lunes, 22 de diciembre de 2014

Los cuentos Prohibidos(II)



Así que...Talina protege a los niños abandonados por su padres. Nunca había sentido tanta felicidad ni llorado como ahora...¡Te quiero Talina! Aunque mi peluche no tiene el pelo tan largo como me he imaginado. ¡Bueno, ya le crecerá! Gracias por contarme el cuento de Talina, no sabía que existía. Es mucho más que un peluche ¡qué bien! Sí, sí. Ya me duermo. Voy a dormir mejor que nunca ¡ya verás! 

¡He soñado con Talina! Dormía en su pelo, acurrucado, junto a otros niños y junto a ti, claro. No me separaré de Talina nunca, nunca, nunca más de los jamases. Je,je,je,je.
Aunque me sigan pinchando, la comida este mala y hablen conmigo señores tristes y arrugados, con Talina y contigo siempre seré feliz.
¿A que a ti tampoco te gusta la comida? Me regañan cuando te la doy porque tú no te la puedes comer. ¡Pues que te den algo que puedas comer! Menos mal que a ti no te importa.

 Por la ventana veo casas muy altas, demasiado altas. No me gustan, aunque sí me gusta que vivan gente en ellas y sean felices. Aunque no lo son, como los señores blancos y arrugados. Todos son arrugados, laberintos con patas. Ja,ja,ja,ja. Me río aunque no sea del todo divertido. Pero hay que reírse. No pasa nada, ellos no se dan cuenta de que están tristes. Supongo que tiene que ser así.
La gente triste y arrugada se convierten en cosas tan enfadadas como Gasgoroz, con hambre cuando se suben en esas casas en movimiento. Debe ser porque son pequeñas y hay muchas. ¡Yo tampoco sabría por dónde meterme! No sé como no se chocan.

La gente es de muchos colores fuera de aquí, pero todos son grises y negros. Andan sin ir a ningún sitio ¡es un rollo! Yo les sigo porque no sé hacer otra cosa, pero yo soy feliz aunque esté con ellos. ¡Y aprendo cosas! Aunque esas cosas no importen un pimiento, como dice mamá. Pero no se lo digas que lo he dicho, que a ella no le gusta que diga pimiento, no sé muy bien por que. Papá sabe que a mamá no le gusta que diga “me importa un pimiento”, por eso él usa otra palabra que empieza por “m”. ¡Jolín! Ahora no me acuerdo de que palabra es. Ahora que lo pienso, mamá parece enfadada cuando lo dice papá. Supongo que a mamá no le gusta que no nos importen las cosas y por eso se enfada. No lo sé.
  
El caso es que las cosas que aprendo en el cole no importan, le guste o no a mamá. Nos dicen que si el corazón se para dejamos de vivir. ¡Menuda mentira! Y que el mundo es redondo y tiene cinco continentes. ¡Pues menudo rollo si fuese verdad! Pero hay que ir al cole para que mamá no se enfade. Nos dicen que tenemos que ser buenos y ayudar a la gente y que si vamos al cole aprendemos muchas cosas. Pues la gente de ahí fuera no debe de haber ido porque al venir he visto como a un señor muy, muy triste, con tanto pelo como Talina, pero en la cara, no se acercaba nadie. ¡Yo lo hubiese hecho! Pero no podía. A lo mejor ellos tampoco pueden, a lo mejor su profe no tuvo tiempo de enseñarles esa lección. Es que son muchas cosas importantes las que tienen que enseñar ¡jolín! No da tiempo a todo. Aunque si algunas cosas son mentira ¿por qué no enseñan lo que de verdad importa? A lo mejor no les dejan enseñarlas, igual que a mí no me dejan acercarme al señor del pelo en la cara.

Pobre señor, ¿qué le pasaría? A lo mejor se cansó de caminar como los demás ¿no crees? ¿Y si no sabe caminar? A lo mejor se ha perdido y no sabe dónde está su casa. ¿Te imaginas que no tiene casa? Espero que no esté solo como estos niños. Si estuviese aquí Talina les protegería con su pelo. Incluso al señor del pelo en la cara ¡Seguro!
Ahora me siento un poco mal. Yo tengo cama y a mis dos mejores amigos haciéndome compañía. El no tiene nada. Si pudiéramos bajar y ayudarle. Ya, ya sé que tengo que dormir, pero es que...¡Es verdad el cuento! ¿Le gustarán los cuentos al señor del pelo en la cara? Un día se lo preguntamos. Hoy toca el segundo cuento que no conozco, ¿verdad? ¿Ryhen? ¡Vaya! Nunca lo había oído. ¿Quién era Ryhen?



EL CUENTO DE RYHEN






Ryhen era un niño del bosque del umbral, un paraje maravilloso en el que vivían infinidad de niños que jamás crecían y cuya alma se reflejaba en sus ojos, no olvidando jamás su auténtico espíritu ni quiénes eran en realidad. De todos los cuentos existentes son, sin duda, los seres más alegres y felices que existen, pero Ryhen no era feliz. ¿Por qué no era feliz Ryhen? Os preguntaréis. Porque su auténtico espíritu, su alma, no se reflejaba en sus ojos. Todos tenían a su acompañante eterno para hablar, jugar, cantar, bailar y reír, pero Ryhen estaba siempre solo.

Nadie sabía por qué Ryhen no tenía un acompañante eterno, pero realmente a nadie le importaba, por eso no le hablaban. Era raro y muy callado. Se pasaba el día apoyado sobre su árbol, esperando a que algún niño se le acercase, pero nadie lo hacía.Un día de cada año en el bosque nevaba y hacía un frío  descomunal. Eran tan bajas las temperaturas que cualquier persona corriente quedaría congelada tras pasar unas horas en el bosque. Si los niños del bosque del umbral no morían era gracias a su acompañante eterno, que se fusionaba con ellos creando energía muy, muy cálida en su cuerpo. Ese día, el bosque brillaba con una luz verde muy intensa que podía verse desde cualquier rincón del mundo. Ese brillo anunciaba el fin de ciclo y la renovación del alma de cada persona, la oportunidad de enmendar errores y de encontrarse a sí mismo, por eso, durante un mes se iluminaban las calles con luces verdes. Era una fiesta que sacaba lo mejor de las personas. Sí, como la Navidad, solo que aquí la llamaban fiesta de la Umbralita. Con la umbralita, un mineral muy común, podían iluminar las calles con la luz verde, muy parecida a la luz que emanaba del bosque. Y, al fin y al cabo, el bosque de donde provenía esa luz se llamaba bosque del umbral, como ya te he contado, así que el nombre le venía que ni pintado.

El día previo de la Umbralita los espíritus de los niños se introducían en sus cuerpos para comenzar el periodo de hibernación de tan solo un día. La nieve empezaba a caer y el brillo que desprendían los niños echados junto a su árbol iluminaba cada copo. Esa lluvia de luz verde indicaba que quedaban pocas horas para que todo el bosque brillase.
Durante el día siguiente a los niños de todas las ciudades del mundo se les regalaban cosas para que les hiciesen compañía durante todo ese año, aunque siempre eran cosas materiales.
Pero Ryhen era el único que estaba verdaderamente en el umbral, el umbral entre la gente corriente y los niños del bosque, pues ni recibía regalos ni el calor del reflejo de su espíritu. ¡Para colmo era el primer año de Ryhen en el bosque! Cuando los niños se fusionaron con sus espíritus y se tumbaron junto a su árbol empezó a sentir mucho miedo. Después del miedo vino el frío acompañado de la nieve.

 Pasaron tres horas y ahí estaba el pobre Ryhen, solo y asustado congelándose de frío. Entonces vio a un espíritu despistado y un poco lentorro que todavía no se había fusionado con su niño, que también estaba tiritando. Se acercó a él y le saludo tímidamente. El niño le miró de reojo y no le respondió.
-¿Me dejas tu espíritu?-Preguntó esperanzado.
-No, es mío.-Respondió tajante.
-Pero es que tengo frío.
-Si te lo dejo me congelaré yo.
-¡Podemos compartirlo!-Se le ocurrió a Ryhen.
-¡He dicho que no!
Desesperado, Ryhen intentó coger con su mano el espíritu del niño, que le hizo salir disparado. No le calentó, aunque la mano le quemaba.
-¡Ladrón!-Gritó el niño sin recibir respuesta de sus compañeros.-¡Ladrooooón!
El espíritu del niño se iluminó con fuerza haciéndole mucho daño en los ojos, por lo que Ryhen, muerto de miedo, salió corriendo.

 La ventisca se intensifico, los árboles se sacudían furiosos y la nieve lo cubría ya todo. Ryhen casi no podía moverse del frío. Tras dos horas caminando lentamente entre la nieve cayó de rodillas exhausto. No podía más. Empezó a sentir un calor inusual y a quedarse dormido. Finalmente cruzaría el umbral. ¡Y vaya si lo cruzo! Cuando despertó se sentía con energía, aunque seguía en el bosque en medio de la ventisca. Sintió algo en el pecho que le hizo continuar hasta salir de él, mientras la luz verde lo bañaba todo un poquito más. Fuera del bosque hacia frío, pero no tanto.
Había empezado la fiesta de la Umbralita y él la celebraría fuera de ese bosque. Por fin podría ser como los demás, así que, entusiasmado, se dirigió al primer pueblo que encontró, con casitas de madera de dos pisos, con los tejados nevados y gente colocando los minerales de umbralita de diferentes formas y tamaños en las ventanas, puertas y tejados. También hacían una recreación del bosque del umbral con los niños correteando por él en el centro del pueblo y adornaban una réplica del árbol sagrado del bosque, que perteneció al primer niño del bosque. Era precioso.

En una tienda tenían una cosa que parecía blanda con algo negro por encima. ¡Eran bollos de chocolate! Y muy ricos, por cierto. Ryhen nunca había visto uno, y mucho menos los había probado, así que entró a la casita y cogió uno deseoso de saber si sabían mejor que las plantas que comían en el bosque. ¡Ya lo creo que le gustó! Se comió  otro, y otro, y otro...cuando el despistado tendero se quiso dar cuenta, el niño ya se había comido una bandeja entera. ¡Hay que ver que glotón era Ryhen! Y lo peor era que no tenía dinero, ni siquiera sabía lo que era eso. El tendero no tardó en exigírselo, pero el bueno de Ryhen no podía darle nada, así que el hombre lo echó de una patada de su tienda. Pronto descubrió que así pasaba en todos los sitios con cualquier cosa.
Deambulaba por la calle buscando a alguien con quien hablar, pero su aspecto no gustaba. Llevaba la fina ropa de los bosques, iba despeinado y caminaba solo. Algún niño curioso se acercó a él, pero sus padres no tardaron en alejarlo de su lado. Pidió bollitos y eso a lo que llamaban dinero, pero nadie le dio nada. Se asomó a las ventanas de algunas casas y vio como a los niños les regalaban muchas cosas: Caballos y espadas de madera, pelotas, ropa... Quería ser uno de esos niños. Pero no lo era, y volvía a estar solo.

 Estaba acurrucado apoyado sobre la puerta de madera de un edificio con una cruz. Aunque Ryhen no lo sabía, era una iglesia. Un hombre mayor y sin pelo salió por la puerta.
-Vete a casa niño.-Le pidió el señor mayor.
-No tengo casa, señor.
-Vaya...pues lo siento, hijo, pero no puedes quedarte aquí. Algunos vecinos se han quejado...entiéndelo, hombre, no es plato de buen gusto para nadie ver a un niño tan pequeño vestido de esta forma pidiendo dinero en la puerta de la iglesia. La Umbralita es una fiesta muy bonita, las calles tienen que lucir espléndidas. Además, pronto pasará la gran luz y no te lo querrás perder. Anda vete.
-¿La gran luz?
-¡Ay! Pero, que niño más ignorante. Después de la lluvia verde el bosque del umbral se ilumina tan intensamente que todos pueden verlo desde cualquier sitio. Entonces, antes de que termine el día, todos se reúnen en el punto más alto de su ciudad o pueblo para ver la gran luz que cruza el cielo y absorbe la luz del bosque, devolviéndolo a la normalidad. Se dice que la luz absorbida del bosque por la gran luz celestial se esparce por todo el mundo repartiendo prosperidad. ¡Es más! Si te has portado bien y eres de corazón puro te puede conceder un deseo. ¡Anda, niño, vete y corre a pedir un deseo!

 Corrió, claro que corrió, pues esa era su última esperanza. La gente estaba arremolinada en la colina, pero todos le miraban mal, muy mal. Se alejó de ellos buscando otro sitió. En su búsqueda de un lugar alto vio su reflejo en el escaparate de una tienda. Cuando vio lo diferente que era al resto comprendió porque le miraban así. Tenía la piel muy blanca, estaba muy delgado y se le marcaban muchos los huesos...era raro. Pero no quiso pensar más en ello y salió veloz como la gran luz celestial a lo alto de un árbol.
Entonces la vio, magnífica, cruzando el cielo con una grandiosidad inexplicable, iluminando el mundo, tan verde como la luz del bosque. Ryhen la miró fijamente. No cerró los ojos, solo la miró y se concentró. Podía haber pedido ser como los demás, tener un acompañante eterno, un amigo normal, un bollo o dinero. No pidió nada de eso, de hecho no pidió nada. Se quedo anonadado mirando esa luz, dejándose bañar por su verdor, asombrándose por su gran calidez. Era magnífica. Entonces la gran luz celestial se detuvo sobre el bosque y se hizo más grande cuando absorbió la luz del bosque. Se quedó por un momento flotando en el aire y, tras unos segundos, salió disparada hacia el pueblo.
  
La gente gritó entre maravillada y asustada cuando la gran luz pasó por encima de sus cabezas, él en cambio se quedó en silencio cuando le atravesó el pecho, saliendo de él la silueta de una mujer reluciente ante la que todos se inclinaron. Todos menos Ryhen.
-No he venido a concederte ningún deseo-susurró la mujer.-Al fin y al cabo ningún deseo has pedido. Pero siento tu corazón. Que no puedas proyectar tu alma no quiere decir que no la tengas...de hecho es la más intensa que he conocido, tanto que no hace falta que la veas y hables con ella para que te sientas bien. Ella te ilumina y te mantiene con fuerzas y calor, por eso saliste del bosque sin congelarte, Ryhen.
-Sabes mi nombre.-Se maravilló Ryhen.
-Tu alma me lo ha dicho.
-Pero yo no la oigo.
-Yo tampoco...pero la siento con la misma intensidad que tú.
-¿Y qué hago para que la gente me quiera?
-Nada, Ryhen. No has de hacer nada. No aquí, este no es tu lugar. Tu lugar está muy lejos, cruzando otro umbral. Te necesitan más en ese otro lugar, pues otro niño debe llegar donde estás tú y tú has de conducirlo hasta aquí, Ryhen.
-Y, ¿entonces seré feliz?
-No a ojos de los demás, pero los demás no saben mirar. No debes buscar su aceptación, no la necesitas. Tampoco les culpes por ello, necesitan la luz que a nosotros nos sobra. ¿Sabrás dársela, Ryhen?
-No sé cómo, pero sé que lo haré.
La silueta de la mujer creó con su luz un portal, tras él se veía un mundo totalmente diferente.
-Crúzalo, y devuélvenos el equilibrio que perdimos hace siete años.
Ryhen ya no se sentía triste, ni tenía frío. Ahora sentía el calor, siempre había estado ahí aunque no se había dado cuenta. Y, ahora, repartiría esa luz y ese calor en aquel mundo para compartirlo con la gente que estuviese sola como lo había estado él.
Antes incluso de cruzar el umbral, sintió eso a lo que llaman felicidad.







       

1 comentario:

  1. No había leido todo, que tonta! Empecé en el propio cuento y no había visto lo anterior. Menos mal que me he dado cuenta.

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