jueves, 7 de agosto de 2014

Corazón Envenenado(II)

ACTO II
INFECTADAS HERIDAS





Nunca había sido una buena tabernera. Se aburría tras el mostrador recibiendo gente que no le interesaba lo más mínimo. Lo más divertido siempre había sido cuando había engañado a algún cliente con el precio de lo que había tomado. Cada vez que lo hacía y su padre se enteraba la reprendía, e incluso una vez la llegó a pegar por el revuelo que se causó en la taberna cuando un cliente se enteró del engaño. En esos años, y sobre todo desde que empezó a recibir palizas con más asiduidad, se entrenó en el arte del engaño. Jamás debían descubrirla. 

El oficio de tabernera es fácil, incluso aunque haya que lidiar con gilipollas insolentes, por eso necesitaba algo más que la llenase, aunque supusiese el rechazo de todos a los que conocía hasta ese momento. Ponerse ese día de nuevo tras el mostrador fue como transportarse al pasado. Ser descubierta en su engaño no hizo más que sentirse tan idiota como antaño.
Un hombre borracho te podía dar un tajo en el vientre en cualquier momento si le ofendías, o incluso sin hacerle absolutamente nada. Pero que lo hiciese un hombre sobrio que hablaba cordialmente sobre el niño que tienes en tu interior es desconcertante y humillante.

No dejaba de mirarse las manos cubiertas de lo que tenía en su vientre, temerosa de alzar la cabeza y ver la cara del guardián. Todo había acabado para ella. Su sueño, su vida, su orgullo. Jamás pensó que ese hombre le reconocería después de tanto tiempo. Era uno de los pocos hombres que no sucumbía al engaño, ni siquiera al dulce engaño de una mujer. Sus pechos fueron la perdición de muchas de sus víctimas, pero ese hombre... ese hombre parecía estar por encima de los más bajos deseos de cualquiera de esos trozos de carne que no dudan en dejar asomar la polla si creen que han encontrado un lugar donde meterla.

Sus pechos y su tierna amabilidad de tabernera habían embelesado a más de uno en la mesa, aunque algunos lo disimulaban mejor que otros en todos se podía percibir esa chispa que nubla la razón. En todos menos en él. Ya estaba hecho, había desviado la atención y encima tenía al alcance lo único que quería. Un tajo era ahora lo único que tenía. Ya no había bebé, ni tabernera, ni orgullo, ni sueños, ni reliquias, ni reputación, ni mentiras. Solo plumas y una oportunidad perdida.

“Te pillé” fue lo último que escuchó antes de marearse. Se sintió de nuevo como una cría acorralada por su padre antes de recibir otro golpe. Ya no era esa muchacha, no podía seguir siéndolo. Todavía podía huir, escapar con lo único que aún mantenía. La vida.
Finalmente levantó con cuidado la cabeza, con miedo de que al cruzar su mirada con la del guardián éste la agarrase con más firmeza. Apretó los dientes conteniendo el miedo y la ira, hizo un complicado movimiento con el brazo derecho soltándose de su captor y comenzó a correr dejando un rastro de plumas tras ella que hicieron de su huída un espectáculo de taberna que algunos anormales ignorantes incluso aplaudieron.

El hombre que había arrestado a aquella mujer encapuchada no tardó en reaccionar, aunque suponía que el muy imbécil no entendía nada de lo que estaba pasando. Se puso delante de ella y desenvaino la espada para que se detuviese, pero, desde luego, no lo hizo. Se hizo a un lado con una agilidad  impensable en una mujer embarazada, al fin y al cabo ya no tenía niño, solo un montón de plumas. Sin pensar, algo que caracterizaba a los hombres, y más a ese miserable condestable descerebrado, asestó una hábil estocada hacía su nueva presa, que esquivó con maestría de un salto y sin dejar de correr hacia la puerta. Huyó.

Oyó voces tras de si. Gritos de asombro, de pánico, de incredulidad y de enfado. Escucho risas, más aplausos, maldiciones, golpes de sillas caer contra el suelo e incluso el sonido de un cristal roto. La gente la miraba deteniéndose en sus labores. Algunos incluso la ayudaban dejando el camino libre, otros se quejaban si saltaba algún carro o llenaba una mercancía de plumas al pasar por encima de ella.
¿Cómo había sido tan estúpida después de tanto tiempo? ¿Cómo había creído que eso funcionaría? ¿Cómo, después de ser tan cauta, había fracasado de esa forma? Y ya era la segunda vez en esa misma misión.


No dejaba de correr por las calles empedradas, evitando tropezarse, evitando a la gente, a los caballos, a los niños que la seguían riéndose y cogiendo las plumas que iban cayendo, a los perros que la ladraban y olfateaban las plumas no sin antes asustarse al verlas caer. Los gatos en cambio la esquivaban a ella y observaban atentos con la esperanza de encontrar un pájaro que llevarse a la boca entre tantas plumas. Al final dejó de esquivar y trepó. Al fin y al cabo no iba a poder volver a pasar desapercibida mientras fuese el guardián quien la siguiese, y mucho menos con esas molestas plumas que parecían infinitas.

Trepó con una facilidad asombrosa para quienes no la conocían, llegando al tejado de una casa baja, con un tejado firme. Antes de llegar a él, la larga falda se le enganchó en un saliente, rasgándose un poco por abajo. Mucho mejor así, sería más fácil escalar y correr.
Desde ese tejado continuó trepando a otras casas más altas, apoyando bien los pies en él sin perder ni equilibrio ni velocidad. Saltó de un tejado a otro mirando hacia el bosque que se extendía más allá del camino. No tardaría en llegar a la última casa de esa parte de la ciudad, pues la taberna estaba cerca de la entrada y no había mucho más que recorrer.

Desde el tejado de la última casa observó a sus perseguidores. Vista desde arriba era una escena ridícula. Los dos hombres que seguían al condestable y al guardián se chocaban con todo lo que se cruzaba en su camino, parecía que lo hacían apropósito para que la gente se riese y disfrutase de lo que, definitivamente, más bien parecía un espectáculo de humor absurdo que una persecución real. Incluso el condestable y el guardián, dos hombres curtidos en combate, tropezaban de vez en cuando. Aunque lo más patético era ver al muchacho mucho más atrás corriendo lo poco que podía. Hombres...estúpidos inútiles.

Saltó como un gato saltaría de un tejado y cayó con la punta de los dedos de la mano rozando la hierba situada al los lados del camino de piedra, con los pies en paralelo apoyados firmemente. Un gato la miró celoso desde un tejado y otro la imitó. Después ella se irguió y continuó. Correr era lo único que podía hacer. Correr mientras suplicaba llegar a un árbol cuanto antes. Cuando llegase a uno estaría a salvo. Solo en ese momento podría pensar con tranquilidad qué hacer, lo cual era más difícil que escapar. Era fácil enfrentarse a la ley, pero nunca es tan fácil enfrentarse al destino.

El bosque estaba cada vez más cerca, pero todavía podía oír los gritos y lo peor era que también podía oír los relinchos. Eso la preocupaba. Aunque más lo hacía oír los cascos sobre las piedras que formaban el camino. Incluso los oía  golpear la hierba. Fueron tan imbéciles que no cogieron sus caballos al salir de la taberna, pero, cuando sus cerebros consiguieron empezar a funcionar, habían decidido coger caballos a la salida del pueblo. Si lo hacía ella se consideraría un robo, si lo hacían ellos asuntos del rey.

Pero si no había cogido un caballo no era porque temiese robar y ser juzgada por cuatrera, sino porque no le gustaba ese animal. Siempre había querido valerse por si misma, no confiar en nadie, ni siquiera en animales. Se movía como un gato, y un gato no necesita a un caballo para moverse. Puede que el caballo recorra más distancia, pero los caballos se ponen nerviosos si ven ratas, mientras que los gatos se las comen. Y los que la seguían no eran más que ratas perfumadas que se las dan de proteger a las demás ratas malolientes cuando lo único que hacen es comer y vivir a costa de su trabajo.

Detestaba escuchar los cascos tanto como los gritos de sus jinetes. Pero lo que la puso realmente nerviosa fue escuchar un silbido. Un silbido que, como si de un espíritu del bosque se tratase, la pasó por la oreja derecha. Oírlo fue peor que verlo. Su espíritu tenía las piernas de plumas, el torso de madera y la cabeza de acero. El cuerpo vibraba con la cabeza clavada en un árbol cercano. Una buena señal. Si llegaba al primer árbol daba igual qué caballo montasen sus perseguidores, seguirían siendo ratas incapaces de vencer al gato.

Escuchó algo que la desconcertó. Un “deja eso” de la boca del guardián que no se esperaba, y un “que la jodan” de la del condestable que le parecía de lo más normal. Lo siguiente fue todavía más desconcertante.
-¡¿Vas a matar a la que muy seguramente sea la única que puede salvar a nuestro rey?!
No hubo una respuesta, ni en forma de palabras ni en forma de más flechas. Alcanzó el árbol. Jamás el tacto de su corteza había sido tan agradable para ella. Se impulsó y trepó escuchando un “mierda” y un “otra vez” que la hicieron mucha gracia.


Desde arriba se permitió detenerse un momento y observarles. Maldecían mientras levantaban la cabeza sin bajarse del caballo y apartando con un brazo las plumas que caían sobre ellos.
-¡Baja aquí muchacha insolente! Todavía has de responder ante la justicia del rey.-Gritó furioso el condestable.
La tabernera hizo un gesto obsceno y se marchó saltando de árbol en árbol.
Podía volver a la guarida, pero no aguantaría la humillación que suponía ese segundo fracaso. Tampoco sería tan fácil acecharles de nuevo, pasarían todo el día rastreando el bosque, además acababa de darse cuenta de que seguía dejando un rastro de plumas bajo los árboles, ¿cuántas se necesitaban para rellenar un cojín?



Esperaba que todavía quedasen suficientes para indicar el camino que había tomado. Se sacó el cojín de debajo de la ropa desgarrada y siguió esparciendo sus plumas hasta que quedó vació, después lanzó el cojín lo más lejos que pudo y continuó esparciendo las plumas restantes. Se desplazó a otros árboles cercanos esperando a que llegasen sus presas, los que casi llegaron a ser sus captores. Pero no llegaban. Hasta seguir un rastro de plumas les costaba y habían tenido que hacer un descanso. Suponía que se habrían reunido con esos dos patanes que les seguían para seguir el rastro juntos.

Lo primero que hizo fue quitarse la pintura blanca de la cara, pues ya le empezaba a molestar, no estaba acostumbrada a ese tipo de potingues en las piel. Después se rasgó las mangas del vestido y se rajó más la falda dejando el mismo corte perpendicular que se quedó al enganchársela, pero más corto, para maniobrar con más comodidad. También aprovechó el tajo que tenía en el vestido y que le había destrozado el cojín, delatándola, para acabar de desgarrarse toda la parte que le cubría el abdomen. Ya no solo se le veía el ombligo, ahora podía verse el terso abdomen, dejando las vestimenta intacta por encima para que la cubriese el pecho. Le gustaría ir por ahí desnuda, sería más cómodo, pero llamaría demasiado la atención.
Lo último que hizo fue ajustarse las vainas de los cuchillos que tenía bajo la falda desgarrada y que asomaban un poco entre las telas rotas, pegadas a sus piernas desnudas.

Esperó pacientemente vigilando el terreno. Vació la vejiga sin bajarse de los árboles y en un lugar lejano al rastro de plumas. Si encontraban orina junto al rastro les hubiese extrañado que hubiese continuando dejando plumas por el camino después de haber meado, así que lo mejor era hacerlo lejos, nunca encontrarían el rastro de orina. Tampoco llegarían a olerla, sabía que por muy buenos guerreros que fuesen como exploradores no valían nada. Comió algo también mientras esperaba, algunas frutas que encontró en los árboles que usaba como transporte.

Poco después de comer retomaron la búsqueda. El guardián era suficientemente inteligente como para comprender que no podían continuar con normalidad su viaje si ella seguía suelta por ahí y sabrían que les seguía por algo que estaba buscando. Aunque toda la inteligencia que mostraron buscándola antes de retomar el viaje se desmoronó en la forma de buscarla. En vez de ordenar que solo uno siguiese el rastro de plumas y el resto rastrearan en profundidad el bosque decidieron seguir juntos el rastro de plumas. Como si fuese tan estúpida de dejar miguitas de pan.

Lo peor es que seguían el rastro en línea, como si fueran niños que van tras el rastro de un animalillo herido. Pobres hombres incautos. Lo único que hicieron con acierto fue que cada uno vigilase un ángulo mientras caminaban. Aún así sería demasiado fácil.
No quería matarlos, no era una asesina. Y ni siquiera eso hubiese sido lo más fácil. Dispararles con un arco (si hubiese tenido uno a mano) desde un árbol hubiese servido con uno de sus perseguidores, pero iban tan juntos que enseguida se darían cuenta del impacto de la flecha, aunque fuese solo al escuchar el cuerpo caer al suelo. No. Debía acercarse en silencio, atraparles sin que siquiera pudiesen reaccionar. Iba a ser tan fácil...


Saltó con ligereza sin llamar si quiera la atención de los conejos que rondaban en la zona. Aterrizó con una suavidad mayor que la de un águila, y se movió con la velocidad de una liebre. Apoyaba los pies de tal manera que no hacía un solo ruido, comenzando a frenar cuándo se acercaba a sus víctimas. Salió de entre los árboles situándose justo tras la fila de hombres, mirando al soldado encargado de vigilar las espaldas del resto. Su cara de asombro precedió a la voz de alarma que nunca llegó. La tabernera le dio un golpe certero en el cuello y lo agarró por los hombros evitando que hiciese ruido mientras caía al suelo.

El siguiente, un hombre alto que miraba continuamente a los lados, fue todavía más sencillo. Le cogió con los dos brazos tapándole la boca y presionándolo en el cuello para dejarlo también inconsciente, sin soltarlo hasta que tocó el suelo. El condestable y el guardián iban en paralelo, uno observando al frente y otro a lo alto de los árboles. Llevaban las espadas en las vainas, pidiendo a gritos ser robadas. Había que ser un confiado estúpido para llevarlas envainadas cuando era a ella a quién seguían.

Les podía haber dejado inconscientes a los dos con otro golpe en el cuello para cada uno, pero inconscientes no eran tan útiles. Además, sería más divertido ver el fracaso reflejado en su cara, más hiriente si venía de ella, una mujer que ya había jugado con ellos. O por lo menos lo había hecho en sus casas.
Se adelantó dos pasos, tres, y alargó los brazos cerrando la mano sobre la empuñadura de cada una de sus espadas, tirando con fuerza hacia fuera para extraerles el arma y colocarla sobre sus cuellos tensos por el repentino cambio de tornas.


No era la mejor manejando espadas, pero tenía la fuerza suficiente en los brazos para mantenerlas en el aire, dejando que la punta de su acero acariciase el cuello de sus víctimas, cuya piel se ponía de gallina por muy condestable y guardián que fuesen.
-La última vez fui una maleducada marchándome así de la taberna y solo quería despedirme en condiciones.-Dijo con toda la naturalidad del mundo.
-Así que es cierto que eras tú...cretina.-Al condestable se le desencajó el rostro.
-Ya te lo dije...por mucho maquillaje que se pusiese, por mucho tinte que se echase en el pelo, por mucha ropa de tabernera que llevase y por mucho que fingiese estar embarazada, su forma de hablar la delató. Además, no iba a olvidar a una mujer cómo ella y menos cuando sospechaba que era quién nos seguía desde que salimos de la capital.
Ambos, acorralados por sus propias espadas hablaban sin girarse por completo, volviendo solo un poco la cabeza.
-Es tan enternecedor que te acuerdes de mí todavía. Pero siento decirte que no sigo buscando un refugio entre tus fuertes brazos, ya sabes que no soy de esas.
-¡Eres una puta que merece ser condenada!-Gritó el condestable sin importarle su situación de desventaja.
-Culpable de todos los cargos, soy una puta sin remedio. Y esta puta es la que os ha puesto entre... la espada y el árbol. Dadme lo que vuestro antiguo amiguito no pudo darme.
-¿¡Unos azotes en la espalda que os hagan aprender!?
-Eres tan aburrido condestable...-Miró al guardián, más prudente que su compañero-.La llave.
-No voy a dártela, ya lo sabes.
-¿Vas a hacer que te la quite? No puedes resistirte a que te manosee el cuerpo ¿eh? Eso eran otros tiempos, ahora dame la llave y todos salimos ganando.
-¡¿En que salimos ganando nosotros, si puede saberse?!-El condestable no podía estarse callado.
-Yo tengo mi llave y vosotros conserváis vuestra vida.
-¡¿Crees que vas a...?!
-No lo va a hacer.-Anunció el guardián.
-Y, según tú, ¿por qué no lo voy a hacer?
-Porque ya lo hubieses hecho si hubieses querido, y por que tú no matas.
La tabernera presionó la espada con más fuerza hacia ambos cuellos, hundiendo un poco el filo en ellos.
-Eso es porque siempre consigo lo que quiero antes de recurrir a ella. No seas tú el primero que me obligue a hacerlo. Es muy desagradable robarle a un cadáver.
-Cógela.
A la tabernera se le cambió la cara. El guardián sabía tan bien como ella que no podía. Su orgullo por ver la cara de gilipollas del condestable le estaba costando caro, pues sujetando las dos espadas no podía coger la llave de su ropa.
-Dámela. Métemela en el escote del que tanto te intentas resistir.-Fue lo único que se le ocurrió.
-Cógela.-Insistió el guardián,
Podía deshacerse del condestable, pero era cierto que no quería matar a nadie. Soltar la espada para asestarle un golpe que le dejase inconsciente con la mano, o dárselo con la empuñadura, era muy arriesgado.
-¡Dámela!
-Cógela, entrégate, vete o mátanos, tienes varias opciones.
-No, no tiene varias opciones. ¡Vas a ser arrestada y sentenciada!
-He dicho que me la des...-dijo esforzándose en mantener la paciencia.
-Cógela, entrégate, vete o mátanos.
-Da-me-la.
-Cógela, entrégate, vete o mátanos. Elige
-Dejate de gilipolleces y ¡dámela!
-Elige.
-Bien...elijo entones.
Comenzó a deslizar la espada por el cuello de ambos, formando un hilillo de sangre en sus dos presas.
-¿Has elegido ya tú?
-Si, elijo morir.
-¿Qué? ¡¿Eres imbécil?!-El condestable parecía no conocer bien a su compañero.
La tabernera comenzó a ponerse nerviosa. No era aquella muchacha asustadiza. No. Ahora ella manejaba a los demás, no los demás a ella.
-Elijo morir.
-Cállate.-No podía pensar, se empezaba a marear.
“Elijo morir”, “elijo morir”, “elijo morir” “elijo morir”, “elijo...”
Le sudaban las manos. Temía que se les resbalasen las espadas.
-Ya he elegido, ¿me vas a hacer esperar?
-Calla, calla, calla. Yo decido aquí.
-Decides, pero no eliges nada.
El condestable estaba blanco, mirando con incredulidad al guardián.
-Yo elijo morir, pero tú no eliges matarn...
Un movimiento de la espada del guardián, que sujetaba con la mano izquierda la tabernera, cortó la frase como si hubiese perforado con el filo las palabras. El condestable no podía palidecer más, el guardián tragó saliva y la tabernera apretó los dientes, furiosa.
-Yo decido aquí.


La espada no solo desgarró las palabras, también se deslizó por la colleja del guardián, rompiendo una cadena y rasgando algo de piel. Algo brillante se deslizó por el interior de la armadura del guardián, cayendo al suelo con lentitud. Era la llave.
-Dejad la llave en el suelo y largaos, marchaos corriendo, sin caballos.
En cuanto cogiese la llave volvería a trepar por los árboles, por lo que no tendrían tiempo para reaccionar e ir a por ella. Incluso armada con dos espadas perdería un combate directo. Podía ser ágil y esquivar todos los ataques de sus enemigos, pero no portando dos pesadas espadas.

Guardián y condestable se miraron un instante antes de comenzar a separarse cada uno hacia a un lado. Era un movimiento rápido y sencillo: soltar las espadas, coger la llave con rapidez, correr hacia el árbol más cercano, trepar y huir. La reliquia de un linaje sería suyo, su sueño cumplido. Estaba tan solo a unos movimientos de...
No le dio tiempo ni a verlo. Tenía la situación controlada, sabía lo que debía hacer, pero no contaba con él. Ni lo había pensado y mucho menos lo había visto. El guardián era tan corpulento que tapaba al muchacho que no tendría mucho más que dieciséis años. Un joven que no hubiese resultado un problema de no habérselo cruzado de esa manera. No se lo esperaba, estaba como en trance, respirando agitadamente y con lágrimas en los ojos. Se abalanzó hacia ella como un perro furioso nada más descubrirlo el guardián, ni siquiera pudo pensar.

Cuando quiso darse cuenta estaba tirada con la espalda apoyada en la hierba, sin sujetar las espadas y con un niño que la golpeaba sin fuerza encima de ella
-¡Ahora, vamos!-Gritaron sus presas.
Reaccionó cuando ya parecía que era tarde. Pero no lo tendrían tan fácil. Se quitó al criajo de encima de un puñetazo al tiempo que veía como sus presas recuperaban sus armas. Ella se levantó todo lo rápido que pudo, acercándose a los cuerpos inconscientes de los dos soldados que derribó. Estuvo tentada a coger una de sus espadas, pero se abalanzarían contra ella antes de que la desenvainase. Además, estaba en clara desventaja contra dos curtidos guerreros. Dio un salto y un giro en el aire, y se puso frente a sus contrincantes, que pararon en seco cuando la vieron sacar dos dagas de debajo de su rasgada falda.


El príncipe estaba ya a salvo tras el guardián y el condestable; la llave, en cambio, seguía tirada en el suelo. El muchacho fue a recogerla, pero el guardián se lo impidió. Se ve que quería protegerlo, y sabía que si tenía la llave era un blanco para la ágil tabernera.
-No hagas esto más difícil. Entrégate, habla y tu pena será reducida.-Intentó el guardián que entrase en razón
La tabernera no respondió. Se limitó a juguetear peligrosamente con las dagas, mirando con desafío a los dos hombres.
-Puede que no te matemos, pero te dejaremos sin movilidad de cintura para abajo si hace falta. A ver como vuelves a usar ese coñito tuyo para engañar a los hombres.-Amenazó el condestable.
La tabernera solo puso cara de asco comenzando a moverse en círculos para abrirse un camino hacia la llave.

El combate comenzó. Las espadas bailaron en torno a la tabernera que saltaba y esquivaba con una facilidad asombrosa. De vez en cuando asestaba golpes con alguna de sus dagas que ellos, o bien detenían o esquivaban torpemente alejándose como podían. En una ocasión los dos hombres cruzaron sus espadas en dirección a ella, que se coló por abajó rozando el suelo de un salto y acercándose a  la llave posada sobre la hierba, que el muchacho, con el labio sangrando, no dudó en pisar.
Ella se rió y, empuñando en dirección al joven golpeado una daga, se acercó esperando que se apartase, pero no lo hizo. Cuando iba a darle un manotazo o incluso un puñetazo si se ponía demasiado insistente, oyó un grito de preocupación atrás, lo profirió el guardián espada en mano y en dirección a su posición.
Tuvo que trepar de nuevo para mantenerse segura en las alturas.
-¡Baja aquí, puta de mierda!-La pidió con su habitual educación el condestable.

Saltó de árbol en árbol dando círculos. Tenía al condestable siguiéndola desde el suelo, pero el guardián se mantenía junto a la llave. Ni siquiera se la guardaba. La tenía ahí tirada para provocarla. Volvió a dirigirse a la llave, oculta entre los árboles, con el condestable maldiciendo de fondo y el guardián dando vueltas sobre si mismo. Protegiendo al muchacho y a la llave. Su tan preciada llave.
Se aproximó en silencio, esperó a que mirase hacia otro lado, espero...esperó...¡y bajó!. Rápida y silenciosa como un rayo; el trueno llegaría más adelante. Cogió la llave, sonrió apretando los dientes  y...antes de trepar de nuevo el guardián se giró de golpe con un brazo por delante del cuerpo. La empujó con el antebrazo golpeando su cuello y la empotró contra el mismo árbol del que bajaba y al que iba a subir de nuevo.
-Te pillé...otra vez.
La tabernera gruñó emitiendo un gemido lamentable a causa de la presión del brazo contra su cuello. No podía ni siquiera insultarle.

La llevaron agarrada de los brazos de vuelta a la ciudad y la ataron con una cuerda que le compraron a un tendero. Muchos fueron los que la insultaron y la llamaron ladrona y estafadora. Otros la maldijeron por amenazar a la hija del tabernero y amordazar al propio tabernero.
Una mujer encolerizada, sin razón alguna, consiguió acercarse a ella para darle un bofetón del que no tuvo manera de escapar estando atada. Solo pudo responder con un escupitajo que le dio justo en la cara. La mujer se puso a chillar como una loca pidiendo que la colgaran.
Algunos tenían una vida tan aburrida que buscaban cualquier acontecimiento para convertirse en los protagonistas. Por suerte, el guardián la detuvo a tiempo evitando que molestase de nuevo. El condestable se reía diciendo con autosuficiencia “mujeres”. Cretino engreído.

Lo primero que tuvo que hacer fue disculparse ante la hija del tabernero que ese día ayudaba a su padre, por obligarla a ponerse su ropa, taparse con la capucha y sentarse sobre la mesa esperando que un hombre se dirigiese a ella, sin decir quién era ella realmente bajo amenaza de muerte. Debería aceptar ser arrestada si no quería morir. La chiquilla dijo que no pasaba nada sin mirarla a la cara, todavía podía verse el susto en su cara. Pobre chiquilla, cobarde quejica, no tenía ni puta idea de nada. Ese susto debería haberla espabilado.
Su padre en cambio se mostró más enfadado y bravucón. La miró con desprecio y  exigió un pago por los daños a su persona y a su taberna. A su hija no la mencionó. Apestoso tabernero...tendría que haberle dado un golpe más fuerte.

Tras pagar al tabernero y no a su hija llorica que volvía a sus labores recibiendo la compasión de sus clientes, se fueron de aquella ciudad. Caminaron varias horas en silencio, con ella montada sobre el caballo del condestable, al que detestaba olerle el aliento. No la dijeron nada, ni la preguntaron nada. Parecía que se quisiesen alejar de la ciudad todo lo que fuese necesario. Todavía se encontraban a varios viajeros por el camino que les miraban con intriga. Algunos la señalaban riendo y otros mostraban miedo. No estaban acostumbrados a ver a presos por el camino principal.
Los soldados que viajaban con ellos la miraban con respeto, el más alto parecía más manso, el de la barba mostraba más resignación. El chiquillo que viajaba con el guardián, en cambio, le miraba con desprecio y parte del labio hinchado. El guardián ni siquiera la mirada, no a menudo. Cuando lo hacía, lo hacía de reojo, como un padre mira a una hija que le ha salido...puta. A ningún padre le gusta tener a una hija puta, ni aunque la haya tenido con una. Del condestable solo podía sentir la presión que ejercía su cuerpo y su maldito aliento.

Se detuvieron tras más de una hora viajando. El guardián se bajó del caballo y, con un gesto, pidió al condestable que la bajara. Eso hizo. Más bien la tiró del caballo con desprecio. Cayó atada, sin poder amortiguar el golpe con las manos, golpeándose el hombro derecho contra la tierra. Se quejó lo menos posible para no mostrar debilidad. El mismo condestable fue el que la levanto, para darle una bofetada que la volvió a tirar al suelo. Le ardía la mejilla izquierda.
-¡Basta!-Intervino el guardián-.No estamos aquí para eso.
-Se ha burlado de nosotros, nos ha amenazado, nos ha intentado robar y, de hecho, sabemos que es una ladrona. Se merece más que eso.
Estuvo tentada a escupirle, pero se contuvo. El condestable no era aquella mujer histérica.
El guardián se acercó a ella.
-Dinos dónde guardaste el cofre.
-¿Qué? Yo no tengo ningún cofre.
-Sabemos la información que sacaste en palacio. Sabemos que sabes dónde se localiza y que querías la reliquia. Lo que no sabías era que necesitabas una llave que no poseías. ¿Cierto?
-Cierto.-Decidió no mentir.
-Ahórranos un viaje innecesario al norte y dinos donde guardaste el cofre.-Le pidió amablemente el guardián.
-No lo tengo, ya te lo he dicho.
-¡Venga ya! ¿Y pretende que nos la creamos?-El condestable estaba tan irritado como irritante era.
-Espera.-Dirigió al brazo en dirección al condestable mostrando totalmente la palma de la mano- ¿Por qué no lo tienes si sabes dónde se encuentra?
-Fui. Pero no lo encontré. Amenacé a varios monjes del monasterio, pero no hubo manera. Aprecian más su labor que su propia vida. Es de locos.
-Es de gente honrada, honorable y fiel.-La reprendió con tranquilidad el guardián.
-¿Qué va a saber ella de eso?-Bufó el condestable.
-Bueno, ya tienes lo que buscabas. Yo no tengo el cofre ni la llave.
-¡Está mintiendo! Es una ladrona experta, ¡y una manipuladora! ¡Se infiltró en nuestro palacio! ¿Acaso vas a creerla sin más?
-Creo que dice la verdad.
-¿Crees? Venga por favor. ¿Porque nos seguiría entonces, porque querría  la llave?
El guardián la miró con desconfianza.
-Llévanos a tu asentamiento.
-¡¿Qué?!-La tabernera que ya no era tabernera estuvo a punto de reírse.
-Sabemos que no operas sola, y que hay un grupo de ladrones que os dedicáis a recolectar reliquias y tesoros perdidos. Algunos os los quedáis y otros los vendéis, así es como vivís. Dinos dónde os escondéis, registraremos el lugar y, si no está el cofre, nos iremos.
-¿De verdad crees que soy tan ilusa de deciros dónde escondemos nuestros trofeos? Desmantelaríais todo y nos arrestaríais.
-Tienes mi palabra de que no. Nos ceñiremos a la misión. Registraremos la zona y nos iremos, cómo si no hubiésemos visto nada.
-Ja, ja, ja. Si que estás desesperado. Pero, aunque no sé nada de honor y fidelidad-miró al condestable de reojo-, sé lo que es el orgullo. No voy a vender a mis compañeros ni mis trofeos solo porque he fracasado en mi robo. Demasiada humillación estoy sufriendo ya.-Sonrió sin ganas, intentando mostrar algo de picaresca en una cara que no podía evitar mostrar la decepción y la tristeza.


El guardián y el condestable se miraron. Parecían estar en un punto muerto. El viaje era largo al monasterio y podían estar ante la auténtica poseedora del cofre. Que viajasen entonces, que perdiesen el tiempo, que la mantuviesen atada el tiempo que quisieran. Sería divertido verles sin saber qué hacer perdiendo el tiempo y...otro bofetón.
-¡Te he dicho que...!
-¡No! ¡Ya vale de gilipolleces!-Contestó el condestable sin mirar si quiera al guardián-.Va a hablar por las buenas o por las malas.
-¡No permitiré que la tortures delante de mí! ¡Estos no son nuestros métodos!
-¿Cuál es tu método?-Esa vez sí que se giró-¿Dejar que el rey muera a causa del veneno? ¿Hacer un viaje de varios días para nada, dejando que el reino se desestabilice poco a poco solo porque una niñata quiere jugar con nosotros y no puede ser golpeada? Si tú eres el urdidor de la trama, por supuesto, es una buena idea viajar al monasterio sabiendo que allí no hay nada para dejar que poco a poco el rey muera. Pero yo...
La mandíbula del guardián se marcó exageradamente. Y con un gesto de resignación lo dijo.
-Hazlo. Pero contrólate.
Pudo ver una sonrisa en el condestable antes de recibir otro bofetón. Y otro, y otro...La agarró del pelo y la metió la cabeza en la tierra. Le hizo morderla y tragársela.
-¿Dónde os escondéis tú y las demás ratas?-Le sacó la cabeza de la tierra, pero aunque hubiese querido responder no hubiese podido, se atragantaba, tosía y escupía.
Otra vez humillada y golpeada. Cuando se cansó de meterla la cabeza en la tierra se la estampó contra un árbol. El bosque giraba en su cabeza. Le vino una arcada mientras observaba los rostros borrosos de los dos soldados que viajaban con ellos. El de la barba ni se inmutaba, pero el alto estaba temblando. El muchacho al que había golpeado no mostraba ninguna emoción, solo observaba. El guardián parecía estar apretando los puños.
Entonces apareció la primera patada, en las costillas. Y otra, y otra...


Puñetazos en el estomago que la hicieron vomitar, una patada en la boca que la rompió el labio y un puñetazo en la cara que le dejaría una buena marca en el ojo izquierdo. Entonces llegó lo peor. La desató, la cogió por los antebrazos y la volvió a atar a un árbol con los brazos separados. Después la separó las piernas y la bajó la falda rasgada. Le lamió las piernas y antes de llegar a partes más intimas se levantó. La tocó los pechos todavía cubiertos, la lamió el cuello y se acercó a su oído.
-Ultima oportunidad antes de recibir algo peor que mis puños.
Esta vez si le escupió. Aunque más que saliva fue sangre y bilis. Mucho mejor. Después recibió otro bofetón y su lengua en sus partes. Apretó los puños mirando mejor al guardián que había apartado la mirada. Al muchacho que miraba con los ojos muy abiertos y un bulto debajo de sus pantalones. Al soldado de la barba que mostraba un asco mal disimulado, a pesar de que tampoco podía apartar la mirada de sus piernas. El otro soldado, el alto con cara de imbécil, más que asqueado se mostraba indignado, furioso. Le temblaba el cuerpo y también miraba, pero no a sus piernas o a sus partes íntimas húmedas por aquel cabronazo. Miraba al condestable, respirando fuerte, como si se controlase.

El condestable se levantó la cogió por la barbilla. Cuando creía que se la iba a meter dijo algo mucho peor.
-Ya que no usas la boca para hablar te meteré algo en ella.
Cerró los ojos y apretó la boca con fuerza. No hablaría, pero se negaba a chupársela a ese condestable degenerado. Obligó a que se agachará, por lo que los brazos atados al tronco del árbol se estiraron más de lo debido. Un poco más y hubiesen acabado rotos, aunque el dolor era ya considerable. Abrió lo poco que pudo el ojo izquierdo y vio al guardián a punto de intervenir.
-¡Para!-No era la voz del guardián.
Uno de los soldados se acercó a ella apartando de un empujón al condestable, que todavía no se había sacado nada.
-Por favor, puede que vos aguantéis esto, pero yo no-la levantó-.No puedo ver como torturan así a una chiquilla solo por cometer algún robo y algún engaño.-Miró con desdén a su superior-.El rey no permitiría algo así-.Después miró al guardián.
No sabía cómo entre tanta sangre y moratones pudo sonreír. Sentía lástima por ese pobre hombre, no sabía lo que le haría el condestable.
-Por favor. Sabemos que no queréis ningún mal para el reino, solo queréis prestigio entre los ladrones, una reliquia. Por eso tenéis que ayudarnos a recuperar ese cofre, es importante. Yo os pagaré lo que queráis.
-No es por el dinero.-Dijo como pudo.
-Lo sé, pero no se me ocurre nada. Tal vez os valga un anillo de mi familia que mi abuela muerta le pasó a mi madre y que ahora posee mi esposa, a su manera es una reliquia familiar.
Lo más gracioso es que lo decía en serio.
-Por favor, ayudadnos. Ayudaos.
-Os he dicho que no tengo ese cofre. No puedo hacer nada más que aguantar los golpes y las violaciones. Ya estoy acostumbrada.-Le mantuvo la mirada a su interlocutor.
-Y yo estoy harto de ver cosas así. Soy soldado para combatir este tipo de cosas. Tenéis que entender que debemos registrar vuestra guarida. Si es verdad lo que decís no tenéis qué temer.
-Yo no, mis hermanos de la hermandad sí.
-Os lo dijo el guardián, no les pasará nada.-Sonrió de forma patética para mostrar confianza.
-Os creo de la misma forma que me creéis a mí.
-Supongo que uséis un negocio como tapadera.-Intervino el guardián.
Aunque no respondió era fácil intuir que sí.
-Sin un permiso formal del rey no podemos registrar un negocio legal. Será todo extra oficial. Juro que, si no volemos a saber de vosotros, haremos cómo si no hubiésemos estado ahí.
-Vosotros puede, pero en el futuro, cuando hayáis vuelto a solucionar vuestros problemas-cada vez le costaba hablar más fluido-,vuestro condestable volverá para arrestarnos.
-Si colaboráis, el rey seguiría vivo y no permitiría eso. Incluso aunque os arrestase se os daría un trato considerablemente bueno. Os firmaremos un documento. Nos haremos con algún pergamino y tanto el condestable como yo lo firmaremos. No tendréis problemas. Por el sello del rey no os preocupéis, contamos con uno.
-¿Y si me expulsan de la hermandad por llevar a hombres del rey? No tengo futuro.
-Tendrás un lugar en la capital, se te concederá una casa que pagaréis trabajando honradamente.
-Esa no es la vida que quiero.
Un silencio. Nadie sabía qué decir, nadie sabía qué debía hacer. La ladrona estaba acorralada, su fracaso había supuesto más que una humillación, una paliza y una casi violación. Su vida se desmoronaba. Hiciese lo que hiciese muy seguramente no volviese a formar parte de la hermandad. O arrestada o exiliada. Solo podía confiar en sus palabras y llevarles a su guarida. Se salvaría del arresto por el momento y puede que pudiese razonar con sus hermanos.
-¿Serviría volver a decir que no tengo el cofre?
El guardián la miró a los ojos. Sabía que él la creía. Incluso el soldado alto. Pero la respuesta fue clara.
-No.
En ese caso, todavía, incluso en el exilio, le quedaba un as bajo la manga. Una última oportunidad de conseguir la reliquia más preciada del reino.

La permitieron viajar con el soldado alto. Hubiese sido agradable hablar con él, tal vez aburrido, pero no pudo saberlo ya que prefirieron mantenerse callados. Intentaron tratarla las heridas, pero apenas tenían conocimientos sobre medicina y ella tampoco conocía demasiado bien las plantas que necesitaban. Ella solo sabía desvirtuar la verdad, camuflarla, no la dominaba. Sentía como si el labio le cubriese media cara, le ardía y molestaba. Todavía podía sentir el sabor de la sangre. El ojo izquierdo directamente no lo podía abrir y junto al derecho tenía varias marcas moradas y manchas de sangre seca. En la barbilla también tenía una marca y en la frente un bulto que no dejaba de aumentar. Al inclinarse sobre el caballo sentía el dolor de las costillas y se le revolvía el estómago. Para colmo todavía se sentía húmeda al moverse el caballo.

El condestable no hablaba nada, ni para quejarse. Se percibía en su cara cierto enfado, pero no su enfado habitual. Tenía un gesto desagradable sin llegar a fruncir el ceño exageradamente como otras veces. Miraba al horizonte, como pensativo, como si lo que hizo con ella le perturbase, como si le molestase que uno de sus guardias le llevase la contraria y fuese él, junto al guardián, quienes la convenciesen de conducirles a algún sitio. Ni siquiera se mostró desconfiado asegurando que les conduciría a una trampa. Era como si...como si algo le distrajese. Nunca el condestable le había inspirado miedo y tristeza. Temía que hiciesen otra parada antes de llegar a su destino. Y las harían.

Llegó la primera. Tras montar las tiendas, el condestable y el guardia alto desaparecieron. Cenaron en silencio, mirándose lo justo. El muchacho no dejaba de mirar al fuego. Hasta ese momento solo le reproducía rechazo, le molestaba. En ese momento, en cambio, también le daba miedo. Un miedo diferente. Parecía que esa mirada ocultaba mucho más de lo que parecía, algo que ella buscaba. Algo perdido por el tiempo. Las llamas que se reflejaban en sus ojos la hizo sentir algo extraño, un escalofrío. ¿Habría sido un error ir en busca de aquella reliquia? ¿Qué contendría el cofre? ¿Oro? No, muy básico. ¿Un anillo? Conocía historias fantásticas y reales cuyo protagonista residía en uno o varios anillos, era demasiado probable y a la vez aburrido pensar que allí se escondiese uno. Incluso aunque fuese un anillo mágico, incluso un anillo que te hiciese perder la cabeza. Esa historia la había leído en algún sitio. A lo mejor escondía el anillo de la familia de su salvador, el soldado alto. Sería tan gracioso...

Fuese lo que fuese estaba consiguiendo mantenerla en vilo, y jugársela por obtenerlo. El poder de lo ancestral y lo desconocido, una fuerza más atractiva que el propio oro o los anillos mágicos de las leyendas. Cuando abriese el cofre, la magia del secreto desaparecería y allí solo habría una reliquia, su orgullo. Pero antes de eso estaba su lucha por conseguirlo, sus artes de ladrona para obtenerlo y sus suposiciones sobre su contenido. Después solo la realidad, nunca a la altura de los sueños. ¿Qué sería? El rey lo quería recuperar después de milenios oculto y protegido. ¿Un arma? ¿Se aproximan invasores? Los libros hablan de artilugios que crean explosiones en los que están trabajando para utilizar algún día. ¿Sería eso? ¿O algún tipo de pócima que te otorgase poderes sobrenaturales? Cómo la gustaría ser invisible...

El guardián y su alto guardia volvieron. El primero con el puño más rojo e hinchado, el segundo con un ojo ligeramente morado y algo de sangre saliendo por la nariz. Y, en el condestable, aquella mirada. Se sentaron sin decir nada. La tensión era inaguantable. El guardia de la barba miró de reojo a su compañero y siguió comiendo. Continuaron el viaje inmersos cada uno en sus pensamientos y parando cuando era necesario.
La noche siguiente fue igual de tensa, más si cabe, pues al soldado de la barba se le ocurrió abrir esa bocaza cubierta de pelos.
-¿Ya no nos contáis historias, señor?-Sonó cómo si un niño pidiese otro cuento a su madre. Patético, como siempre.
El condestable giró la cabeza hacia su hombre, después hacia el muchacho embelesado por el fuego, tras lo que miró a la ladrona y al guardia alto, ambos heridos, y finalmente al guardián.
-Puedo contaros muchas historias, siempre que agraden a nuestro señor príncipe y a su guardián.
Ese muchacho era hijo del rey. Desde luego no lo parecía. El reino estaba jodido.
Nadie añadió nada al comentario del condestable.
-Mi última historia fue tildada de vulgar e irrespetuosa, una buena definición del mundo que nos rodea.
Hablaba más calmado de lo normal, manteniendo esa prepotencia que le caracterizaba, pero cómo si hablase pensando antes de abrir la boca. Mostrando un dolor que la ladrona no conocía ni quería conocer.
-Una buena definición de vos mismo.-Se arrepintió de decirlo al instante de pronunciar las palabras. Pero había usado un “vos” que solo usaba para mostrarse como no era. Eso denotaba miedo hacia su respuesta y hacia el condestable, no respeto.
Sorprendentemente el condestable no encolerizó ni lanzó ningún improperio.
-¿Pegaros os parece que es vulgar e irrespetuoso?-soltó un bufido y miró al cielo-. Recuerdo su cuello completamente desgarrado, recuerdo la sangre manchándome las botas y las manos. Recuerdo el olor a mierda. Recuerdo sus súplicas antes de que lo hiciese y sus lágrimas. Recuerdo que era inocente. Todos sus hermanos habían violado a alguna joven. Su padre era un violador muy conocido por su brutalidad. Creían que tenían la violación en la sangre. Oí las palabras de su padre antes de que el mío lo matase. “Cuando las abres las piernas sientes que el poder de la naturaleza se abre ante ti, cuando las hago gemir de miedo y de placer siento que controlo las fuerzas contrarias de la naturaleza. Cuando me las follo siento que soy un dios que disfruta de la creación y la destrucción. Cuando las mato veo de lo que estamos hechos, veo la verdad, me siento libre”. Después fui yo quien pude ver de lo que estaba hecho, no era muy diferente al resto y la sangre no tenía nada especial. Soñé con sus entrañas y sus palabras. Jamás las olvidé

<<Sus hijos no estaban tan locos ni eran tan buenos filósofos, simplemente se excedieron con alguna muchacha. Pero ese chico, ese era inocente. Joven e inocente. Entre lloros me dijo que una joven se le había insinuado y no la correspondió por miedo. No era un violador, ni lo sería nunca. Pero lo maté. ¿Quise hacerlo? No. Debía hacerlo. Mi padre me observaba. Si mataba a alguien inocente anticipándome a su crimen demostraría ser útil para servir a la corona, formar parte del ejército, ser una pieza de acero en la espada que empuña el reino. Mi primera víctima.-Miró al muchacho-. Vuestro abuelo también era muy querido, pero sí permitía la mano dura contra los criminales, al contrario que vuestro padre.

El único que miraba al condestable era el soldado de la barba. Eso no quería decir que el resto no lo estuviesen escuchando. Pero ¿por qué les contaba eso de repente? ¿Intentaba dar pena? Penoso le parecía sin que se esforzarse en aparentarlo.
-Por alguna razón, la vida colocó a ese muchacho en esa familia de violadores, un golpe que le marcó de nacimiento y le llevó a su destino. Yo me encargué de eso golpeado por la ley, por el cumplimiento de las cosas que están bien. La vida solo ofrece golpes que no podemos evitar, que debemos afrontar. Duelen, pero debemos fingir que los aguantamos, entenderlos, interpretarlos y asimilarlos. No hay otra. Idolatraba a mi padre, el único hombre que me pegó una paliza, tengo hasta un recuerdo de aquello, una de las pocas cosas que me dejó. Debemos sentir ese dolor para querer evitarlo como podamos y aprender a afrontarlo cuando no haya otra salida y, entonces, aprender.
-No has hecho esto para que aprenda.-Le interrumpió la ladrona mirándole, moviendo levemente la cabeza.
-No, es cierto. Pero la vida te ha colocado dónde debías. Te impulsó a convertirte en ladrona y te colocó frente a mí.-Después miró al guardia alto-.Aunque algunos sí espero que aprendan de mis golpes.
-Los golpes solo acumulan heridas que se infectan, convirtiéndose en rencor. Recuerda eso.-Decidió aportar el guardián.
-Y ¿qué hacemos con el rencor? Lo descargamos golpeando a quien nos hirió o a quién no tiene la culpa. La vida nos obliga, es ella quien nos golpea. Asimiladlo. Nuestro rey, y antes que él su padre y su abuelo, han sido siempre respetados por su bondad. Me miráis con rencor por lo que hice ayer, creéis que soy un monstruo, lo veo en vuestra mirada.-Esta vez nadie le miraba-. Pero, mi príncipe, has de saber que vuestros familiares también golpearon duramente. ¿Por qué creéis que este es un reino pacífico? Lo hicieron bien sobre el trono y fueron justos, sí. Consiguieron dominar el reino sin batallar y lo mantuvieron siendo sabios, cautelosos y justos. Pero siempre hay ciudades en desacuerdo, rebeldes que quieren otra cosa o no quieren nada, gente que ha de ser golpeada para que, esquivando un nuevo golpe, no vuelvan a poner en peligro el reino. La estabilidad se mantiene a base de golpes. Los que lo entienden son los únicos que aguantan sin morir demasiado jóvenes o sufrir durante toda su vida.
-Os intentáis justificar, es todavía más asqueroso.-Farfulló la ladrona.
El condestable la miró.
-No solo cuento esto para justificarme.-Se defendió gruñendo como lo solía hacer antes de la paliza-.Es cierto que no me arrepiento de la paliza. No solo habréis aprendido algo, también nos hubiese servido para mantener la estabilidad del reino.
-Pero lo que la mantuvo fueron las palabras y una promesa.-Sorprendió a todos el soldado alto con sus palabras.
-Lo que la mantuvo fue que esta joven estaba acorralada. Conmigo, en vez de decidir entre ser repudiada o vivir como no quiere tendría que decidir entre ser repudiada o, sencillamente, morir a golpes. No os equivoquéis, simplemente tuvimos suerte. ¡Pero dejadme acabar! Lo que quiero decir es que...¡maldita sea!-Se levantó. Parecía querer hacer algo a lo que no estaba muy acostumbrado, disculparse.
-¿Estáis bien?-Preguntó el caballero de la barba mirando hacia arriba.
Era evidente que algo le perturbaba.
-Ese hombre...quise saber lo que sentía. Dominar el mundo, sentirme un dios.
-Solo conseguiste ser un cerdo revolcándote entre mis piernas.-El desprecio era palpable.
-Siempre he condenado la violación.-Miró a las estrellas-. Pero en ese momento no lo vi como tal. Erais una mujer que ponía en peligro al reino y yo debía usar todas mis armas para protegerlo. Si hacía algo que me hiciese sentir un dios, protegiendo al mismo tiempo lo que juré proteger hace tantos años...sería como un dios protector. Ahora me veo como un demonio.
-No esperes que acepte tus disculpas. No me enternecéis con vuestras historias de combatiente torturado. Eres un cerdo despreciable que hace lo que ha aprendido, tan solo eso. Yo soy una ladrona, tú un cabrón que disfruta con el combate, la tortura y la viol...
Antes de que acabase la frase, antes de que la vena del cuello del condestable reventase a causa de lo que estaba escuchando, antes de que alguien se arrepintiese de decir o hacer algo más, al muchacho le volvió a dar un ataque. Tenía razón en una cosa, cada vez que el joven príncipe sufría de uno de esos ataques la vida le golpeaba sin motivo. Un golpe que no quería decir nada. ¿O sí? ¿Tendría algún significado? Fuese como fuese, con ese débil chiquillo como heredero, la vida daba también un golpe al reino. Poco la importaba, ya había recibido ella muchos golpes durante mucho tiempo, les tocaba al resto. Les tocaba a los que los propinaban y se justificaban.

Al día siguiente retomaron el viaje como si nada. El condestable parecía más tranquilo dentro de sus posibilidades, como si se hubiese quitado un peso de encima, y al mismo tiempo era como si cargase uno nuevo. Ahora sí parecía enfadado y ni siquiera la miraba. Poco la importaba. El guardián sí que, de vez en cuando, miraba al condestable con cierta mirada curiosa. ¿En que estaría pensando? El príncipe iba dormido. No sabía porqué ese inútil viajaba con ellos.


Pasaron dos días más viajando por los bosques que conducían a su guarida. Los guardias se turnaban para adelantarse y comprobar que no hubiese ninguna emboscada. Comieron de los suministros que llevaban de la capital y que también habían comprado en la primera ciudad en la que pararon, donde la habían atrapado. Tras las silenciosas cenas alrededor de una hoguera se iban a dormir a las tiendas. Ella dormía vigilada por el guardia alto mientras que el príncipe dormía con el guardia de la barba y el condestable. El guardián dormía a la intemperie, junto a la tienda en la que dormía el muchacho al que protegía. Según decían, el guardián era más útil durmiendo en el exterior, la última vez les había alertado de su presencia.

Todavía quedaban varios días de viaje hacia el este. Todo el camino estaba compuesto por bosques y ciudades no demasiado grandes. Al fin y al cabo, por muy grande que fuese el reino y muchas ciudades que hubiese no dejaba de ser una sucesión de árboles y caminos empedrados que conducían a ciudades prósperas, pero modestas en apariencia. Tan solo una vez viajó al sur del reino, dónde más ciudades concentradas se encuentran, con bosques muy bien aprovechados y una gran cantidad de ríos y riachuelos, algunos de los cuales forman parte también del reino impenetrable y llegan incluso a los reinos situados más al sur. Al norte, hacia donde iban, se encontraba una gran cordillera que nadie había traspasado sin perderse y que abarcaba desde el extremo oeste del reino en el que habitaban hasta el extremo este del pequeño reino impenetrable. De hecho, según dicen, la actual frontera entre el reino impenetrable y el reino norteño estaba compuesta antaño por un volcán que nadie recuerda activo.
Situados en montañas anteriores a la gran cordillera había pueblos dispersos y, por supuesto, el monasterio fronterizo, allá dónde viajaban. El sencillo nombre que le habían dado resultaba más interesante de lo que parecía. La frontera norteña no era una frontera cualquiera que conectaba con otro reino, el reino del norte era un reino perdido, abandonado. Ni siquiera se puede acceder a él bordeándolo por mar, está aislado por esa gran cordillera. Se cree que la única forma de verlo es volando, algo imposible para el ser humano. Los monjes estudian los misterios de nuestro mundo, por ello, que su monasterio se sitúe en la frontera norteña no es casualidad. La frontera del mundo, allá dónde habita lo desconocido. Algunos decían que ni la vida ni la muerte existía allí. Se escribieron historias de ficción que algunos tomaron como ciertas sobre deambuladores pálidos o algo así...no lo recordaba con claridad, hacía tiempo que había leído esos libros. La gente es muy previsible y espera que así sea el mundo. Lo más seguro es que en ese reino perdido no haya más que huesos antiguos, polvo y un eco escalofriante que delate el vacío del lugar. Tal vez no haya ni siquiera huesos de animales, tal vez no es un lugar hecho para la vida, tal vez sea solo un lugar que la naturaleza, en su sabiduría, aíslo. Tal vez siempre estuvo aislado y por ello nunca fue habitado, aunque las condiciones fuesen las mismas que en el resto de reinos.

Intentar robar algo en ese reino olvidado era tan estúpido y suicida como innecesario. Nada había allí que la gente conociese para asombrarla, de hecho nada había que robar, directamente. Más de uno en su gremio aseguró que algún hueso o algún diamante que habían robado provenían de allí. No solo no pudieron demostrar que era cierto, si no que se pudo demostrar que no lo era. El único dinero que se paga por recuperar algo de ese reino es por personas que se perdieron viajando hacia allí, en sus montañas. Pero a ella solo le interesaban los bienes materiales. Las personas...la aburrían.

El paisaje boscoso no les abandonaba, ni les abandonaría en todo el viaje hacia su guarida del este, pero un acogedor pueblo apareció como un oasis en el desierto. Ella prefería los árboles, pero por lo menos el jaleo de los transeúntes y de los que pasaban el día en la taberna acababa con ese incómodo silencio. No le gustaba que las personas hablasen demasiado, pero tampoco que pensasen en ella mientras callaban.
La habían desatado para no llamar demasiado la atención, aunque no era fácil con las marcas que tenía en la cara y el ojo todavía hinchado. En la primera ciudad creyeron que su misión real era atrapar a la ladrona, por lo que nadie se preocupó de conocer la verdad de su viaje, dejándoles marchar sin molestarles con preguntas.

Tomaron algo en la taberna, donde la pusieron un paño de agua fría sobre el ojo izquierdo y algo de alcohol en la herida del labio, y alquilaron tres habitaciones para dos personas cada una. Sintió algo en el estómago al saber con quién dormiría, algo que no esperaba sentir. Se había sentido fracasada durante mucho tiempo por su culpa, le intimidaba pasar la noche con él. Pero era una oportunidad de oro para conseguir lo que quería. O por lo menos parte. Si no era la llave, era su confianza o si no sus más bajos instintos. Algo esa noche estaría en su poder, tal vez todo. Lo único que tenía claro era que no fracasaría. La situación era diferente a la de aquella vez.

Pasearon por el mercado comprando alguna cosa que necesitaban para continuar el viaje, sobre todo comida. Había estado mirando algo de ropa limpia y nueva, pero algunas de las prendas que vendían no estaban en su mejor estado. Otras directamente no la gustaban. Al fin y al cabo su falda desgarrada y su camisa rota eran cómodas. Antes de que, aburrida, continuase mirando nada en particular en el puesto de puerros, sintió algo tras ella, la rozó sospechosamente. Se giró y vio a un niño de unos nueve años pasar junto a ella y dirigirse hacia el condestable por detrás. Sonrió al verle, tan pequeño y ya se entrenaba en las artes del robo. Entonces le vino a la mente la paliza del condestable, no quería pensar qué haría con el niño si le descubría.
-¡Eh! Ten cuidado que pisas al crío.-Le gritó la ladrona al condestable.
El niño se quedó paralizado sin saber qué hacer.
-Ten cuidado de meterte encima, ¡hombre!-Le regañó el condestable.
-Perdón señor.-Se disculpó el pequeño con toda su inocencia.
-¿Quieres puerros, pequeño?-La ladrona se agachó para ponerse a su nivel.
-La verdad es que...tengo un poco de hambre.-Anunció con timidez.
No miró a la ladrona, parecía saber que en realidad le había pillado y le estaba cubriendo las espaldas.
-Dinos qué quieres y te lo compraremos.-La ladrona no se preocupó de consultárselo al resto.
El condestable chistó y siguió observando los puestos.
-Me gustaría un bollito de ese puesto de allí.
Señaló a un puesto en el que un hombre de pelo canoso y rostro amable, junto a la que parecía su hija; una mujer joven y alegre, vendía unos bollos cuyo aroma llegaba hasta ellos.
-¡La verdad es que huelen la mar de bien!-Los niños, y más si eran unos ladronzuelos como ella, eran las únicas personas que aguantaba-¿Me das cinco monedas de bronce?-Le preguntó con desgana al condestable. Temía empezar una discusión.
El condestable miró al niño y después a la ladrona. Después se metió la mano en el saco de dinero farfullando algo.
-Pero solo para el bollo.
-Claro, no vaya a ser que te arruines,
Apartó la mano con el dinero justo antes de posarlo en la de la ladrona.
-No te pases. No me gustaría que el niño pagase el precio de tu insolencia.
La ladrona no añadió nada más, se limitó a coger el dinero mirando con cara de pocos amigos a su prestamista.


En el puesto el hombre les atendió con sobrada amabilidad.
-Sé de uno que se va a poner las botas.
El niño sonrió, asintió y se relamió antes de coger el bollo de las manos del vendedor.
-¡Qué aproveche!-Le deseó la ladrona.
-¡Gracias!-Las dio mientras mordía el apetitoso bollo-.¡Hmm! ¡Está bien rico!
-¡Nos alegramos!-La hija del vendedor era tan amable y alegre como su padre-.Por cierto-susurró la joven mujer-, ¿sabes que sé hacer magia?
El niño se quedó dubitativo mirando a la mujer.
-Mi hermano dice que la magia no existe, nadie ha visto nunca magia.
-Porque si cualquiera supiese de su existencia la podrían usar para hacer cosas malas, ¿pero sabes para que la uso yo?
-¿Para qué?-Preguntó interesado el niño.
-Para duplicar los bollos. Mira lo que hay a tus pies.
Había un pequeño saco, y en su interior dos bollos. Los pasó por debajo del puesto usando un pie y sin que el niño se diese cuenta.
-¡Hala! ¡Muchas gracias!-Tenía los ojos vidriosos.
-No me las des a mí, dáselas a la magia.
La ladrona sonrió. Suponía que no todo el mundo era tan desagradable. A veces se podían conseguir cosas sin necesidad de robarlas. Pero solo a veces, así era el mundo en el que vivían.

La ladrona y el niño volvieron con el resto.
-¡Uno va a ser para mi hermano! Y el otro...me lo comeré yo. Ji,ji,ji.
-Bueno, ¡pero luego! Que te acabas de comer uno. No sea que te haga daño al estómago.-Le aconsejó su nueva compañera.
-Vaaaale. Pero...¿ni un mordisquito?
-Solo si consigues hacerlo sin que te vea.-Le guiñó un ojo y el chiquillo sonrió con una malicia que en su cara solo dejaba mostrar dulzura.
Hubo un momento en el que todos sus compañeros de viaje les miraron. El guardia alto sonrió con un paternalismo que asustaba. El guardia de la barba arqueaba las cejas poniendo cara de tonto, como si nunca hubiese tratado con un niño. El príncipe le miraba con cierto recelo. El guardián, manteniendo el rostro serio, sonreía levemente, algo de lo que era incapaz el condestable. Quería pensar que no era tan agrio como para no sonreírle a un niño y que solo les miraba así porque no se fiaba de ella. De hecho, una hora después así lo demostró.
-Pequeño.-Él también se agachó para ponerse a su altura-.Aquí hay gente peligrosa, es mejor que vayas con tus padres.
Era un miserable que la iba a joder hasta el último día de viaje.
-Papá trabaja hasta tarde para traer un poco de comida y darnos de comer. Mamá...no está.
-¿Y tu hermano?
-Tiene doce años. Está buscando a gente a la que...pedir algo de dinero. Con lo de papá no nos llega si queremos vivir en casa.
-Vaya, no es todo tan bonito como lo pintan.-El tono de la ladrona hacía parecer que les hubiese pillado en una mentira que la favorecía.
-¿Crees que en un reino tan grande no hay pobreza?-Dijo el condestable manteniéndose inclinado y mirando hacia arriba.
-Creía que vuestro rey era una especie de dios capaz de todo.
-Hay pobreza, pero no un exceso de ella, sobre todo si lo comparamos con otros reinos.-Intervino el guardián-.Los problemas suelen ser demasiado complicados como para poder resolverlos todos y mucho menos conocerlos.
-Papá dejó de trabajar cuando mamá se fue. Algunos vecinos decían que le podían ayudar, pero el dijo que no, que no y que no. Que éramos una familia unida y fuerte. Consigue lo que puede para nosotros y con el dinero que gana paga la casa.
-¿Cuánto tiempo estuvo sin trabajar?-Preguntó el guardián.
-Un año.
-Si estás dos años por algún problema que te impide trabajar, estás exento de pagar impuestos durante el tiempo que se estipule, si no me equivoco.
 -No sé. Cuando volvió al trabajo le daban mucho menos dinero por todo ese tiempo y ahora le cuesta más. Además mamá no puede encargarse de nosotros...no está. Tampoco queríamos que los vecinos nos cuidasen. ¡Somos mayores y ayudamos a papá!
-¿Ves? La gente de nuestro reino suele destacar por su amabilidad. Es su orgullo lo que les ha llevado a la mendicidad. Ese hombre no aceptaría ni una bolsa de oro de manos del rey.
-¿Lo dices por mi papá? Pues parece que le conoces bien, porque creo que no la cogería. Je, je, je. Yo preferiría ro...-La ladrona le dio un golpecito.
-¿Ro...qué?-El condestable entrecerró los ojos.
-Rogárselo si hiciese falta, je, je.
El niño era más astuto de lo que parecía.

Durante el atardecer pasearon todos juntos por el pueblo hablando de política, de historia, de impuestos, de espadas, de bollos y de caballos. Cualquiera diría que era un grupo de amigos pasando una tarde agradable. Discutieron sobre si debían de parar solo a descansar dónde les pillase, sin hacer tiempo en ciudades o pueblos esperando a que cayese la noche para alojarse en ellos. Parecía que tenían prisa.
Por fin, tras tanta discusión que calmaba el tenso ambiente de los días anteriores (roto por un pequeño de nueve años), fueron hacia la taberna. Cenaron con el niño, que decidió reservarse su bollo para después de la cena.
Jugaron a un juego que les explicó el niño y que nadie conocía. En realidad era una tontería, se trataba de adivinar, según el aspecto de las personas, qué habían pedido para beber y, en caso de que la mesa no se viese bien desde donde ellos estaban, también de comer. Seguramente ni el niño había jugado nunca y lo habría improvisado. Lo divertido era acercarse indiscretamente a la mesa en cuestión para comprobarlo. Todos, menos el príncipe, participaron. ¡Hasta el condestable! Que llamó flojo a uno por beber agua cuando había apostado que estaba bebiendo cerveza.


Era tarde. Los guardias se fueron a la cama, cada uno a su habitación. El condestable parecía esperar a que ella se fuese también, así que así lo hizo, aunque antes acompañaría al niño a la puerta de la taberna.
-¡Espero que papá no se enfade! Es un poco tarde.
-Si quieres voy contigo y se lo explico.
-No hace falta, ¡gracias! Nunca me ha pegado y siempre nos portamos bien. Yo sobre todo, ji,ji,ji. Pero se preocupa.
-Es normal.-Ni una paliza. Nada de golpes-.Ale, vete ya. Corre.
-¡Sí!-Se impulsó para echar a correr, pero paró en seco-.¿Mañana nos veremos antes de que os vayáis, ¿verdad?
-¡Claro!-Lo dijo cómo si fuese imposible que no fuese así.
-¡Geniaaaaal! Tengo una cosita pendiente antes de que no os vuelva a ver.
-¿Cómo que una cosita...?
-¡Adiooooós!-Y se fue. Corriendo con su bolsita del bollo, en dirección a la luna menguante.

Volvió a entrar a la taberna. Dentro solo quedaba la tabernera, tres clientes cenando, dos charlando en el mostrador, uno borracho maldiciendo en susurros y el guardián.
-Parece que al fin se fía de que no voy a salir corriendo.-Se quedó mirando al guardián sin sentarse.
-Más bien diría que se fía de mí. Te estuvo vigilando desde la ventana. Le convencí de que yo te vigilaría y de que, con el príncipe en su habitación no tendría ningún interés de marcharme yo.
-¿Por qué te querrías ir tú?-Sabía que había cosas de esa misión que no la habían contado.
-Es una larga historia.
-Que me gustaría escuchar.
-Que no sé si deberías escuchar.
La ladrona se acercó y le levantó la cabeza cogiéndolo por la barbilla.
-Debemos hablar.
-No hay nada de lo que hablar.-Dijo mirándola por fin.
-Hay mucho. Desde aquella noche...
Le retiró la cabeza y volvió a mirar a la mesa.
-Desde aquella noche no hay nada de lo que hablar. Tú hiciste tu trabajo y yo el mío.
La ladrona suspiró y se dio media vuelta. Antes de continuar giró la cabeza un poco para dirigirse de nuevo al guardián
-¿No subes?-Preguntó con interés camuflado en indiferencia.
-No. Disfruta de la habitación para ti sola. Y no te molestes en levantarte para ver si estoy dormido sobre la mesa con la llave desprotegida. El turno de madrugada lo cubre el hermano de la tabernera y se encargará de vigilar que no haya robos.
-Confías poco en mí. Te juro que no voy a robarte la llave.
El guardián no añadió nada más.
Antes de acabar subiendo los escalones que conectaban con el piso de las habitaciones, se detuvo y giró de nuevo la cabeza hacia el cada vez más alejado guardián, en todos los sentidos. No era el hombre que había conocido, aunque igual de impertérrito.
-Es sorprendente que no sucumbas a mis encantos y sí a los del puesto de guardián.
-Vete. Por favor.-Lo dijo muy serio. Ella hizo caso.

Prefería dormir en la intemperie que en esa cama, prefería dormir con él que sola. Aunque fuese una mentira, era en la mentira dónde más a gusto se encontraba. Finalmente esa noche no tuvo nada, ni su llave, ni su confianza, ni su cuerpo. Le había jurado que no intentaría robarle más la llave. A partir de esa noche, del momento en el que la dijo que no dormiría con ella, había decidido que así sería. Cumpliría el juramento.
Lo que ese día había conseguido era más valioso. Un poco más de fe en la gente. Pensó en los tenderos, en el niño, en los bollos...Se durmió sintiendo una extraña sensación de felicidad que no sentía desde niña.



¡Qué buena mañana hacía! Todos estaban ya desayunando cuando bajaba las escaleras. Miró al guardián que no subía la mirada del plato. Se llenó  el estómago y salió del la taberna junto al resto. Miraba para todos lados esperando ver al niño aparecer. Ni rastro de él. Estaban ya ensillando los guardias, el guardián, el príncipe, ella y...el condestable.
Desde el caballo del guardia alto lo vio. Vio al niño deslizarse con cuidado tras el condestable y su bolsa de dinero. No fue cauteloso. El condestable iba a girar para montarse y sus hombres lo estaban viendo. Antes de que lo avisasen del robo él lo descubrió al comenzar a montar. El niño se quedó muy quieto, sonrió y se rascó la cabeza.
-¡Cachís!
El rostro del condestable ensombreció...más aún.
-¿Intentabas robarme?
-Err..bueno sí. Ya era algo personal. La otra vez no pude. Solo quería...
El condestable bajó del caballo. No lo haría. No, a ese niño no.
-¿Te lo tomas a risa?
-No, señor. Pero me da rabia que...
-¿Te da rabia? ¿Sabes lo que me da rabia? Que haya dedicado mi vida a luchar contra delincuentes para que ahora se lo tomen a broma.
-¡Es un niño por dios!-Le exclamó la ladrona.
-¿Sabes cual era la pena de robo o intento de robo cuando el abuelo de ese joven reinaba?
-No señor.
El condestable agarró por la pechera al niño y lo metió en la taberna. Todos les miraban en ese momento, ella y el resto bajaron rápidamente del caballo.
-¿Qué vas a hacer?-Le gritó también el guardián al tiempo que el condestable le obligaba a inclinarse sobre una mesa estirando sobre ella el brazo derecho.
-¡Estoy harto! ¡Harto de la permisividad de nuestro rey! Sus medidas ayudan a que en un reino tan grande se mantengan a raya a los asesinos y los rebeldes, pero los ladrones siguen campando a sus anchas. No hay un castigo que los detenga. La ley fue modificada para que el rey tuviese mayor poder de decisión y ahora hasta crean hermandades.
-La hermandad existe desde...
-¡Me importa tres cojones tu hermandad, niñata!-El niño estaba llorando a lágrima viva-.Ahora entiendo porque él y tú os hicisteis tan amiguitos. Sois una plaga que no deja de extenderse. La lacra de nuestro reino.
-Suéltale.
-Me he pasado la vida recibiendo y dando golpes para equilibrar la balanza, y vosotros pretendéis salir impunes. Iros de rositas cada vez que metéis vuestra mano en bolsa ajena. ¡Pues ya es hora de que este niño reciba el golpe que su padre debió darle hace tiempo!
-¡Déjalo!-Gritaron algunos habitantes del pueblo.
-¡Asuntos del rey! ¡Enséñales el decreto!-Le ordenó al guardia de la barba que no dudó en obedecer.
-¡El rey no aprobará esto!-Le recordó el guardián
-El rey está atado a una cama, delirando por el veneno. Es mi oportunidad para arreglar lo que él no quería tocar.
-¡No por favor, señor!-El niño intentaba escabullirse.
-¡Quieto! O será peor.-Se giró hacia el mostrador-.Tabernero, un cuchillo para la carne.
-¡No!-Incomprensiblemente el guardián la detuvo. Tal vez sabía que si ella intercedía la cosa acabaría peor.
-¡Señor, por favor, juró que no volveré a hacerlo!-Hasta el hombre más duro hubiese llorado ante eso.
El tabernero le acercó el cuchillo mostrando desaprobación.
-Ahí va el golpe que te debe la vida.-Alzó el cuchillo.
-¡Papá, hermanito, señoraaaaa!-Miro a la ladrona.
-¡Suéltame! ¡No dejéis que lo haga!-Se agitó todo lo que pudo entre los brazos del guardián.
-¡Era para comida, era para...no, no, no ¡Nooo!
El tajo fue contundente. La mano fue cercenada con una limpieza absoluta y el golpe propinado con una injusticia brutal. El grito...el grito fue lo peor. Desgarrador.
Vio cómo la sangre cubrió parte de la mesa, cómo la mano se separaba del brazo y caía al suelo, cómo se agitaba el pequeño de nueve años gritando sin parar. Vio a los vendedores de bollos mirando horrorizados desde la ventana, vio la bolsa con dos nuevos bollos manchados de sangre. Ella solo pudo marearse, vomitar y desmayarse, probablemente antes que el chico.


La primera imagen pertenece al usuario de Deviantart StefanieOdendahl: http://stefanieodendahl.deviantart.com/art/aliya-348315251

La segunda imagen pertenece al usuario de Deviantart Minnhagen: http://minnhagen.deviantart.com/art/Medieval-Market-322692737