácil herir a ese hombre, él lo sabía bien. Aún así su hermana lo había hecho en poco tiempo y eso que era una batalla y no un duelo singular. Por eso mismo no pudieron seguir el combate tranquilamente. Tuvieron que centrarse en luchar contra otros guerreros que se les interponían, momento en el que el príncipe guerrero decidió intervenir. Había visto lo bien que se defendían y lo duro que sería combatir en un duelo similar contra su enemigo en medio de una batalla, por ello decidió subir de nuevo a la muralla olvidada o más bien repleta de cadáveres.
Abrirse paso entre los enemigos que habían bajado de ella no fue fácil, necesitó solicitar la ayuda de varios hombres que no le cuestionaron por saber quién era, a pesar de no ser más que un sargento sin hombres. Llegó a las escaleras perdiendo a gran parte de su pequeño pelotón improvisado, ordenó que defendieran el ascenso, subió y se colocó sobre la alta muralla. Los enemigos seguían las órdenes de sus generales, debían presionar a los defensores desde abajo, por lo que nadie subiría a molestarle y si lo intentaba, confiaba en que aquellos hombres le defendiesen.

Desde tan arriba y con la calma de ese lugar observó el sinsentido de la batalla, el conglomerado de espadas, mazas, armaduras, miembros, sangre...La marabunta de hombres luchando en aparente desorden, sin importarles nada más que ellos, ni siquiera la causa por la que luchaban, solo con el objetivo de matar y sobrevivir. La emoción embriagaba la mente convirtiendo al hombre en una bestia asesina dispuesta a morir matando. El miedo volvía para los que tenían tiempo de recobrar el sentido antes de que la muerte les abrazase dolorosamente. Para los combatientes sin experiencia, incluso muchas veces para los soldados de más rango, morir sería una mejor opción que sobrevivir con una dolorosa herida que en el mejor de los casos proporcionaría una muerte lenta y dolorosa, y en el peor provocaría una minusvalía importante para toda la vida

Su hermana no olvidaría aquella cicatriz cada vez que besase a un hombre, si es que la seguían besando; el viejo tardaría en acostumbrarse a la oreja parcialmente cortada y él...él tenía ya dos cicatrices de anteriores combates. Una en el hombro y otra en el corazón, ambas producidas por el mismo cuchillo portado por el mismo hombre. Pero esa batalla no le dejaría cicatriz alguna, sería él quien dejase una cicatriz en el reino. Cogió un arco del suelo, buscó con la mirada primero una flecha en el carcaj de algún caído y después a su objetivo. El pelirrojo le había enseñado a tirar con arco, pero no era tan bueno como él. Aún así, después de ver el combate individual en plena batalla que su hermana había protagonizado contra el viejo, reconoció que no tenía otra opción. Dudaba que pudiese vencer en un combate similar, así que decidió atacar desde lejos con uno de los arcos que los arqueros caídos habían dejado sin dueño. Además, no podía fiarse del caos del combate, en cambio la distancia era lo suficientemente segura como para que nadie le viese ejecutar uno de sus últimos movimientos en aquella guerra.

Flexionó el brazo llevando el codo lo más arriba posible, colocando la mano bajo la barbilla para tensar la cuerda, que le llegaba hasta la nariz; respiró con calma, cerró su ojo izquierdo, esperó a tener su objetivo, que no dejaba de moverse, a tiro. Al esperar demasiado con la cuerda tensada el brazo le comenzó a temblar, soltando la fecha sin poder evitarlo. La flecha rebotó contra el suelo sin que nadie se percatase del ataque. Repitió los movimientos que su compañero de la Guardia Real le había enseñado. Esta vez no tardó nada, aprovechó un enfrentamiento de su objetivo para disparar. La flecha pasó por detrás de la persona a la que pretendía matar en la distancia, clavándose en el pie de un aliado. Un intento más.

Su objetivo seguía combatiendo, pero esta vez de espaldas al muro volcánico, por lo que aunque se movía hacía atrás y hacia delante lo hacía en vertical, no sería difícil alcanzarle. Tensó la cuerda de nuevo, se humedeció los labios, apuntó por encima de la cabeza de su víctima y soltó. Sintió la cuerda vibrando, la flecha silbando, su corazón latiendo...era un momento único que se intensificó cuando la punta de la flecha se clavó en su cuello. Un caballero de la Guardia Real más moriría en pocos segundos desangrado, un general menos con el que contar. Sonrió entusiasmado por lo que había conseguido desde esa muralla, matar a un enemigo desde tanta distancia con un arco y...asegurarse el trono. Bajó las escaleras tras tirar el arco y empuñar de nuevo sus espadas

Cada vez había más enemigos junto a las puertas, por lo que evitó el combate en la medida de lo posible mientras avanzaba entre el bullicio de la batalla. Le costó encontrar a su víctima más de lo que esperaba. Se aproximó al cuerpo tendido en el suelo con la flecha clavada en un lateral del cuello, hiriendo lo que podría ser el esternocleidomastoideo, se agachó y miró su cara sin esforzarse en borrar su sonrisa. Su víctima tenía los ojos entrecerrados con lágrimas que no querían salir de ellos.
-He...fallado.-Pronunció con esfuerzo cuando le vio.
-No...has hecho justo lo que esperaba. Y por ello te quiero más que nunca.-Acercó su cara para darle el beso más sincero que le había dado jamás en aquellos labios ensangrentados por una herida que jamás llegaría a cicatrizar mientras siguiese con vida. Tras dar aquel beso vio el dolor reflejado en su cara debido a la herida.
-Ese beso ha dolido...hermano.
-Como me dolieron a mi todos los besos que le diste a él...hermana.-Pronunció con rencor.
-No es momento...tienes que luchar, no puedes caer como lo he hecho yo, tienes que ir con padre y...protegerle.-Parecía desesperada, como si nunca se hubiese planteado la posibilidad de caer en combate.
-Iré con padre...sí, tú por eso no te preocupes. Yo me encargaré de luchar por el reino, pero desde el trono.
-No...tú no...hermano, por favor.-Mostraba la irritación lógica de una persona a la que le quedaban pocos segundos de vida.
-Ahora me pides las cosas por favor. Te gustaba jugar conmigo, jugar con lo prohibido, pero dependías de mí, si yo no te clavaba mi flecha no tenías placer. Ahora solo he vuelto a jugar con lo prohibido, contigo...solo que usando una flecha distinta a la que te clavaba en la cama, y en un lugar muy diferente.
-Así que...tú.-La mirada de su hermana se le clavó tanto como a ella su flecha.
-Tal vez mueras satisfecha sabiendo que no te mató un enemigo, eras demasiado buena para eso. Aunque en realidad te mató quien debías imaginarte que lo haría, tu peor enemigo, sólo que cometiste el error de no tenerme en cuenta.
-¿Mi enemigo? Hermano...yo...te quería.-Las lágrimas cayeron sobre la herida de la boca, pero ella ya no parecía sentir escozor más que el que le hicieron sentir las palabras de su hermano.
-Y yo hermana. Te quise. Pero hemos querido más de lo que debíamos, hemos querido lo mismo y mientras uno se limita a querer otro se encarga de poseer. Eso no puede ser, por eso he tenido que hacer lo más rápido, mientras solo exista uno para querer solo puede haber un poseedor y nadie que sufra con ello. No te enfades hermanita, lo mismo que me dijiste aquella vez, ¿recuerdas?.-Lo explicaba fingiendo lamentar la decisión que había tomado.
-¿Qué has hecho? No...has pensando...en nada.
-Más bien qué es lo que voy a hacer, lo tengo pensado desde hace casi un año, aunque jamás pensé que lo ejecutaría de este modo y en este orden.

Varios hombres le protegían mientras se despedía de su hermana caída repentinamente en combate.
-Pronto tendrás compañía en el más allá, no te preocupes.-Le dedicó una última sonrisa a su hermana.
-Rezaba...todas las noches...por ti. Tu polla...era mía, mis tetas eran tuyas...Éramos uno. Nacimos con los roles cambiados...por eso nos complementábamos tan bien. Nuestra sangre era la misma y tú la has...-en ese preciso momento la sangre de la herida producida por la flecha aún clavada salió con más fuerza de la herida.
El príncipe no supo qué pensar. Parecía sincera. Entonces por qué se había comp...para ella era solo un juego entre hermanos que él se tomó demasiado en serio, lo comprendió en ese momento, al verla cerrar los ojos definitivamente. Pero él se había hartado de ser siempre el perdedor en aquel juego, siempre el humillado. Tenía que continuar avanzando por el tablero, comiéndose a las últimas piezas y ejecutando el jaque mate definitivo. Gobernaría como jamás hubiese podido haber hecho su hermana, había sido un sacrificio necesario más que una venganza, por lo menos eso se decía a sí mismo para convencerse ahora que conocía los sentimientos de la mujer con la que compartía algo más que sangre.

Dejó el cadáver de su hermana para dirigirse corriendo al castillo. Por el camino evitó de nuevo los enfrentamientos, aunque se cruzó con algunos enemigos a los que tuvo que matar, entre ellos el caballero anciano que se había conseguido adelantar junto a un pequeño pelotón. Se miraron y se ignoraron. Su antiguo compañero siguió blandiendo la espada contra los defensores de la ciudad, él continuó corriendo como podía entre las casas y los enfrentamientos. Quedaba todavía una distancia considerable para que el ejército enemigo llegase a las puertas del castillo, pero la ciudad se estaba quedando sin refuerzos y cada vez avanzarían con más rapidez, tenía que actuar cuanto antes.

Entró al castillo dirigiéndose hacia la sala del trono. Una vez en ella se situó frente al guardia que protegía la puerta tras el asiento de piedra volcánica desde la que se accedía a la sala en la que se refugiaba su padre.
-¡Lo siento señor, nadie puede pasar!
-¡Aparta joder!¡El qué está ahí es mi padre!
-Nos ha dado órdenes de que...
-¡Estamos siendo sitiados! Cada segundo que pasa mi padre está más vendido al enemigo, aparta de una puta vez.-No esperó su respuesta, le dio un empujón, le quitó la llave que portaba y entró. Se trataba de una sala de reflexión que su padre nunca usaba y que ofrecía una buena protección gracias a una puerta difícil de derribar. Por lo demás, el rey no fue muy cauto al esconderse, solo pensó en su seguridad sin reparar en que podía esconderse en las montañas del norte de las que nadie había vuelto y a las que podía acceder por una puerta trasera tallada en la piedra volcánica tras el castillo. Perderse entre piedras era mejor que morir a manos de tu enemigo.

La sala solo recibía un rayo de luz en una tarima sobre la que se encontraba el rey sentado y rodeado de cuatro guardias.
-¡¿Qué haces aquí?! Creo que te dije que quería que lucharas hasta la muerte!
-¡Padre! ¡Estamos jodidos! En poco tiempo tendréis al enemigo a vuestras puertas, no damos abasto, han caído demasiados, venían mejor preparados de lo que jamás hubiésemos esperado.
-¿Desde cuando eres un mensajero? ¡¿Acaso esa información me ayudará para algo!?
-Mi señor...vuestra heredera ha caído en combate.-Saboreó las palabras, deseó incluso decirle que él la había matado.
-¿¡Mi hija!? No puede ser...ella es...no puede ser que un inútil como tú sigas vivo y ella...
-Padre, luchó con valentía, pero le atravesaron con una flecha.
-¡Arqueros cobardes! ¿¡Quién la mató?!
-Con el caos de la batalla no pude verlo, pero antes de morir me pidió que os protegiera y he venido a cumplir su última voluntad.
-¡Ya tengo cuatro guardias conmigo!
-Cuatro guardias a los que necesitan en batalla.
-Claro, cuatro guardias que cambiarán las tornas ellos solos.
-No, pero harán más que yo solo. Cuanto más tiempo podamos retenerles más rápido podremos pensar en algo.
-¿Estás pensando en huir? ¡Demasiado estoy aguantando aquí escondido! Si llegan hasta aquí pediré que me lleven ante mi hermano, que sea él el que mirándome a los ojos, sabiendo que soy el auténtico heredero, me mate. Los fantasmas de la culpa le volverán loco tarde o temprano.
-Como queráis señor pero...
-¡Qué vayan dos! Al fin y al cabo acabarán muriendo.
Una vez dos de los guardias abandonaron la sala él se situó delante de su padre, entre los otros dos guardias, mirando a la puerta. Desde esa estancia silenciosa le llegaban los ecos de la batalla, de la locura del hombre, de la muerte sinsentido, del sufrimiento incoherente...Escuchó el repiqueteo de la primeras gotas de lluvia sobre la piedra, por un momento pensó que era el repiqueteo de la lluvia sangrienta acompañada de estruendosos truenos de acero. La descontrolada tormenta cuyos nubarrones les llevaban acechando durante dos décadas había comenzado hacía poco más de una hora y estaba a punto de finalizar para siempre. Sacó sus dos espadas y sin dejar de mirar al frente colocó los brazos en cruz bruscamente.

Sonrió imaginando la cara de su padre, le hubiese gustado poder ver la escena desde el otro lado de la sala, debía ser un cuadro maravilloso. Los rayos de sol traspasando la lluvia y filtrándose por el único hueco de la estancia iluminaban a un hombre de melena larga, morena y humedecida de sangre y sudor; con los brazos extendidos cada uno hacía un lado y sangre nueva deslizándose por cada una de sus espadas que atravesaban con elegancia los cuellos de los dos guardias. Y su padre detrás, posiblemente con el rostro aterrado. Deseaba que un pintor inmortalizase el momento, que fuese esa imagen la que en el futuro ilustrara el cambio definitivo que sufriría el reino de manos de aquel príncipe convertido dentro de no mucho en rey, en héroe, en leyenda. Una ilustración conocida como “la gloria del príncipe”, “glorioso día”, “luz de gloria”, “el ángel del reino”...se le ocurrían mil nombres para esa escena que no podía ser eterna. Los guardias cayeron al suelo muertos, su padre se levantó de la tarima tembloroso, intentando correr y gritar. Antes de poder llamar al guardia de la puerta se cayó al suelo golpeándose la cabeza de la que empezó a salir un poco de sangre.
-Guarda un poco de dignidad padre. Muéstrate tan digno como siempre has querido parecer.
-No...no eres mi hijo.-El rey, sin levantarse del suelo, se giró para verle la cara al príncipe.
-Algún día lo fui, pero supongo que dejé de serlo el día que partí a la ciudad impenetrable.
-Eres un traidor...tan traidor como mi hermano.
-Esta familia lleva la traición en la sangre, deberías asumirlo. La diferencia es que yo me anticipé eliminando a quien me traicionó. Sí, yo maté a tu querida heredera, a mi hermana, y lo hice sin tener que abrir una guerra y un periodo de incertidumbre de veinte años. Mi traición es lo mejor que puedo darle al reino.
-Tú...jamás podrás igualar a tu hermana. ¡Nunca serás rey! Mi hermano te matará antes de que te limpies mi sangre, gilipollas.
-Me queda un último movimiento, el definitivo. Una pena que no vayas a vivir para ver lo que tanto has ansiado.
-Cuando asedien el castillo no tendrás tiempo de hacer nada, estás tan condenado como yo.
-Si hay algo que debo agradecerte es que me mandases a la ciudad, en que confiases en mí para aquella misión. Fue la única vez en tu vida que me valoraste y te sirvió para condenarte, que irónico. Me diste información, y ya sabemos que con el conocimiento se puede conquistar el mundo.
-Si el conocimiento no te sobrepasa a ti antes.
-Cierto, lo mismo que le va a pasar a tu hermano. Pero yo, como un estúpido, lo usé para beneficiarte hasta que decidiste infravalorarme, humillarme, ahogar cada palabra que decía.
-Las palabras de alguien que lleva veinte años desaparecido no son importantes y menos cuando ha fracasado la única misión que se le ha...-Las manos del príncipe sobre el cuello del rey interrumpieron sus palabras.
-¿Cómo te sientes padre? ¿Cómo te sientes cuando tu propia sangre ahoga tus palabras? ¿Cómo te sientes cuando solo puedes esperar con la esperanza de que pare? ¿¡Como te sientes ahora, eh?! ¿¡Estás disfrutando tanto como yo, padre?! ¿¡Disfrutas tanto como disfrutabas cuando me humillabas?! ¿¡Disfrutas sabiendo que estos veinte años no han servido para nada, que todo se irá a la mierda en un momento?!-El rostro arrugado comenzó a ponerse morado mostrando unos ojos excesivamente abiertos que olvidaron la furia contenida y que observaban a su hijo como nunca le habían observado-. ¡Siente la derrota! ¡Siente el miedo! ¡Siente el dolor de tu pueblo! ¡Siente el poder del trono asfixiándote! ¡Siente la muerte como la sienten los que han luchado por ti!-Hacía rato que su padre no respiraba-. ¡Siente la ira del nuevo rey! ¡Siente! ¡Siente! ¡¡¡Sienteee!!!

Una lágrima cayó sobre el rostro abotargado del rey asesinado, no podía ser suya, no lamentaba su muerte, no lamentaba nada...Era el nuevo rey. Y como rey que era debía poner orden en el reino, defender su castillo, vencer la batalla y acabar con la guerra. Soltó a su padre percatándose de que el guardia de la puerta había entrado atraído por los gritos. Desenvainó de nuevo sus espadas y se acercó con calma al guardia que le atacó.
-A tu nuevo rey le debes más respeto.-Apenas tuvo que moverse para matarle.
Envainó las espadas, se observó las manos enrojecidas, se limpió el rostro humedecido, salió de la sala y subió las escaleras corriendo.

Cuando llegó al piso superior se metió en sus aposentos y sacó una llave de un pequeño cofre, tiró con sus dedos índice y pulgar dos piezas del tablero, la de la dama y la del rey blanco.
 -Jaque mate.- Miró desde la ventana el avance de los enemigos que ya estaban extremadamente cerca de la puerta del castillo y volvió a salir con la misma velocidad de ella. Lo siguiente que hizo fue dirigirse a la habitación situada junto a la suya, sacó la llave y la introdujo en la cerradura con cierto nerviosismo-. Último movimiento, último movimiento, último movimiento.
El mercenario estaba situado junto a la ventana, observando la batalla; la princesa echada sobre la cama, con la mano del mercenario agarrada. Ambos dirigieron la mirada a la puerta.
-¿No deberías estar luchando?-El mercenario señaló a la ventana confuso
-Eso hago.- El nuevo rey entró y se acercó al mercenario-.Se acabó, sois libres.
-¿Cómo que libres? ¿Así, sin más?-La princesa se incorporó sin soltar la mano de su mercenario.
-Sin más no, ahí fuera hay una batalla, pero antes de que os cojan -miró a la princesa-, o de que os que maten -miró al mercenario-, podéis cumplir vuestro deseo, la libertad tiene sus pros y sus contras.

Mercenario y princesa se miraron dubitativos. El príncipe fraticida le tendió al mercenario la espada que le había quitado de camino a la taberna y a la princesa la que él había usado desde que ingresó en la Guardia Real de su tío.
-No, gracias, esa no es mi espada, solo es la que usé cuando me hice pasar por caballero. ¿Dónde dejasteis mi equipo y el de mis compañeros?
-Como quieras, lo tengo en mi habitación bien guardado en un arcón.-El príncipe volvió a guardar sus espadas-. Es la habitación de al lado, está abierta.
-¿Por qué ahora?-Preguntó la princesa mientras el mercenario iba a recuperar su equipo.
-Es el momento, dentro de poco todos moriremos y tú volverás a ser presa, pero si usáis bien vuestra libertad nos salvaréis a todos. Nunca quise tu mal, ni el de sus amigos ni el de nadie, solo estábamos en diferentes bandos, pero ambos queremos lo mismo: la paz en el reino. Yo se la daré. Id y haced lo que debáis, yo me encargaré del resto. He matado al enemigo de tu padre, ese era el primer paso para acabar con esta espiral de venganza e injusticia, luchemos por la misma causa más allá de nuestros objetivos individuales.
-¡Principito!-El mercenario regresó con dos espadas, una de ellas la suya-.Después de todo no eres tan cabrón, no esperaba que nos ayudases a salir de aquí, aunque no has esperado al mejor momento. Aún así no quiero irme de aquí sin hacerte también un regalo.-Anunció con extraña alegría y cordialidad.
-No hay tiempo, debéis iros y...
-Te regalo esta espada, la espada de mi amigo, creo que mereces tenerla.
Nunca había tenido al mercenario tan cerca, y mucho menos para ofrecerle un regalo. Mercenario y príncipe sonrieron. Eran tan parecidos, tan manipuladores, sólo que uno era mejor que otro, siempre había sido así. La sonrisa del mercenario se mantenía firme, la del príncipe, ahora convertido en rey, temblaba. Eran sonrisas muy parecidas, pero completamente diferentes, la una no mostraba más que satisfacción, la otra orgullo y mucha sangre.

Nunca un regalo le había llegado tan adentro, tanto que lo sentía en las entrañas. Debía haberse anticipado como se anticipó a su tío, al contratista, a su hermana y a su padre. Debía haberse imaginado que tras liberar al mercenario eso podía pasar. Su rival le extrajo muy lentamente la espada que portaba el mercenario al que el mismo había matado por la espalda mientras pronunciaba unas palabras mucho más serio.
-Por mi amigo.-Una vez extraída le rasgó con cuidado una parte del cuello manteniéndole en pie con una mano-.Por zanahorio y el hombre que me acercó a la princesa.
-Después de tanta espera...no puede acabar así.-A pesar de lamentarse no perdió su estúpida sonrisa.
-Por nuestro anciano y hábil explorador.-Tampoco pudo anticiparse a la espada, que se movió destrozando su cuello. Cuando quiso pronunciar una nueva palabra sintió un fuerte dolor y medio segundo después estaba observando, tirado en el suelo, cómo su cuerpo sin cabeza caía frente al mercenario-.No debiste pensar que olvidé a mis amigos.
Podía sentir el frío del suelo, ver como los dos presos a los que había liberado le observaban y escuchar sus palabras. Pero ya nada importaba, igual que no importaba esa guerra, ni el reino, ni el trono...en los últimos cinco segundos que su cabeza arrancada del cuerpo le permitió pensar antes de morir solo pudo verle a él, el hombre que había amado y que había perdido dos veces, todo había sido por él. La lucha por la gloria del reino, por la gloria de la ciudad y del valle, todo había perdido su sentido en el momento en el que él murió. Ahora que su cabeza no tenía dueño era cuando más claro lo tenía todo, morir era la única forma de ganar para él.

Alcanzó su victoria particular con aquel movimiento del mercenario, un inesperado y repentino estoque en pos de la amistad y contra aquel rey que había durado tan solo unos minutos como tal, sin que nadie lo supiese ni le reconociese como nuevo monarca, destrozado por aquel poder, como todos los que se sentaban sobre aquella piedra volcánica. Un estoque que acabó con la partida, por lo menos para él. Un estoque que derribó la pieza del alfil blanco convertido en rey. Un estoque que terminó en un segundo jaque mate.


 La primera imagen pertenece al usuario de deviantart Liziel: http://liziel.deviantart.com/art/Alvin-359408150

La segunda imagen pertenece al usuario de deviantart daRoz: http://www.deviantart.com/art/reaching-the-Victory-397615037